“Pan francés chocolate inglés”. Quien quiera leer que lea. Silvia Miguens
Yo
misma, muchas veces, me he quedado pensando en todo esto que es ahora mi vida.
Algunos
de mis contemporáneos lo atribuyen todo al azar. . .
¡esa
cosa rara e inexplicable que no explica tampoco nada!
No. No
es el azar lo que me ha traído a este lugar que ocupo, a esta vida que llevo.
Claro
que todo esto seria absurdo, como es el azar,
si
fuese cierto lo que mis supercríticos afirman cuando dicen que de buenas a
primeras
” yo, una mujer superficial, escasa de
preparación vulgar, ajena a los intereses de mi Patria,
extraña
a los dolores de mi pueblo, indiferente a la justicia social y sin nada serio
en la cabeza,
me
hice de pronto fanática en la lucha por la causa del pueblo
y que
haciendo mía esa causa me decidí a vivir una vida de incomprensible sacrificio
Eva Duarte
Corría el
año 1935 y a las tres de la tarde las muchachas golpeaban el entablonado del
piso con los tacones al murmullo de “Pan
francés chocolate inglés”. La película estaba a punto de empezar. El proyectorista, habituado al barullo de las
muchachas, echó agua al mate, movió un poco la dirección del ventilador y bajó
la cortina de la ventana pequeña. El sol caía a pique sobre las chapas del
techo. Cuanto más se oían las cigarras mayor era el silencio en el pueblo. Sin
embargo, en la oscuridad de la sala el
zumbido de los ventiladores, la música de los parlantes y algunas voces les
recordaba, una vez más, que había otro mundo. A ellas sí, a esas mujeres a las
que ni siquiera se les permitía sentarse a tomar un refresco a la sombra de los
paraísos en las veredas de la confitería. Sin duda que existía una vida mejor,
y hasta la podían soñar con mayor intensidad
los martes, en esos días de damas en el cine de Junín.
Aquel
día, desde las noticias previas a la película, Mae West les recordaba desde la
pantalla, que las chicas buenas van al cielo y las malas donde quieran ir.
Mirándose la una a la otra, casi todas rieron. No pocas, seguramente, se
quedaron pensando en las palabras de la actriz cuando en la pantalla
pasaban la publicidad de Lo que hay que tener, con Humpery
Bogart. De inmediato se olvidaron de los consejos de la West, y echaron a volar
los suspiros. Aunque en realidad Boggie no era muy distinto a cualquiera de
esos hombres que atravesaban el pueblo en sus automóviles, cuando venían de la capital, o esos otros que jugaban billar y reían de
costado con un cigarro en la comisura de sus labios, o los que se tocaban el
ala del sombrero cuando las veían pasar.
Tampoco
muy diferentes a los que iban comer a casa de Juana Ibarguren. Pero el ensueño
que el actor les provocaba era mayor porque su mirada era más distante aun que
las cotidianas. También era verdad que aquel no era un hombre de a caballo como
estaban a acostumbradas a ver, los hombres de la pantalla vivían en grandes
ciudades. Eran hombres de a pie que viajaban en avión, en barco o por lo menos en tren, y en el pueblo solo
había caballos. Y tren. Los automóviles eran pocos, de los pocos dueños de los
muchos campos de la zona, o puede que de algunos artistas en gira desde Buenos
Aires.
Pero esto
no era tan frecuente. Unos meses atrás, había estado Agustín Magaldi. Todos lo
fueron a escuchar especialmente los Ibarguren. Hasta Juancito Ibarguren,
Juancito Duarte en realidad, que después del recital y en el boliche,
entre trago y trago le habló a Magaldi
de las dotes actorales de su hermana María Eva. Pero Magaldi se fue sin
prometer nada, tantas veces los pueblerinos le comentaban aquellas cosas y le
ofrecían a sus hijas o a sus hermanas, imposible que se acordaran de Juancito o
de María Eva, comentaban las Ibarguren aquel atardecer al salir del cine
mientras pasaban por esa vereda, con mesas y sillas, en que los muchachos bebían tragos viéndolas pasar.
Pero la menor de los Ibarguren no miró a nadie ni nada comentó. No
podía reaccionar. Aunque no era tanto la figura de Bogart la que no podía
borrar de su cabeza, ni quitaría esa noche de sus
sueños, sino la de Mae West repitiendo una y otra vez, casi a su odio, aquello
de las chicas buenas yendo al cielo y
las malas a donde quisieran ir. Cuando María Eva llegó a la casa, tuvo
intenciones de preguntar a su madre, doña Juana Ibarguren, cuál eran las diferencias entre unas chicas y
las otras, pero no lo hizo.
Qué podía saber su madre, con aquella historia de ella y los Duarte,
mucho menos las hermanas que ya noviaban en serio. Solo días después, cuando
doña Juana la encontró metiendo sus pocas ropas en la vieja maleta de cartón,
intentó saciar la curiosidad de su hija, su deber de madre o su propio miedo, y hablarle acerca de lo
bueno y lo malo para una chica. Pero el tren estaba a punto de salir y María
Eva solo una vez lograría que su hermano Juan le pagase un boleto de tren, solo
de ida, a Buenos Aires. María Eva
Ibarguren, no podía perder su tiempo, la esperaba su destino final: Evita y el mito.
Boleto de ida
María Eva Duarte
Ibarguren, más conocida como Eva Perón o Evita, como tantas adolescentes
durante la década del treinta, en Argentina,
se fue de su pueblo a conquistar Buenos Aires. Tenía por entonces quince
años y corría el año de 1935. No tardó mucho en convertirse en actriz de
radioteatro, teatro, cine y publicidad;
fue pasando de la extrema pobreza a la fama, y lograr apenas diez años más
tarde, un gran espacio de poder que la llevaría a la gloria o por lo menos al
mito. En esos años se convierte en Eva Duarte, actriz y portada de todas las
revistas de la época, poco después en María Eva Duarte de Perón o Eva Perón,
primera dama de los argentinos, y definitivamente en “Evita”.
Las mujeres, por
lo general, ejercen o conciben la política de un modo tal que no parece
asemejarse al modelo masculino. Esto era más cierto por aquellos tiempos. Eva
Duarte Ibarguren, para ejercer su liderazgo, comenzó a acercarse a la gente
desde su “ser débil”, como lo establecía el mandato de la sociedad respecto a
la mujer. Pero como por naturaleza e historia familiar Evita no se ajustaba a
ese modelo de mujer, se hizo eco del lenguaje de los débiles, tomó la voz de lo
que en definitiva ella había sido, los sometidos los marginados, redefinió el
papel de la mujer, no solo como pilar fundamental del bienestar de la familia
sino como protagonista en la vida política, como trabajadora, y ciudadana.
Deviene entonces, en un mito de tal magnitud que aun hoy provoca odio o veneración, pero nunca la
indiferencia o el olvido.
Los hombres no
solo han ignorado, o al menos no han reconocido en su verdadera dimensión, la
importancia y necesidad de la participación de la mujer como juez y parte de la
sociedad, sino que saben que la pobreza existe por la ambición exagerada de los
más pudientes; sin embargo, no siempre han actuado o pensado sensiblemente,
desde la piel y el dolor, en las causas y en el trasfondo de éstas. Quizá por
su capacidad de observación o por haber padecido ella misma esa pobreza y la
condena de los poderosos –directamente ejercida por Juan Duarte sobre la
familia de Juana Ibarguren, que practicaba la paternidad de una manera
mezquina- desde esos orígenes, desde esa historia familiar y personal y quizá
también desde el resentimiento, es que Eva trae puesta desde siempre su mirada
en una sola dirección.
“Reconozco que lo supe casi de golpe
sufriendo -dijo Eva-, y declaró que
nunca me pareció natural ni lógico. Sentí entonces en lo íntimo de mi corazón
algo que ahora reconozco como sentimiento de indignación. No comprendía el afán
de los ricos por la riqueza, esa era la causa de la injusticia social. Pensar
en eso me produjo siempre una sensación de asfixia, como si me faltase el aire
suficiente para respirar. Es cierto que la gente se acostumbra a la injusticia
social en los primeros años de vida, se acostumbra a verla y sufrirla como es
posible acostumbrarse a un veneno. Desde los once años, cuanto tuve conciencia
de esta mal, nunca pude acostumbrarme.
“¿Puede un pintor
explicar por qué ve y siente los colores? ¿Puede un poeta decir por qué es poeta?…Tal
vez por eso yo no puedo decir jamás por qué siento la injusticia con dolor;
porque nunca terminé de aceptarla. Creo que así como algunas personas tienen
una especial disposición del espíritu para sentir la belleza más intensamente
que los demás y son por eso poetas, pintores o músicos, ha nacido conmigo una
particular disposición del espíritu que me hace sentir la injusticia de manera
especial, con una dolorosa intensidad. Mi sometimiento de indignación por la
injusticia social es la fuerza que me ha llevado de la mano desde mis primeros
recuerdos a medida que avanzaba en la vida el problema me rodeaba cada día más.
Tal vez por eso intenté evadirme de mí misma. Quería no ver -confiesa Eva
Duarte-, no darme cuenta, y me entregué intensamente a mi extraña y profunda
vocación artística.”
Desde dónde
contar entonces a Eva Perón, con cuáles voces, la de sus detractores, la de sus
seguidores, el pueblo trabajador, la voz de los niños o las mujeres; desde el
sueño de una muchacha pobre que escapa del terruño a la gran ciudad y se
convierte en actriz de renombre; desde la participación de la mujer en la
historia argentina, latinoamericana o la del mundo; desde la historia de la
vindicación de los derechos, no solo de la mujer sino también del hombre; desde
el amor, aunque desde qué amor: el amor a la patria, a los hijos, al hombre, a
las otras mujeres; desde el odio a los gestores del hambre y la muerte;
desde la justicia social o la
injusticia; desde el liderazgo y las implicaciones que conlleva; desde el poder
adquirido por Evita y el que dejó escapar o que le fuera quitado; desde su
manifiesta impiedad contra enemigos y traidores; desde la conciencia de clase y
de los enemigos de clase que se ganó; desde las milicias obreras que deseó;
desde la mujer que votó e indujo a votar; desde el cáncer; desde su cadáver
profanado y viajero. Desde qué costado verla, con qué mirada que aún no haya sido
vista y observada.
En esa
vertiginosa carrera por la supervivencia Eva Duarte se convierte no sólo en
Primera Dama sino en inspiración de
multitudes. Apasionada, implacable y de una belleza que solo superaba su
energía, fue una esposa enamorada pero difícil,
una mujer de armas tomar que se convirtió en leyenda a los treinta y
tres años, cuando moría víctima del cáncer, un 26 de julio de 1952.
Amada y odiada
con igual vehemencia, Evita es un figura mítica y de gran relevancia para los
argentinos, y más emblemática aún en la historia de la mujer.
