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En el siglo XIX, las mujeres no tienen voz; hasta que una se atreve a hablar; y en su voz florece la emancipación de todas.

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Acerca de mi nuevo libro, Flora Tristan (Editorial Vestales) 'En el siglo XIX; las mujeres no tienen voz; hasta que una se atreve a hablar; y en su voz florece la emancipación de todas. Sobre el libro No es sobre mí que quiero atraer la atención; sino sobre todas las mujeres que se encuentran en la misma situación y cuyo número aumenta diariamente. Ellas pasan por los mismos sufrimientos que los míos; están preocupadas por la misma clase de ideas y sienten los mismos afectos. Flora Tristán; a principios del siglo xix; antes de escribir; antes de convertirse en un ícono del feminismo; ha dicho basta: ha preferido volverse una paria a seguir en la casa de un marido que la maltrata; que ha sido antes su empleador en un trabajo aceptado por la desesperación del hambre. Entonces; se va de la casa en París; entonces; se embarca al Perú en busca de la herencia paterna; de lo que considera un derecho propio; aunque siempre le ha sido negado por una institución legal hecha por hombres para

Tres rosas. Y una mas

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    M uchas veces  sucede, de tanto estar viendo pasar la vida no encuentran qué decir. Nada nuevo bajo el sol, salvo, y a veces, alguna que otra aventura.  En invierno o en verano, y aun en estaciones intermedias,  ocupan aquel banco bajo el ciprés. -Que no son cipreses -solía decir una-, son araucarias. -Les digo que es un ciprés. -Este sí, pero los otros son araucarias. Y así cada día, como si no hubiera nada más a discutir. Y no lo había. No lo hay. Podría decirse que las tres son   de una gran belleza, con la belleza que da la juventud. Aunque una ya no es tan joven, sin embargo, en su intento   de revivir los momentos felices del pasado suele verse   como en aquellos días. Tal vez ayuda la ropa, y ese semblante   de una blancura sin mácula, diáfana, etérea. Una de ellas   es de pelo rojizo, con pecas en pómulos y nariz; la otra, bien podría ostentar canas, sin embargo   mantiene el tono café de su pelo lacio; la tercera, nunca abandona ese mohín de deshacerse los rulos