“No tengo otra vanidad –dijo Eva- ni otra ambición que ésta: servir, ser
útil, volcarme en la quietud de cualquiera de los millones de mujeres que ahora
poseen un claro sentido de su deber y una noción real de sus derechos”.
Infancia,
adolescencia y poco más
Eva Duarte nació
el 7 de mayo de 1919, en el campo “La Unión”, en la provincia de Buenos Aires
de la República Argentina. El pueblo más cercano, era General Viamonte, creado
en 1893 a la vera de la estación del ferrocarril que llamaron Los Toldos, por
su proximidad a la toldería del cacique Coliqueos. Para entonces, el pueblo de
Los Toldos contaba con 3 mil habitantes, una sucursal del Banco de la Nación,
correo, escuela y unas pocas casas arboladas. Algunos de esos campos tan
codiciados pertenecían a vecinos acaudalados y poderosos, aunque muchos de los
propietarios residían en la capital, apenas a 200 kilómetros.
Era un pueblo
quieto y de vida monótona donde apenas circulaban los pocos dueños de la tierra
y los peones que la trabajaban, mano de obra muy barata. Muy pocas noticias
llegaban por esos tiempos. Ni siquiera acerca de la sangre derramada en la
capital, en la llamada “Semana trágica”, durante la presidencia de Hipólito Irigoyen;
ni del reclamo, en Buenos Aires, de ocho horas de trabajo para los actores que,
ante el repudio de los empresarios teatrales, mantienen los teatros cerrados;
tampoco del estallido de conflictos agrarios en La Pampa. El amanecer del 7 de
mayo de 1919, la comadrona india Juana Rawson de Guaquil, corre a casa de doña
Juana Ibarguren, para asistirla en el parto de su hija menor María Eva.
El padre, el
estanciero Juan Duarte, arrendatario del campo La Unión. Duarte que vivía en
Chivilcoy con su esposa legítima y sus hijos, regentaba un alto cargo político
del que fue destituido por malversación de fondos. Eva no conoció a su padre
sino hasta que éste murió en un accidente automovilístico. Nunca la reconoció, ni a sus hermanos.
Cuando Juana Ibarguren, llega al velorio de la mano de sus hijos, la familia
Grisolía, esposa e hijos del difunto, llamados “legales”, impiden la entrada a
la familia de María Eva, considerada “ilegitima”. Sin embargo, el intendente de
Chivilcoy, hermano del propio difunto, intercedió para que pudiesen entrar al
recinto y posteriormente al entierro.
Juan Duarte
pertenecía a una familia de hacendados conservadores que formaba parte de la
alta sociedad de una pequeña ciudad de provincia llamada Chivilcoy a unos 200
kilómetros de Buenos Aires, casado con Estela Grisolía, nacida en el seno de
otra estirpe de latifundistas e hija del por entonces alcalde de la ciudad. Del
matrimonio nacieron tres hijos. Por razones desconocidas, Juan Duarte abandona
el hogar y se instala en General Viamonte a unos treinta kilómetros de
Chivilcoy, pueblo que tomó auge gracias a la llegada del ferrocarril. Duarte se
hace cargo de la administración del campo La Unión, propiedad de la familia
Malcom, recibiendo un porcentaje de las ganancias y unas parcelas por lo que se
lo considera un estanciero.
La abuela de
Juana Ibarguren, había llegado a Los Toldos durante la campaña contra los
hombres del cacique Coliqueo, y tuvo una hija que convivió con Joaquín
Ibarguren, de profesión carrero. De esta unión libre nace la madre de Eva,
Juana, que apenas a sus quince años se enamora del estanciero Juan Duarte, de
treinta. En realidad, se dice que Duarte compró a Juana a su padre, quien por
entonces era el puestero de La Unión –nada raro en esa época, por cierto, como
tristemente tampoco era raro que un hombre mucho mayor eligiese como mujer a
una adolescente y no se casara con ella. Podría decirse, como antes se
consideraba, que Duarte “engendró cinco hijos en Juana Ibarguren”. Sin embargo,
en las partidas de nacimiento ella registra a cada uno de los hijos
con su apellido. Duarte jamás los
reconoce.
Pasaron los años
y Juana Ibarguren, pese a los tantos comentarios suscitados a su alrededor
acerca de sus hijos y de ella misma, no se amedrentó. Consiguió para su hijo y
de ella misma, no se amedrentó. Consiguió para su hijo Juan un empleo como
dependiente de una tienda; y para su hija Elisa, por recomendación de algunos
amigos de Juan Duarte pertenecientes al partido conservador, un puesto de
auxiliar en la oficina de correos; Blanca, la mayor, estudiaba en la Escuela
Normal Provincial. Juana logró, pues, cubrir las necesidades de sus hijos,
dándoles un hogar y estudio. El 8 de enero de 1926, cuando Juana recibe la
noticia de la muerte de Juan Duarte, viste de riguroso luto a cada uno de sus
hijos. Blanca tenía por entonces dieciocho años, Elisa dieciséis, Juan doce,
Erminda diez y María Eva, seis.
Por aquellos días
de tristeza y marginación, de los que no tenía mayor conciencia y María Eva,
menuda, de cabello oscuro y piel mate, mostraba ya gran carácter aunque era un
poco introvertida. Se entretenía haciendo malabarismos en el patio; era
intuitiva, percibía fácilmente aquello que la gente sentía o necesitaba, así
como extremadamente sensible y quizá por esto más expuesta al abandono o al
maltrato. Tal vez por ser la menor se dice que era la más cariñosa, alegre y
decidida, pero sobre todas las cosas la más despierta.
En un testimonio
de su hermana Erminda, un 6 de enero, le habían sugerido que pidiera a los
Reyes Magos algún juguete importante. Ella quiso una muñeca. La mañana de reyes
saltó de la cama y corrió hasta sus zapatos puestos en orden y muy juntitos en
la sala, tal como hacen todos los niños argentinos que aun hoy siguen la
tradición, y de hecho la esperaba una hermosa muñeca, alta como ella pero con
una pierna rota. Seguramente la habían recibido de alguna familia de recursos
que acostumbraba a regalar los juguetes de sus hijos para los niños pobres. Los
hermanos quisieron consolar a María Eva y le dijeron que seguramente alguno de
los Reyes Magos la había dejado caer del camello, a lo que Eva respondió: “¿Es
que acaso andan mirando una estrella sin mirar al suelo? ¡Qué extraño!”
María Eva era de
ascendencia vasca por los cuatro abuelos, circunstancia a la que se atribuye la
obstinación y su carácter autoritario. Condición que sin duda debe al modelo de
tenacidad demostrado por su madre. Sus compañeras de escuela la recuerdan como
la “mandona” del grupo; había repetido algún grado, lo que la convertía seguramente
en la mayor del curso pero es probable que
hubiese empezado muy pronto a
ejercer su aptitud de liderazgo. También, muy pronto su capacidad de
observación y sus intereses comenzaban a ser otros.
En su libro La
razón de mi vida, Evita nos cuenta su primera visión de Buenos Aires:
“Un día cumplidos
ya los 7 años, visité la ciudad por primera vez. Me hablaban de ella como un
paraíso y llegando descubrí que no era así. De entrada vi sus barrios de
miseria, y por sus calles y sus casas supe que en la ciudad también había ricos
y pobres. Aquella comprobación debió dolerme hondamente, porque cada vez que de
regreso de mis viajes al interior del país llego a la ciudad me acuerdo de ese
primer encuentro con su grandeza y sus miserias.”
Por el año 1930,
durante la Revolución, Eva cursaba su tercer grado en la ciudad de Junín, donde
se había trasladado todo el grupo familiar. En la casa se realizaban reuniones
de conjurados a partir de la caída de Hipólito Irigoyen. Los radicales, con
Irigoyen como presidente habían sido elegidos en 1926 y 1926. La oligarquía
compuesta entonces por unas 1800 familias que pasaban sus días entre Buenos
Aires y París, empezó a inquietarse por los reformas sociales de los radicales
que representaban a la clase media y los trabajadores descendientes en su
mayoría de inmigrantes europeos. Decidieron entonces tomar cartas en el asunto
apoyando el golpe del general Uriburu que derrocó a Irigoyen.
Estas familias
sabían de los cambios que se venían produciendo en el ejército. Ya no quedaban
militares obedientes desfilando en las ceremonias patrióticas con sus grandes
bigotes empinados; ya imitaban el modelo germánico y usaban cascos prusianos
con una punta de lanza como adorno, modelo aceptado sin tapujos por los
sectores dominantes a pesar de sus jactancias franco-anglófilas. “Sin embargo
–recuerda la escritora argentina Alicia Dujovne Ortiz- a consecuencia de su
germanófila y su ambición de poder, en 1932 esa misma oligarquía despide a los
militares como solía hacerlo con las sirvientas y durante toda una década se
mantiene el poder gracias al fraude electoral”.
Comienza un
período de importante inmigración interna; con motivo de la acelerada
industrialización se instalaron fábricas, especialmente en Buenos Aires, lo que
atrajo un exceso de mano de obra proveniente del interior acrecentado así no
solo la desocupación sino la falta de vivienda en la capital. Se puede
comprobar la miserable situación durante los años treinta prestando atención a
los tangos escritos por esos días que hacen referencia a la pobreza, al
inquilinato, a las muchachas de los barrios vestidas de percal y a la “mala
mujer” vestida de armiño. En ese ámbito nace el teatro argentino y los
sainetes, breves piezas de teatro que expresaban todo el humor y la ironía de la
que eran capaces aquellos hombres y mujeres de tan diversas culturas y
personalidad, inmigrantes en su mayoría, pero que muy poco hablaban del hambre
y las ollas populares, quizá porque eran moneda corriente no solo en Argentina
sino en
sus países de origen,
de donde habían emigrado escapando del hambre.
Mientras tanto,
la ciudad de Junín se convertía en un centro ferroviario a donde llegaban los
“inmigrantes internos”, desplazados de todas las regiones del país hacia la
capital en busca de una oportunidad como obreros en la multitud de fábricas, y
en donde además, era imposible no dar los primeros pasos de la mano del
naciente movimiento sindical argentino, que llegó a convertirse muy pronto en
el más poderoso de América Latina. El entorno inmediato de Eva y su familia no
era ajeno a esta realidad. Alquilaron un camión suben sus pertenencias y se
mudaron a Junín. Por esos tiempos Blancas se recibe de maestra y Juancito
consigue la representación en toda la zona para la venta y distribución de
Jabón Radical y cera La Rosa, dos productos muy populares. Unos de los motivos
del traslado fue el despido de su trabajo en el correo, a una de las hermanas,
Elisa, pues acababa de hacerse cargo de la intendencia el señor Lettieri,
radical y enemigo político de aquel otro, el conservador que la había
recomendado. Sin demora doña Juana Ibarguren decide mudarse a Junín donde sí
tenía ascendiente, otro amigo influyente para que su hija recuperara el empleo.
Doña Juana, hasta
entonces dedicada a la costura, decidió dar hospedaje a uno que otro estudiante
y ofrecer comida abundante a igual precio que los discretos platos de los
restaurantes de la ciudad. Así consiguió que ser reunieran a almorzar
importantes personajes como el mayor Alfredo Arrieta, comandante de la repartición
militar, José Alvarez Rodríguez, director del Colegio Nacional y su hermano, a
quienes muchas veces se sumaba el doctor Moisés Lebensohon, periodista y
dirigente radical. No pasó mucho tiempo hasta que dos de las hermanas de Evita
hicieran amistad con estos señores; Elisa se casó con el mayor Arrieta y Blanca
con el abogado Justo Álvarez Rodríguez; no tuvo tanta suerte Erminda pues se
casó con un tal Bertolini, ascensorista, de quien terminó divorciándose luego
de la muerte de sus hermanos Eva y Juancito, en 1952.
Cuando María Eva
cursaba el último grado del colegio primario, representó la obra de teatro
“Arriba estudiantes” y su maestra, vislumbrando que tenía condiciones para la
declamación, la convocaba para recitar en todas las fiestas escolares. Aquella
vida pueblerina era de rituales muy marcados: los domingos se iba a misa por la
mañana; las acaloradas siestas se pasaban en la hamaca, bajo el parral, mirando
las revistas Sintonía, Mundo Argentino, Antena y Radiolandia; por la tarde,
acicaladas y perfumadas de lavanda, las muchachas recorrían la calle principal
mirando una y otra vez las mismas vitrinas mientras los jóvenes, a quienes sí
se les permitía sentarse en los andenes de los bares a beber café o refrescos,
se solazaban viéndolas pasar. Llegado el atardecer ellas regresaban a sus
hogares dando por terminado el fin de semana porque tampoco se les permitía
entrar a los estrenos del cine Roxy ni el Crystal Palace, apenas si podían
asistir a la matiné de los martes que costaba 30 centavos.
En esos llamados
“días de damas”, Eva y sus hermanas, formaban parte también de la fila de
jovencitas que a la puerta del cine esperaban las “cintas” que mostraban algo
de aquellos amores al estilo Hollywood, alejándolas por un rato de la abulia y
la mezquindad pueblerina. Las muchachas golpeaban el piso con un ritmo de
marcha al que mencionaban como "pan
francés, chocolate inglés”
Al amparo de las
lecturas de la siesta y recortando las fotos de sus actores preferidos, o
esperando la matinée de nos martes, las muchachas soñaban con ser actrices
aunque pocas se animaron a más. Probablemente en una de esas veces, María Eva
leyó la biografía de Norma Shearer –quien también había nacido pobre e ignorada
en Montreal y aun así conquistó Hollywood y al león de la Metro- y al despertar doña Juana de la siesta, le
confió con ojos y sonrisa amplios: “Voy a ser actriz”. Doña Juana , como
cualquier madre por esos días, especialmente una soltera y con cinco hijos,
respondió: “Tanto trabajar, tanto esfuerzo para que podamos ser como todo el
mundo y ahora la princesa lo echa a perder porque quiere ser actriz…”
Según la misma
Evita, fue por aquellos días en Junín cuando le nació esa “…extraña y profunda
vocación. Como a los pájaros siempre me gustó el aire libre. (…)Ni siquiera he
podido tolerar esa cierta esclavitud que es la vida en la casa paterna, o la
vida en el pueblo natal…Muy temprano en mi vida dejé mi hogar y mi pueblo, y
desde entonces he sido libre. He querido vivir por mi cuenta y he vivido por mi
cuenta”.
A partir de
entonces toda su actividad pueblerina se da en medio de ciertas actividades
premonitorias o, por qué no, propiciadas por la misma madre o conocidos de la
familia que le veían condiciones. La casa musical del pueblo contrata su voz
para promocionar el negocio por una altoparlante instalado en una esquina. El
dueño del negocio , para convencer a la madre le dijo: “Doña Juana, no tenemos
derecho a quebrar la vocación de los niños. Déjela probar. Si fracasa no
quedará marcada, si triunfa: tanto mejor”. De este modo, extraña y premonitoria
quizá, la voz de María Eva sobrevoló por primera vez una ciudad y entró en la
intimidad de tantos hogares humildes, y
no otros no tan humildes.
Durante esa
adolescencia temprana le sucede el primer enamoramiento. Se trataba de Ricardo,
un soldado del destacamento de Junín, romance que no prosperó por ser el primer
amor o puede que porque Eva intuía ya algo de su porvenir y su destino, que no
era otro que en brazos de un gran hombre.
Mientras tanto,
algo le sucede que la marcará también para siempre. Una amiga y un par de
muchachos de “buena familia de la zona”, la invitan a pasar un fin de semana en
las playas de Mar del Plata, la llamada Perla del Atlántico, ciudad balnearia
exclusiva por esos tiempos, lujosa y frívola. María Eva y su amiga aceptan, aun
era posible el candor pueblerino por aquel entonces. Una vez en camino los
jóvenes intentan abusar de las muchachas y ante
su resistencia son despojadas de sus ropas y abandonadas en medio de la
ruta. Son recogidas por un camionero que gentilmente las envolvió en frazadas y
las devolvió de inmediato a sus hogares. Suele decirse que este desagradable
episodio es una más de los que provocan ese particular odio de Eva hacia las
clases altas y su reconocimiento a las clases menos favorecidas.
Años después,
yendo en avión hacia Europa, con motivo seguramente de un comentario que
hiciera un amigo, escribe a su esposo Juan Perón: “¡Cuando me fui de Junín solo
tenía trece años!”. Mentira piadosa la de Eva, que pese a su gran personalidad
siempre se vio en la disyuntiva de tener que justificar lo vivido. Claro que
nunca es fácil para las mujeres en estos casos. Toda muchacha que haya pasado
por una situación similar o por el simple manoseo en un transporte público, se
obliga a callar o a justificarse para no pasar por el consabido “ella me
buscó”, como única respuesta.
Quizá por ese
tipo de cosas, durante los últimos días en su lecho de enferma, Eva Duarte toma
partido en defensa de una niña, que aun hoy se ruboriza al contar aquella
anécdota. Evita que apenas se levantaba de la cama, recibía a diario una prenda
de encaje que le era colocada en el torso y que le entregaba personalmente una
muchacha de dieciocho años, hija de la dueña de la más importante casa de
lencería de Buenos Aires. Cierto día al acercársele, seguramente la joven traía
cierta expresión que llamó la atención de la enferma. “¿Te tocaron?”, preguntó
Eva que sabía que nadie entraba en ese cuarto sin pasar por una intensa
requisa. Pese a que la chica lo negó, el rubor y la confusión provocaron que
Eva se levantase de su cama. Enfurecida abrió la puerta del cuarto: “Que nunca
más la requisen, que nunca más la toquen o los hago echar, acaso no ven que es
una nena…!”
En 1934, se
presentó en Junín, “el gardel del interior”, como le decían a Agustín Magaldi.
Su hermano Juancito habla con él y le presenta a María Eva, con intenciones de
que el cantante termine por convencerla de sus condiciones de actriz. Magaldi
le sugiere entonces que viaje a Buenos Aires y le da su dirección. A partir de
entonces la familia analiza la conveniencia, pero mucho mas los inconvenientes,
de que la más pequeña de los hermanos viajase a Buenos Aires. Ciudad enorme y
peligrosa para una muchacha sola, sin dinero y con aspiraciones de actriz. Cuenta
una vez Eva haciendo referencia a aquellos tiempos:
“Me figuraba que las grandes ciudades eran lugares maravillosos no se daba otra
cosa que la riqueza. Y todo lo que oía decir a la gente confirmaba esa creencia
mía. Hablaban de la gran ciudad como de
un paraíso maravillosos, y hasta me parecía entender , de lo que decían,
que incluso las personas eran allí más personas que las de mi pueblo. Por eso
me escapé de mi casa. Mi madre me hubiera casado con alguien del pueblo, cosa
que no hubiera tolerado”.
Así, un domingo
recién comenzado el año de 1935, un 2 de enero y con apenas dieciséis años,
María Eva Ibarguren, que a partir de entonces se haría llamar Eva Duarte, se
sube a un tren, que parecía rescatarla de aquel paraje perdido de la pampa, y
con apenas una pequeña caja de cartón como equipaje, llega a la ciudad soñada:
Buenos Aires. Sin saber que por aquellos tiempos un novel poeta, Jorge Luis
Borges, habiendo salido de muy distinto estrato social y educado en Europa,
compartía su mismo fervor “(…) y esa mala costumbre, Buenos Aires” .
María Eva sin
saber que había vivido ya la mitad de su vida, pasó a formar parte de la importante maza de desplazados
que escapaban del interior a causa del hambre y el desempleo, o por lo menos
con el sueño de conquistar Buenos Aires. Eva observó atentamente su entorno y
escribió a su madre. “Querida mamá: por
fin estoy aquí, en esta ciudad tan grande que no es como yo había
imaginado. Por sus barrios de miseria, sus calles, sus casas se ve aquí
también, como en Junín, que hay ricos y pobres; pero más pobres que ricos, y
eso da tristeza”.
Su apreciación no
era errada. Muy pronto se da cuenta de que lo captó de la gran urbe no es tan
diferente de lo que acaba de abandonar: no muy distintas tampoco las
contradicciones que Buenos Aires incrementaba ostentando junto a la pobreza,
edificios como el Kavanagh, por esos años el
más alto de toda América Latina.
Comienza así para
Eva una etapa en la que comer y disponer de un techo bajo el cual abrigarse –y
por tanto su reputación- ya no dependían de l trabajo de su madre y sus
hermanos sino de su propio esfuerzo, de su empuje, del éxito o fracaso de la
obra de teatro donde hubiera conseguido un papel; y por qué no, de la
ayuda de algún protector que por cierto
nunca han de faltar en estos casos. El dinero había comenzado a faltarle y
conseguir un papel no era tan sencillo como había imaginado. La ciudad tampoco
era como pensó.
Eran los tiempos
de la República dominada por los
intereses de los estancieros; los teatros eran gobernado igual que una
estancia. Por lo tanto: “Eva Duarte en sus comienzos –nos dice el escritor
argentino David Viñas- atentaba contra el entorno y muda, representaba esa
ciudad anónima y sin voz que se llama les entrañas del pueblo”.
En el lugar donde pasó mi infancia los pobres
eran mucho más que los ricos, pero yo traté de convencerme de que debía haber
otros lugares de mi país y del mundo en que las cosas concurrieran de otra
manera y fuera más bien al revés. Pero al llegar a Buenos aires de entrada vi
en sus barrios miseria y por sus calles y sus casas supe que en la ciudad
también había pobres y había ricos. Conozco la crudeza de esperar. Sé de la
angustia de haber pospuesto una aspiración.
Su hermano, que
por esos días estaba en Buenos Aires prestando el servicio militar, sabía de lo
mal que ella lo pasaba y la indujo a volver a Junín. Eva respondió: “Dejame, la
nena sabe lo que hace”. Muy pronto había comprendido que para ser actriz se
necesitaban tener una gran belleza, tener estudios de teatro o, por lo
menos, conocer el recorrido de
confiterías o “cafés” donde se reunían los productores de teatro y de radio.
Magaldi le había presentado a una amiga
que ya era una actriz consagrada, Maruja Gil Quesada, que le ofreció su casa. La acompañó a esos sitios
que le aconsejó frecuentar para ser vista y contratada. En una de esos paseos
conoce al actor José Franco y al productor Joaquín de Vedia que le dan la
primera oportunidad. Un papel en la obra de teatro “La pequeña señora de
Pérez”.
Muy pronto hace
parte de la compañía teatral del mismo
José Franco y su esposa, la conocida y legendaria actriz Eva Franco.
Actúa en ‘La dama, el caballero y el ladrón’, obra de gran repercusión y que le
permite vivir con holgura por dos años. Cuando esto se termina de nuevo cae en
la pobreza. Eva Franco y su compañía, la convocan una vez más y con un papel de mayor importancia,
la hermana de Napoleón en Madame Sans
Gene, de Moreau y Sardou. Cierta noche al finalizar la obra, Eva Franco recibe
un enorme ramo de flores, anónimo, creyendo que era para ella cuando comprueba
que el ramo era para Evita, la despide de su compañía. No obstante, se aclaran
las cosas vuelve a la compañía.
En 1936, recorre
el interior del país vestida de enfermera, con la Compañía de José Franco, como
parte del elenco de El beso mortal, que trataba los peligros de la promiscuidad
sexual, obra auspiciada por la Liga Argentina de Profilaxis Social. La obra
resultó un éxito en todo el interior, hasta se publicó una foto de Eva en la primera
plana de un diario de Rosario. Hubo que
hospitalizar a una de las actrices, y Eva, que desconocía la prohibición de
visitarla, fue a verla y se contagió. De inmediato fue despedida y volvió a
Buenos Aires. Recorrió agencias sin mucha suerte viéndose en la obligación de
cambiar de pensión, soportando como tantos otros el peso de la crisis. Más
adelante diría:
"Mi vocación artística me hizo conocer otros
paisajes: dejé las injusticias vulgares de todos los días y empecé a vislumbrar
primero, y a conocer después, las grandes injusticias. No solamente las vi en
la ficción que representaba sino en la realidad de mi nueva vida”.
Entre 1837 y
1838, conoce al director de la revista Sintonía y ex piloto automovilístico,
Emilio Kartulowicz, muy popular por esos días con quien vive un pequeño romance. El la
conecta con el mundo del cine, publica su foto en la portada de Sintonía,
aquella revista que solía leer en sus siestas pueblerinas en Junín. Si bien el
romance es fugaz, Evita siempre tuvo hacia este hombre un gran afecto hasta el
punto que siendo ya Primera Dama y en una época en que la prensa argentina
sufría escasez de papel, Evita regaló o donó,
a la revista Sintonía una buena cantidad de papel para su publicación.
Se dice que Kartulovich fue uno de sus grandes amores. Según sus amigas, Eva
era demasiado apasionada para tener sabiduría. Claro que estos amores primeros
no fueron sino la pista de despegue hacia el gran amor que estaba por llegar. A
partir del respaldo de Kartulovich convirtiéndola en chica de tapa, la carrera
de Eva Duarte dio un vuelco.
Participó
entonces en su primera película Segundos
afuera, de Argentina Sono Films, con actores de primera línea como Pablo
Palito y Pedro Quartucci. También pasa a formar parte de la Compañía de teatro
de la actriz Pierina Dalessi, que nunca
dejó de festejar y comentar aquella experiencia y amistad con la diva: “Eva era
tan flaca que no se sabía si iba o venía (…) Comía muy poco. Creo que nunca
comió en su vida. Cuando se acabó la miseria era por falta de tiempo que se
privaba de comer…”
Con lo ganado en
la película, más algunos ahorros que había logrado con sus trabajos como modelo
publicitaria, se mudó al Hotel Savoy, pero a la semana tuvo que abandonarlo,
porque su hermano Juan, que trabajaba en la Caja de Ahorro Postal, había robado
una importante suma de dinero. Para que su hermano no fuera a la cárcel y
devolviese el dinero vendió lo que tenía y regresó al inquilinato. Una muestra
de su solidaridad a toda prueba.
Por esos tiempos,
pudo grabar su primer radioteatro, Oro
Blanco, donde se trataba del conflicto de los hacheros y cultivadores en el
Chaco. Trabajo que la acercó a nuevas posibilidades, no solo profesionales, que
de algún modo pudo avizorar. Sin embargo una vez más las demandas familiares la
obligan a volver a Junín. Su hermana Erminda enfermó de pleuresía. Toda la
familia le aconseja volver y Eva les responde que volveré pero nunca fracasada,
“(…) primero conquisto Buenos Aires y después me voy”.
En 1939 empieza
otro radioteatro, Los jazmines del
ochenta, y a es cabeza de compañía. La pieza se estrena el 1 de mayo;
ocasión en la que se encuentra con compañeros de trabajos anteriores
manifestándoles que si no se compartieran las cosas buena y el trabajo con
amigos, qué sentido tendría aquello de la actuación. No solo su carrera sino su
cabeza empieza a cambiar, y da muestras
de la magnitud de la verdadera Eva. La
contrata la compañía del Teatro del Aire. En el ciclo se trabajaban piezas
teatrales escritas por Héctor Blomberg, novelista y poeta, que se dio a conocer
por sus temas históricos, particularmente consagrados a la época del
controvertido Juan Manuel de Rosas y al mismo Rosas. Surgía por entonces una
corriente nacionalista que recuperaba y exaltaba la figura del considerado como
dictador del siglo XIX, Ajena aun a toda ideología, por lo menos a una
ideología manifiesta y formal, Eva gana un prestigio particular al unirse a un
escritor cuyas ideas parecían los preliminares del ideario peronista.
Claro que en
otros ámbitos comenzaba a producirse toda suerte de prevenciones, dado que la
cultura argentina de los años 30 se mostraba a sí misma primero como francesa,
luego inglesa y finalmente universal. Paradójicamente, tanto la oligarquía
dominante como la izquierda opositora renegaban de lo que denominaban como
“cultura populachera”, a esa altura encarnada ya por Eva Duarte. Entre estos
sectores y el peronismo, al decir de la escritora, Alicia Dujobne Ortiz, sólo
hay un abismo estético y este es un motivo por el que puede sostenerse que Eva
fue “peronista” mucho antes que existiese el peronismo y que Perón fuese su alma mater o líder.
Probablemente,
estas coincidencias son parte de las tantas que acercan a las dos figuras
emblemáticas de la política argentina.
Desde el resentimiento social, hasta la estética del tango y del radioteatro,
Eva tiene mil razones para entenderse con Perón y más tarde dar vuelo al
peronismo.
Al año siguiente,
en 1840, Eva participa en dos películas con Luis Sandrini. Las revistas de
espectáculos se ocupan de ella y hasta fue de nuevo chica de tapa, en esa
ocasión de la revista Cine Argentino, vistiendo la camiseta del club Boca
Juniors. En 1942, recibe propuestas cinematográficas de los Estudios Baires,
entre otras un papel importante en la película Una novia en apuros. Por
esos tiempos le toman una serie de fotografías que comenzaron a
escandalizar todavía más a la pacata
sociedad porteña. Mostraba las piernas, el nacimiento de los senos y los
hombros. Intolerable por esos días para una mujer considerada “decente”.
Circunstancia que la misma pacata sociedad tomó directamente como un agravio
cuando, dos años mas tarde, asume el rol de primera dama. Esta situación por
cierto, la hizo de más cantidad de verdaderos amigos dentro del grupo de los
hombres que de las mujeres. Así encontramos dentro de su círculo, a actores
como Perdo Quartucci, empresarios como Juan Llauró, Emilio Kartulovich, Pablo
Suero, director de teatro, militares como el coronel Francisco Imbert, de
estricta formación prusiana que a partir de la Revolución del de Junio de 1943 se convertiría en director
de Correos y Telégrafos, controlando personalmente toda la radiodifusión y a
todos aquellos que deseaban entrar en la radio. Circunstancia no muy diferente
a la que sucedería en otras épocas posteriores con otras políticas y aun
sucede.
A poco de conocer
a Eva, el coronel Imbert, la instala en un departamento de la Calle Posadas,
uno de los mejores barrios de la capital porteña y la visita con asiduidad. Por
lo menos hasta aquel 22 de enero de 1944, en que Eva Duarte y Juan Perón se
conocen. Efectivamente, y como a la Milonguita del tango, dicen que a Eva los
hombres le hicieron mal. Comenzando por su padre, claro. Sin embargo, tenía una
vocación que la colmaba y pasión más que suficiente para dejarse entregar a la
injusticia y la soledad que padecen los
que son distintos, especialmente si son mujeres. Tal vez por eso y por
revancha, según muchos aun murmuran, los hombres fueron para Eva un medio y
nunca un fin; solo un medio necesario. De todos modos ninguna duda cabe, que
muchos de sus detractores se habrán arrogado sus “favores”, pues hasta hubo quien dijo que Evita era una
amante cara porque había que darle dinero para remedios. Por esos tiempos el
doctor Pardales le recetaba inyecciones de calcio para la desnutrición.
El escritor César
Tiempo cuenta una anécdota acerca de esa fragilidad de Eva. Al parecer un día
estaba sentada en una mesa de café y en una mesa cercana, estaba el escritor Roberto Arlt, ampuloso en sus gestos como siempre e
inquieto. Arle se quedó observando a aquella muchacha, desconocida para él, que
bebía a sorbitos su café con leche y que cada tanto tosía, igual a uno de los
personajes de sus cuentos. Al fin el
escritor a fuerza de querer llamar la atención de la muchacha, la hizo derramar
el café. Arlt, para hacerse perdonar por ella se arrodilló. Eva corrió al
baño, regresó aun llorando y con el
vestido mojado. “Me voy a morir pronto”, dijo
y Arlt le respondió: “no te preocupes, yo también”. Ninguno se
equivocaba, la muerte los citó sin dudas para que se conocieran: El 26 de julio de 1942, murió Roberto Arlt, y
Eva el mismo día y mes, pero diez años más tarde.
Eva, logra crear “un radioteatro distinto”, según
ella mismo dijera, “uno donde encarnar a las grandes mujeres de la historia de
la humanidad”. Así dio comenzó el ciclo
que se llamó Heroínas de la
historia, interpretando a mujeres como Isadora Duncan, Isabel I de
Inglaterra, Sara Bernhardt y Madame Chang-Kai-Cheik. Vivía y gozaba la
interpretación de cada personaje, de un
modo casi infantil. Era el resultado de su romanticismo. “Vivo mis obras,
porque vivo mi vida con la intensidad de una bella obra…mis heroínas son a cada
momento, documentos vivos de la realidad”.
Durante los
primeros meses del año 1943, Eva desaparece dejando varios contratos
pendientes. Entre las muchas versiones se
habló de la probabilidad de un
embarazo, o a causa de una anemia como consecuencia de una leucemia grave; también que ya militaba en las huestes de la
cercana revolución<; que había hecho amistad con el obrero anarquista Isaías
Santín, miembro de la Confederación General de Trabajadores- estrecho
colaborador de Evita hasta sus últimos momentos. Lo cierto es que nunca se supo
el motivo de aquella ausencia de casi siete meses.
Lo cierto es que
fueran cuales fueran los motivos, el detonante de la Revolución del 4 de Junio
de 1943, al presidente Castillo fue el nombramiento de Robustiano Patrón
Costas, millonario enriquecido con la explotación de la caña de azúcar, como
candidato a las próximas elecciones “libres”. Eva reapareció en el mes de
agosto, creando con alguno de sus compañeros de radio, y tomando la
presidencia, la Asociación Radial
Argentina.
“Desde que estoy
en el ambiente he tratado por todos los medios de contribuir al mejoramiento de
la condición del artista. He actuado en otros organismos gremiales antes de ser
designada presidente del que ahora nos agrupa a todos en la radio.
Entonces como ahora todas mis energías
las he puesto a favor de los derecho del artista a cuya familia pertenezco.”
Es así como da
sus primeros pasos en la política socia, de lo que sería el breve camino que la
conducía, sin saberlo aun, al hombre fuerte que ansiaba encontrar, Juan Domingo
Perón. Arduo camino que apenas comenzaba.
Años más tarde,
haciendo hincapié en los comentarios o la fama de Evita, José Steinsleger,
escribe en el diario La Jornada:
“Hija natural, entonces rencorosa, analiza el
psicólogo; pobre, entonces envidiosa, medita el filósofo; sin formación y con
pretensiones de actriz, entonces ignorante, vocifera el intelectual; rebelde,
entonces resentida, matiza el sociólogo…Que se acostó con varios
hombres…entonces prostituta, sanciona el obispo. Que se casó con el
coronel…Entonces trepadora, documenta el historiador. Psicólogos, sociólogos,
intelectuales, filósofos, politólogos e historiadores alzan la copa. Mujer al
fin….¿qué pude esperarse de una dama con tales atributos? Y cuando entró al
ruedo de la política mostró su perfil autoritario, es decir, fascista. Aspectos
que, según la visión, la historia propone inflar, pues de lo contrario habría
que hablar de cuando compró armas en Europa para organizar milicias obreras
cuando el ejército y la oligarquía intentaron el primer golpe contra Perón en
1951.”
Esa mirada
implacable de las que nos habla José Steinsleger, fue puesta sobre María Eva
Duarte desde el comienzo de sus días y por el resto de su vida, aun después de
su muerte y hoy mismo. Siempre la rodeó
la situación de celos y competencia, de rivalidad y envidia. También con
Libertad Lamarque, la famosa cantante argentina que viviera en México, se enfrentaron hasta llegar a las
manos. Apenas tomó su lugar como Primera Dama, se presentó a tomar su lugar
como presidenta de la Sociedad de Beneficencia, que históricamente era
presidida justamente por la esposa del jefe de Estado de turno. Las señoras,
socias y damas de dicha entidad, en su mayoría de la más alta sociedad porteña
que no la aceptaba, argumentaron que era demasiado joven para ocupar el cargo.
Riendo y altiva como era siempre que la provocaban, les respondió que si su
juventud era el único impedimento para ocupar el cargo, entonces les enviaría a
su madre, porque seguramente las igualaba en edad. Así terminó el diálogo y por
cierto la Sociedad de Beneficencia. Después de todo su espacio de acción social
lo ejercería en la Fundación Eva Perón.
Siendo la esposa
de Perón, y con plena conciencia del amor y respeto que le profesaban “sus
Descamisados”, como ella misma llamaba a los humildes y desheredados, sumado a
su gran voluntad de participación y condición de líder que ya era conocida y
asumida por ella, le reclamó a su marido el derecho ser la compañera de fórmula
en la próxima candidatura presidencial. Perón se negó. Presiones políticas por
cierto, o machismo, o celos en general. Lo cierto es que las presiones que
recibía el general no le permitieron darle el gusto a su esposa ni a sus
Descamisados. ¿Cómo evaluar las verdaderas e íntimas razones que llevaron a
Perón a negar, no solo ese deseo a su esposa Eva Duarte, sino el derecho
adquirido y bien ganado de Evita y de los millones de electores que clamaban
por ella?
Su personalidad,
su temple y sus logros, unidos a sus fracasos, han provocado siempre el mayor
afecto o el mayor rechazo. Fue una mujer capaz de provocar pasiones extremas.
Por eso se dice que Eva Perón es una simple cuestión de sentimiento popular.
Aunque muchos de sus detractores de entonces, ya no lo son y reconocen, por
encima de toda ideología, la valentía y arrojo de Evita para moverse en un mundo
que por esos días era solo de los hombres, tanto en lo público como en lo
privado y más aun en el terreno de la política. Ella misma expresa en su libro La razón de mi vida:
“Todo,
absolutamente todo en este mundo contemporáneo ha sido hecho según la medida
del hombre. Nosotras estamos ausentes en los parlamentos, en las organizaciones
internacionales. No estamos ni en el Vaticano ni en el Kremlin. Ni en los
Estados mayores del imperialismo. Ni en las comisiones de energía atómica. Ni
en la masonería ni en las sociedades secretas. No estamos en ninguno de los
grandes centros que constituyen un poder en el mundo”.
No obstante,
reconoce, refiriéndose justamente a La
razón de mi vida:
“Este libro ha
brotado de lo más íntimo de mi corazón. Por más que a través de sus páginas
hablo de mis sentimientos, de mis pensamientos y de mi propia vida, en todo lo
que he escrito el menos advertido de mis lectores no encontrará otra cosa que
la figura, el alma y la vida del General Perón y mi entrañable amor por su
persona y por su causa.”
Su amor a Perón,
pero por sobre toda las cosas su amor al proyecto del general, su propio
proyecto en realidad, a la vez que le dio fuerza a su vida le permitió dar otro
enfoque a la que ella mencionara como la “causa de Perón”. Puede que fuese
verdad que hubo muchos amores o muchos hombres, o tal vez solo hayan sido
muchos los hombres que una vez desaparecida Eva se han arrogado sus
favores. Una contemporánea de Evita,
cantante, y también actriz, luchadora y proveniente de la mas absoluta pobreza,
Tita Merello, decía de sí misma: “He sido mujer de muchos amores, pero de un
solo hombre…”, tal vez muchas mujeres podríamos decir lo mismo. Ese único
hombre , en el caso de Evita, fue sin dudas, Juan Domingo Perón.
Su nacimiento sin
duda la fraccionó de por vida. Según el sociólogo argentino Juan José Sebreli,
esa “doble pertenencia” es el resultado de saber que descendía por el lado del
padre de un estanciero, o por lo menos de un patrón de estancia y, por el lado
de la madre de peones de esa misma o
alguna otra estancia. Una característica habitual en un país mestizo, un
país-espejo, por aquello de mirar a Europa, de donde apenas 30 o 40 años atrás,
en esos días de la María Eva adolescente, había llegado aquella masa
fundamental de inmigrantes de todas las clases y condiciones, con su deseo de
ser más. Con la avidez de ser otra cosa, de reubicarse en esta nueva tierra y
siempre mejor que en la que habían abandonado.
Éste doble
mensaje o lectura, es seguramente lo que nos permite vislumbrar a una María Eva
que para sus compañeras de escuela era dulce pero dominante; además algo mayor
que las demás por haber repetido algún grado; una muchacha que muy pronto
aprendió a convivir con esa doble pertenencia en pugna, despertando miedo y atracción, dos
características adquiridas en la cuna y que nunca la abandonaron. Nada de esto
pasó por alto seguramente a Juan Domingo Perón. Cómo no enamorarse de una
muchacha tierna y autoritaria, de ojos soñadores como penetrantes, de gestos
bruscos y a la vez serenos. Muy pronto Perón como hombre y como líder percibió
estas cualidades, aunque tal vez nunca imaginó
que todo eso haría que Eva, muerta en la plenitud, fuese considerada la más sorprendente
paradoja: santa y prostituta; aventurera y militante cabal; hada y mártir; el
“mito blanco” y el “mito negro”.
En un artículo
del diario La Jornada, nos dice José
Steinsleger acerca de Eva: “Hija
natural, entonces rencorosa, analiza el sicólogo; pobre, entonces envidiosa,
medita el filósofo; sin formación y con pretensiones de actriz, entonces
ignorante, vocifera el intelectual; rebelde, entonces resentida, matiza el
sociólogo; que se acostó con varios hombres, entonces prostituta, sanciona el
obispo. ¿Y que - qué...? ¿Que se casó con el coronel...? Entonces trepadora,
documenta el historiador. Sicólogos, sociólogos, intelectuales, filósofos,
politólogos e historiadores alzan la copa. Mujer al fin... ¿qué puede esperarse
de una dama con tales atributos? Y cuando entró al ruedo de la política mostró
su perfil autoritario, es decir, fascista. Aspectos que, según la visión, la historia propone inflar pues de lo
contrario habría que hablar de cuando compró armas en Europa para organizar
milicias obreras cuando el ejército y la oligarquía intentaron el primer golpe
contra Perón en 1951.”
Esa mirada
implacable fue puesta sobre Eva Duarte desde el comienzo de sus días, su
infancia, su etapa como actriz, su etapa como primera dama, su actuación
política, su muerte y aún después. Ahora mismo. La situación de celos y
competencia o rivalidad iba a darse siempre a su alrededor. Muy conocida es la
anécdota aquella en que se dice que Eva Duarte y Libertad Lamarque, pelearon
hasta llegar a las manos en aquel festival llevado a cabo en el Luna Park a
beneficio de los damnificados por el terremoto. Al parecer quedaba un solo
asiento libre junto al coronel Perón y
las dos mujeres, se dice que entraron en conflicto por ocupar el puesto, hasta
el punto que Eva le propinó una cachetada
a Libertad Lamarque. Lo cierto es que fue Eva la que consiguió su lugar junto a Perón,
circunstancia que las mantuvo enemistadas por el resto de su vida.
Pero sin dudas lo
que más la haría padecer, estaba aun por suceder. Siendo ya la esposa del
coronel Perón y conociendo el amor y
respeto que le profesaban “sus descamisados”, como ella les llamaba, sumado a
su gran deseo de participación y condición de líder le exigió y aun le rogó a Perón, su derecho a
presentarse como compañera de formula en la candidatura presidencial. Perón se lo negó aquel derecho. Por cierto el
último, gran deseo de María Eva Duarte.
Eva tenía un
fuerte carácter y nada la amilanaba, cuentan que habiendo tomado posesión de su
sitio de primera dama, se presenta también a ejercer su puesto de Presidenta de
la Sociedad de Beneficencia, históricamente presidida por la primera dama de
turno. Las señoras socias de dicha entidad, damas todas de la más alta sociedad porteña y que por tanto no la
quieren ni la respetan, burlonamente le manifiestan que es demasiado joven para ocupar ese cargo. Y
ella responde que si su juventud es el único impedimento para ocupar la
presidencia de la Sociedad de Beneficencia, entonces les enviará a la señora
Juana Ibarguren, su madre, que
seguramente las igualaba en edad.
No obstante una
de sus mejores amigas, y protectora, la señora Pierina Dalessi, conocida actriz
que en 1938 la acoge no sólo en su compañía de teatro sino también en su propia
casa, solía decir: “Eva era una cosita transparente, fina delgadita, con cabellos negros y carita
alargada por el hambre, la miseria y un poco de negligencia, tenía siempre las
manos húmedas y frías. También era fría en su trabajo de actriz, un pedazo de
hielo. Era muy sumisa y tímida”.
En el período de
1943 a 1944, Eva Duarte y Juan Perón
parecen jugar a las escondidas y van pisándose los talones. Aunque aun lo
desconocían ambos tenían lo que el otro deseaba o necesitaba. Las cartas
estaban echadas. Perón necesitaba una amiga, y así se lo había comentado a una
de las amigas de Eva. Esa camarada en
común realizó una reunión con artistas donde le presentaría al general Perón a
la actriz Zully Moreno. Pero ésta se negó a verlo. No así Eva Duarte, quien le
fue presentada por ser por entonces, menos diva que la Moreno. Ésta es una
versión del primer encuentro. La otra es que el
Perón acudió el 25 de diciembre
de 1943 a la radio, donde se encontraba Eva, para dar un mensaje navideño. De
toso modos, si esa noche se hubiesen conocido , Eva y Perón no entablaron una
relación, pues Perón asistió con la “Piraña”, una jovencita mendocina a quien
él presentaba como su hija pero de quién se dice que era su amante.
Pero la versión oficial es la que cuenta que, el 15
de enero de 1944 a las 20:45 horas se produjo un devastador terremoto que
destruyó la ciudad de San Juan, capital de la provincia argentina que lleva el
mismo nombre, a más de 1000 kilómetros al norte de Buenos Aires. Nunca se
confirmó en número exacto de muertos, se calcularon unos 7 mil y más de 12 mil
heridos. En su ayuda se acudió a la solidaridad de todos los argentinos. A
cuatro días del terremoto, Perón que por entonces estaba al frente de la
Secretaría de Trabajo y Previsión, convocó a los actores para que recorrieran
las calles con alcancías para recaudar fondos para los damnificados. Además, se
propuso hacer un festival para recaudar más fondos.
Eva se mantuvo
alejada y en silencio. No acudió al llamado del gobierno. Cuando se hizo la
propuesta del festival se opuso. Años más tarde contaría:
“Yo no estaba de
acuerdo y lo dije, pensaba que en esta situación el que tenía plata debía darla
sin esperar nada a cambio. Cuando los demás se retiraban Perón pidió que me
quedara. Le hice saber que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa, movilizaría
a mis colegas; mi compañía de la radio se ofrecía a ser la empleada en esa
batalla benéfica. Quería hacer algo por esa gente que en ese momento era más
pobre que yo. Perón se sorprendió al escucharme y me ofreció trabajar junto a
ellos en la secretaría. Quedé en
contestarle luego de conversarlo con mis compañeros.”
Finalmente se
llevó a cabo el festival en el Luna Park. Participó toda la colonia artística
con un lleno total, y en presencia del por entonces presidente Ramírez y su
esposa, junto a Perón, que ya se perfilaba como el “coronel del pueblo”. Eva
Duarte llevaba un vestido negro, un sombrero de plumas y guantes largos y,
según versiones, cuando terminó el espectáculo se retiró con Perón. Más
adelante la misma Eva recordaría aquel momento:
“Me puse a su
lado. Tal vez esto hizo que me prestara atención, y cuando tuvo tiempo para
escucharme le hablé lo mejor que pude: Si como tu dices la causa del pueblo es
tu propia causa, nunca me alejaré de tu lado, hasta que muera, por más grande
que sea el sacrificio.”
Puede que no
fuese exactamente así lo sucedido, sino que solo se tratara de lo que Eva
hubiera deseado que aconteciera. O puede que sí. De todos modos, aunque Eva no
hubiese dicho aquellas palabras a Perón, ninguna duda cabe de que ambos
intuyeron que así iba a ser. El imán que Eva poseía y esa popularidad tan controvertida
de los dos, sumadas al paternalismo de Perón, resultaba una excelente
combinación que comenzarían a ejercer y a disfrutar desde el primer momento.
Desde el primer día, ese que les arrasó cambiando el norte de sus vidas para
siempre. Como la misma Eva escribe:
“Me había
resignado a vivir una vida común, monótona, que me parecía estéril, pero que
consideraba inevitable. (..) Pero en el fondo de mi alma no podía resignarme a
que aquello fuese definitivo. Por fin llegó mi día maravilloso. Todos o casi
todos lo tienen en la vida, y para mi fue el día en que mi vida coincidió con
la vida de Perón. Ese encuentro me dejó una marca imborrable en el corazón y
ella señala el comienzo de mi vida verdadera.”
El lunes
siguiente al festival, Eva llegó a su trabajo en coche del Ministerio de Guerra. El chofer se bajó, le abrió la puerta
y le ofreció la mano; tampoco entonces
Eva Duarte se amilanó ni dudó, tomó la mano del hombre, sonrió y entró a los
estudios de Radio Belgrano. Por esos días Eva tenía veinticuatro años y Perón
cuarenta y nueve. La mirada de dos líderes se había cruzado al fin. Desde
entonces otro movimiento partiría en dos la tierra de los argentinos y su historia política. Su compañerismo y la lucha
política fue vital para ambos. Quizá Eva nunca comprendió del todo que esa
lucha que ella misma tanto atribuyó a Perón, no fue sino su propia lucha,
aquella en la que se debatió desde aquel día que, de la mano de su madre, debió ponerse en puntas de pie para alcanzar el ataúd donde yacía su padre
natural, Juan Duarte, y verle la cara. Esa sola vez vio a aquel que nunca le había dirigido una mirada ni la
reconoció como su hija.
Por aquellos días
de radio, Eva participó activamente en el programa Hacia un mundo mejor, que informaba
que informaba acerca de las conquistas sociales logradas por la
Secretaría de Trabajo y Previsión y Juan Perón. De a poco su actividad artística va quedando de lado por
su dedicación a la política social, y a Perón. Continuó con su actividad
radial, actuando como Sara Bernhardt. Cuando terminaba la radio, se dirigía al
departamento donde se llevaban a cabo las reuniones de Perón con sus
colaboradores, militares y empleados del ministerio. Aunque discretamente, Eva
se integraba a los encuentros.
En 1944, se
estrenó la película La cabalgata del
circo, junto a Hugo del Carril y Libertad Lamarque, donde tuvo su primer
protagónico. Fue la primera vez que apareció con cabello rubio. Tal vez fue
recordando aquella primera vez que se la vio rubia cuando Perón la recuerda “de
frágil presencia pero de vigorosa voz, con una larga cabellera que le caía
suelta sobre la espalda, y de ojos ardientes”.
Al finalizar ese
mismo año, los estudios San Miguel, anunciaban una nueva película con Eva
Duarte, La Pródiga, la historia de
una española adinerada que legaba sus bienes a los aldeanos. La película
comenzó a filmarse pero no fue sencillo
llevarla a término. Entre tanto, en setiembre, ( 1945) se realizó la marcha por
la Constitución y la Libertad en contra de
Perón. Hubo un paro, que también afectó en los estudios de filmación,
porque muchos se adhirieron. Finalmente , la película se terminó pero con una
extra en lugar de Eva Duarte. Pero Perón se opuso a su proyección comercial.
Años más tarde
recordaba Perón: “Me seguía como una sombra, me escuchaba con atención,
asimilaba mis ideas y las ejercitaba en su mente extraordinariamente ágil, y
seguía mis directrices con gran precisión”.
EL 17 de octubre
de 1945, cientos de miles de peones de
campo y obreros, marcharon por las calles de Buenos Aires exigiendo la
liberación de Perón, detenido en la prisión militar de la isla Martín García, frente a las costas de la
ciudad. Aquel día un chofer de taxi que transportaba a Eva, denunció denunció a
un grupo de estudiantes universitarios que al reconocerla la escupieron y
golpearon. “Por cada golpe –recordaba Evita- me parecía morir y sin embargo a
cada golpe me sentía nacer. Algo rudo pero al mismo tiempo inefable fue aquel
bautismo de dolor que me purificó de toda duda y de toda cobardía”.
Muy pronto en su
infancia, Eva había comprendido aquello del odio no solo de clase sino de
género. O el odio de género como parte del odio de clase. Tantas veces había
recibido comentarios como aquel que le hiciera el director de una compañía de teatro: ¿Qué clase
de actriz sos que ni siquiera tenés un amigo que te pague los trapos?”. Este
tipo de comentarios siempre la rodearon, provenientes de los más diversos
ámbitos. Pero Eva nunca dudó de sus fines ni propósitos. Nunca se detuvo, nunca
se arrepintió de avanzar un paso más. Por el contrario, ante la duda siempre
daba el siguiente paso. A escasos minutos del que supo era el último, un 26 de
julio de 1952, Evita murmuró a una de
sus enfermeras: “Nunca me sentí feliz y por eso me fui de mi casa. Una mujer decente tiene que ir adelante en la
vida”.
Sin duda que
conformaron una pareja con inmenso poder. Se complementaron desde el primer
momento. Perón fue un estratega y conductor del naciente movimiento de masas;
era amigo de sus amigos, racionalista, conciliador, afable. Evita lo adoraba
compulsivamente; sin embargo tenía su propio estilo, mezcla de esposa,
secretaria y amante, matriarcal y patriarcal al mismo tiempo. Fundamentalmente
independiente.
Aunque el mismo
Perón, se arrogó el derecho de todo aquello que era Eva. Dijo a la revista Panorama, en abril de 1970:
“Eva Perón es un
producto mío. Yo la preparé para que hiciera lo que hizo. La necesitaba en el
sector social de mi conducción. Y su labor, allí, fue extraordinaria. En la
mujer hay que despertar las dos fuerzas extraordinarias que son la base de su
intuición: la sensibilidad y la imaginación. Cuando estos atributos se
desarrollan, la mujer se convierte en un instrumento maravilloso. Claro. Es
preciso darle también un poquito de conocimiento. (…) La acción de Eva fue ,
ante todo, social: esa es la misión de la mujer. En lo político se redujo a
organizar la rama femenina del partido peronista. Dentro del movimiento, yo
tuve la conducción del conjunto; ella, la de los sectores femenino y social. Le
dejé absoluta libertad en ese terreno: era mi conducta con todos los
dirigentes.”
Un comentario que
la misma Eva Duarte no aceptaría o compartiría con él, como no lo pueden
compartir muchas mujeres pues no deja de ser una lectura puramente machista de
una realidad que Perón no pudo asumir con la grandeza acorde con el caso. De
todos modos, bien claro está que Eva nunca hubiera sido Evita sin Perón, ni
Perón hubiera sido Perón sin Evita, porque como dijera Jorge Luis Borges,
acérrimo opositor de ambos: “En la economía de pareja, al menos en sus
comienzos, ella resultó útil y él, necesario.”
Si en las últimas
décadas el poder de la mujer en el mundo ha avanzado buscando la igualdad con
el hombre, podría decirse que Argentina hace mucho que lo había empatado. La
mujer luchaba junto al hombre, tal vez antes de Evita, pero es ella la que
arrasa con muchos de los arcaicos preconceptos acerca del trabajo de la mujer,
su derecho y deber de agruparse, agremiarse y ejercer la militancia partidista.
Ya en sus tiempos de actriz, antes de conocer a Perón, se hablaba de su vena
política cuando creó el Sindicato de Variedades, ya que el gremio de actores
era bastante elitista y aristocrático.
En 1945, Perón,
secretario de Trabajo y Previsión y vicepresidente de la Nación, es nombrado ministro de Guerra. No obstante, el general
Ávalos, empieza a pergeñar un golpe de Estado. La figura de Perón, sin dudas se
interpone en sus planes. Le pide entonces que renuncie a sus cargos. Perón se niega. Como consecuencia
de ello es detenido y trasladado a la cárcel de Martín García. Ese día 8 de octubre cumplía 50 años. Desde su
reclusión le escribe a Eva:
“Mi tesoro
adorado: solo cuando nos alejamos de las personas queridas podemos medir el
cariño. Desde el día que te dejé allí, con el dolor más grande que puedas
imaginar no he podido tranquilizar mi triste corazón. Hoy sé cuánto te quiero y
que no puedo vivir sin vos. Esta inmensa soledad está llena de tu recuerdo.
Y para que no
quedaran dudas de su amor, continúa:
“Tratare de ir a
Buenos Aires por cualquier medio, de modo que puedes estar tranquila y cuidarte
mucho la salud. Si sale el retiro, nos casamos al día siguiente, y si no sale,
yo arreglaré las cosas de otro modo, pero liquidaremos esta situación de
desamparo que tú tienes ahora. Viejita de mi alma, tengo tus retratitos en mi
pieza y los miro todo el día, con lágrimas en los ojos. Que no te vaya a pasar
nada porque entonces habrá terminado mi vida. Cuídate mucho y no te preocupes
por mí; pero quiéreme mucho que hoy lo necesito más que nunca. Tesoro mío, tené
calma y aprendé a esperar.
Al enterarse del
encarcelamiento del líder, la poderosa
CGT convoca a un paro general el 17 de octubre. Eva sale a las calles a alentar
la huelga y convoca a un acto en la Plaza de Mayo. Así lo rememora la misma
Eva:
“(…) Anduve por
todos los barrios de la gran ciudad. Desde entonces, conozco todo el muestrario
de corazones que late bajo el suelo de mi patria. A medida que iba descendiendo
de los barrrios orgullosos y ricos a los pobres y humildes, las puertas se iban
abriendo generosamente, con más cordialidad (…)
El acto se llevó
a cabo y Perón es liberado. Con un breve discurso en el balcón de la casa de
gobierno, un vez recupera sus cargos, contenta con las masas, las cuales se
retiran tranquilamente y así se aplaca al general Ávalos. Hasta cierto punto es
la primera vez que el pueblo ejerce su poder directo.
Después de éste
incidente, Perón y Eva deciden por fin contraer matrimonio. La ceremonia se
lleva a cabo el 22 de octubre de 1945. Pero no tuvo valor legal, porque si bien
los papeles fueron consignados en el Registro Civil de la ciudad de Junín, la
ceremonia se había llevado a cabo en el departamento de la Calle Posadas que
compartían desde el inicio de la relación. Además fueron falseados los datos
personales: Eva había declarado tres años menos y Perón negado su viudez.
Tampoco realizaron el trámite prenupcial obligatorio. Los testigos que
convalidaron todos los errores fueron Juan Duarte, hermano de la novia, y el
coronel Domingo Mercante, amigo
personal de la pareja. Evita no poseía el apellido Duarte por ser hija
ilegítima, sin embargo había conseguido un certificado de nacimiento a nombre
de María Eva Duarte y no como María Eva Ibarguren; un político y militar como
Perón, no podía de ninguna forma casarse con una ilegítima como Evita.
Posteriormente contrajeron matrimonio cristiano el 9 de diciembre en una
iglesia de la ciudad de La Plata, a pocos kilómetros al sur de Buenos Aires.
Una vez
regularizado el matrimonio, condición imprescindible, el 31 de diciembre el
coronel Perón fue ascendido a general de brigada y el 4 de junio de 1946 asume
como presidente luego de ganar las elecciones en el mes de febrero. En aquellos
tiempos, entre el casamiento y los comicios, Perón recorrió el país en ferrocarril,
siempre acompañado por su esposa. Evita fue la primera mujer de candidato que
acompañaba a su marido en la campaña, y la gente se les acercaba no tanto
siempre por Perón sino porque conocían a la futura primera dama, como actriz.
La gente comenzó a llamara Evita y tan pronto asumieron la presidencia ocuparon
el Palacio Unzué.
Aunque Eva no
tenía cargos formales en el gobierno, disponía de su despacho en el Correo
Central, desde donde atendía las cuestiones atinentes a la ayuda oficial del
Estado. No tardó mucho en mudar su oficina al Ministerio de Trabajo. Si bien no
era ministro se comportaba como si lo fuese. Perón reconocía que su esposa
merecía una medalla por lo que hacía en pro del trabajo y sostenía: “Eva vale
más que cinco ministros juntos”.
Almorzaban en el
Palacio unzué, en pleno barrio de la Recoleta, dormían siesta cada uno por su
lado y luego ella salía de nuevo a recorrer fábricas, escuelas y barrio pobres.
Llevaban una vida ordenada, rodeados de amigos y sus tres perros criollos. No habiendo
reuniones protocolares preferían no salir de noche y reunirse en casa con
amigos. Con más razón la frase tan dicha de Perón, “de la casa al trabajo y del
trabajo a la casa”. Sin embargo pasaban los fines de semana en una quinta de la
localidad de San Vicente, al sur del gran Buenos Aires.
Aproximación a Juan Domingo Perón
Perón había
nacido el 8 de octubre de 1985, en Lobos, una pequeña ciudad de la provincia de
Buenos Aires; El padre del líder, Mario Tomás Perón, era hijo de un químico,
médico y senador, Tomás Liberato Perón enviado a París en 1870 por el
presidente Domingo Faustino Sarmiento como premio a su importante actividad y
ayuda durante la peste de fiebre amarilla en Buenos Aires. Don Tomás, abuelo de
Juan Domingo, se había casado con una uruguaya, Dominga Dutey, hija de vascos
de Bayona. De modo que igual que Eva, el general Perón era de ascendencia
vasca. Mario Tomás elegiría para sí un destino totalmente diferente al de su
padre, se radica en Lobos donde se dedica, a trabajar una propiedad que recibe
en herencia. Su hermano se había suicidado. Mario Tomás conoce a una
criolla, Juana Sosa Toledo, con quien
tiene un primer hijo, Mario Avelino Perón.
Don Mario Tomás
había prometido a su familia que acabaría con aquella relación con aquella
mujer que, por criolla y descender de pueblos originarios, definían como ‘poco
digna’ para un Perón. Sin embargo, el hombre permanece a su lado y cuatro años
más tarde nace el segundo hijo, Juan Domingo. Cuando Perón tenía tres años, su
padres se marchó a trabajar a la Patagonia dejando a Juana Sosa Toledo y sus
dos hijos a cargo de la familia. Cuando
don Mario Tomás regresó el grupo familiar su hijo menor tenía seis años; luego
partirían todos rumbo al sur de la Patagonia, a la estancia La Maciega. Allí
Perón aprendió a caminar y a hablar y se inició en las estrategias de la caza.
Igual que doña Juana, la madre de Eva, la doña Juana, madre de Perón, desarrolló con habilidad las artes de la
sobrevivencia. Montaba, domaba; curaba enfermos; asistía a las parturientas;
gran amiga y compinche de sus hijos, complicidad que mostraba guiñándoles el
ojo por detrás del padre. “Mi madre era un amigo y consejero”, diría Perón
masculinizando aquellos atributos maternos
como si de ese modo les diese pudiese revalorizarlos.
Con el tiempo, y
habiendo sido llevado a casa de su abuela para completar su educación, dicen
que Perón, al regresar encontró a su madre en la cama con un peón. Lejos de considerar que la mujer había sido
abandonada por ‘sus hombres’, el que le hizo los dos hijos y los propios hijos,
Perón jamás la perdonó. Volvió a irse, pero esta vez se internó en el Colegio
Militar, cortando así todos sus lazos familiares y abocándose a su carrera
militar.
Es quizá en estos
aspectos donde marcadamente se identificaban Eva y Perón, en esa marcada “doble
pertenencia”, a la que hace referencia el sociólogo Juan José Sebreli,
ambigüedad adquirida por descender de los que se consideraban dueños de la
tierra, por un lado y por otro de los que la trabajaban o trabajaban para los
anteriores. De ese modo Peón hace
del Colegio Militar su familia y su
carrera. En 1917 los obreros de La
Forestal realizan una huelga y Perón con solo hablarles los convence de que ese
no es el camino adecuado. Recibe varios ascensos, escribe numerosos tratados,
enseña en la Escuela Superior de Guerra y cuando recibe el diploma de oficial
del Estado Mayor, se casa con Aurelia Tizón, su primera esposa que moriría en
1938 de un cáncer de útero, sin dejar hijos. Aunque al parecer no fue por a causa
de su enfermedad, aun hoy se debate en
torno a la esterilidad de Perón.
Perón no estuvo
al margen de la revolución que derrocó al presidente radical Hipólito Irigoyen,
que impulsaba un proceso de transformaciones sociales que lo enemistó con los
sectores dominantes Años más tarde, Perón dijo que haber participado en el
golpe de 1930 no significó sino que obedecía a los que por entonces fueron sus
superiores. En una entrevista que le hiciera el escritor y periodista uruguayo
Eduardo Galeano en 1965, hablando justamente de esas cosas de ‘el mandar y el
obedecer’, Perón dice que “manejar a los hombres es una técnica, la técnica del
líder. Una técnica, un arte de precisión militar. Yo lo aprendí en Italia, en
1940. ¡Esa gente sí que sabía mandar!”
Perón tenía una
respuesta a inmediata para todo y para todos. Una vez Eva, de muy mal humor, le
comentó que le parecía pobre el nombramiento como secretario del ministerio de
Guerra y Trabajo que acababa de aceptar, él respondió simplemente: “Ellos creen
que es un puesto secundario. En realidad el verdadero poder se apoya en los
sindicatos. Y en la radio”.
¿Molesto?
En 1945 Juan
Domingo Perón inicia su primera gira electoral por Córdoba ,La Rioja,
Catamarca, Tucumán, Jujuy, Santiago del Estero, Salta y Santa Fe. Evita
apasionada por la actividad política, se une a la comitiva en Santiago del
Estero. Regresan a Buenos Aires el 1 de enero tras un gran éxito en las
provincias La genes esperaba ver pasar el tren de campaña, con la figura
fresca, blanca y rubia de Eva, igual a un hada a punto de conseguir la varita
mágica que les cumpliría todos los deseos. El 24 de Enero la fórmula
Perón-Quijano obtiene un 56 % de los votos y al Unión Democrática el 44%. A
partir de este momento Eva, como primera dama, comienza su carrera contra la
pobreza, la desigualdad y los “oligarcas”.
Eva contó en sus
memorias:
“Hasta 1943, las
reivindicaciones obreras en la Argentina tenían una doctrina y una técnica que
no se diferenciaban para nada de la doctrina y técnica de los demás países del
mundo. La doctrina y la técnica eran pues internacionales, vale decir
extranjeras en todas las patrias y para todos los pueblos, porque cuando una
cosa es internacional pierde incluso el derecho de tener Patria aun en su país
de origen. No diré que los anteriores fueron malos dirigentes, por el contrario
creo que cumplieron lo mejor que pudieron con la masa que en ellos depositó su
confianza. ¡O su desesperación! Porque,
frente al egoísmo brutal de la
oligarquía capitalista y despiadada ¿qué otra cosa que desesperación podía
tener la masa obrera al elegir a sus dirigentes?”
El fuerte
machismo argentino ejercido no solo por los hombres sino por las mujeres había
minimizado el papel de aquellas que la ley considerada: “Primera dama”. Qué
tanto tenía que meter sus narices una mujer, ni siquiera siendo la esposa del
presidente, en los asuntos de Estado. Las castas tradicionales no soportaban la
actividad de una mujer en la política, menos si provenía de la llamada clase
baja, y muy grave si además había sido actriz. De qué manera podrían aceptar a
Eva Perón, no solo los hombres que sintieron usurpar sus espacios de poder
sino, y casi peor aún, las mujeres de la oligarquía que vieron en Evita una
usurpadora. ¿Por qué aceptar a Eva entonces?
Pero las señoras y
señores de la sociedad porteña no contaron con que el odio de clases era
recíproco. Odio agravado por la pobreza y la marginación que la primera dama
había padecido en su infancia. Bien sabido es que el hostigamiento y la
exclusión solo pueden genera represalias.
Para empezar, y
conmovida por la problemática de la mujer, Evita bregó por la anulación en el
Código Civil de la calificación de “hijos adulterinos!, “hijos sacrílegos” e
“hijos putativos” a los mal llamados hijos naturales, fruto de uniones no santificadas
por la Iglesia o los Tribunales (así figuraba hasta entonces en el acta de
nacimiento). Echó las bases para que dos años después, en 1948, el gobierno
peronista estableciese el divorcio vincular. Ya antes, el 23 de septiembre de
1947, ante una multitud entusiasta convocada por la CGT, Evita presentó la ley
que concedía a la mujer el derecho al voto. Desde principios de siglo se
propiciaron iniciativas similares, pero todas conocieron el fracaso. Ante los
ojos vigilantes de la Iglesia, los senadores y diputados peronistas, mayoría en
ambas cámaras, dieron vueltas y revueltas, luciéndose con extensas diatribas
acerca del asunto. Un día, aburrida de tanta espera para una respuesta
simple, Eva entró con una silla al
recinto parlamentario, tomó asiento con discreción y se puso a oír el debate.
Los congresistas enmudecieron mirándose entre sí. Evita sólo preguntó:
“¿Molesto?.
Sin duda, sus
triunfos alegraban a Perón. Aquellos logros serían atribuidos a sus gestiones o
aprobación. Sin embargo no eran pocas las veces que sonreía con indulgencia a
lo que consideraba simpáticas propuestas de su esposa. Finalmente Eva no hacía
más que marcar y allanarle el camino en ciertos temas espinosos, aunque no
siempre las cosas salían según su propuesta. En una ocasión, Eva opinó acerca
de la necesidad de tener ocho senadoras. Los legisladores se negaron a la
propuesta de la primera dama, pues solo aceptaban seis. Perón entonces pidió a
la “Presidenta del Partido Femenino” que renunciara a la idea de dos puestos
más en el senado y como si se tratase de un simple capricho de mujeres,
comentó: “Seguramente nos va a decir que sí, son tan generosas las mujeres…”.
La señora Rosa Calviño, delegada de la primera unidad básica de mujeres y luego
senadora, cuenta que, en esa ocasión, Evita no tuvo más remedio que aceptar
pero al llegar a la calle tuvo náuseas y regresó a vomitar.
Con los pobres de la tierra
Bien conocida es
su afición y empeño por visitar los barrios marginales, “Villa miseria”, donde de cerca y en contacto
directo podía comprobar la inquietud y necesidad de la gente. Ella misma había
vivido muchas de esas cosas de la pobreza, pero nunca le había tocado vivir en
la miseria como sí padecía ese pueblo al que se acercaba cada día más, para
paliar, aunque sea un poco tanta carencia, o simplemente en busca de votos,
según sus detractores.
Cuenta la
escritora Alicia Dujovne Ortiz, que en una de esas ocasiones visitando la Villa
Soldati, a Eva le llamó la atención un bulto de trapos que se movía en un
rincón. Eva se acercó y vio un niño con
el pelo desordenado que le cubría parte de la cara, cuando se arrimó
más, aquello que parecía la cabellera del niño se alzó en el aire en medio de
un zumbido, eran ciento de moscas. Eva se hizo a un lado espantada. Esa noche
no pudo dormir. A los tres días volvió acompañada por el intendente de Buenos
Aires y el ministro de Salud Pública e informó a la gente que a partir de ese
día tendrían una vivienda decente, que se llevaran lo mínimo y necesario para
los dos o tres primeros días uno que
otro recuerdo apenas. Ordenó entonces a las autoridades prender fuego a la
Villa, supervisando ella misma el operativo que duró ocho horas. Cuando
trataron de disuadirla para que se fuera, ella respondió que no se iría hasta
comprobar que se hubiese quemado todo. “Esta gente ha nacido en el barro
–manifestó- esta noche cuando duerman entre sábanas limpias seguramente
extrañarán el olor de la tierra. Yo los conozco, son capaces de volver y si aún
encuentran un techo en pie seguro que se quedan.”
Como complemento
a sus arrebatos, Evita poseía una paciencia infinita, o quizá simplemente
obstinación, y a eso mismo obligaba a los que la rodeaban. Cuando se escuchaban
los comentarios de los opositores que reclamaban burlones, “para qué dar
vivienda a esa gente bruta que levantan los pisos para hacer asados”, Eva
respondía: “Póngales otro parquet. Y después un tercero hasta que entiendan.
Toma tiempo convencerse que uno también tiene derecho a vivir decentemente”.
Eva sabía que el peor de los males que padecía
aquella gente era la falta de ganas. Los había observado asomados entre paredes
y techos de cartones con la mirada vacía; con esa desidia o falta de ganas que
impide hasta quitar la basura que se arroja casi a la entrada misma del rancho.
No es pereza, como se dice, sino por tristeza. Los pobres pierden el deseo,
hasta se olvidan de comer porque cuanto menos se come menos hambre se
tiene. Eva lo sabía y de una manera
particular apuntó a provocarles ‘deseos’. Sobre esa base crea la Fundación Eva
Perón: “Hay que querer”, les decía, “Ustedes tienen el deber de querer y
pedir”.
Algunos antecedentes, incidencia en la época y legado
En su primer
discurso oficial Evita se presentó:
La mujer del
presidente de la República, que os habla, no es mas que una argentina más, la
compañera Evita, que está luchando por la reivindicación de millones de mujeres
injustamente pospuestas en aquello de mayor valor en toda conciencia: la
voluntad de elegir, la voluntad de vigilar, desde el sagrado recinto del hogar,
la marcha maravillosa de su propio país. Ésta debe ser nuestra meta…
Así expresó su
propósito ante los derechos de la mujer sometida al poder y decisión del
hombre. Su meta era lograr la participación de la mujer en la política, aunque
no había sido la primera en el país trabajando para lograrlo. Desde el primer
momento podía encontrársela en el Congreso dialogando y persuadiendo a los
legisladores sobre los derechos civiles de la mujer, hasta que en 1947 el
Congreso aprobó una ley que permitió a las mujeres incursionar en cargos
públicos y ejercer su derecho al voto.
Sin embargo no
todas las mujeres consideraron que era un logro de Evita. Por el contrario,
ganó muchas críticas y esta situación produjo encono y confusión. Sucedió que
muchos de esos logros del peronismo, los que atañen a Eva particularmente,
fueron el broche final de otras luchas iniciadas en aquellos primeros tiempos
de María Eva Duarte, o cuando aun no había nacido. A fines del 1800 y comienzos
del 1900, otras historias se sucedían…
En el libro Las Mujeres y la Patria, la escritora
argentina Lucía Gálvez nos cuenta acerca de aquellos comienzos de lucha. En
1896 empezó a editarse un periódico bajo el título La voz de la Mujer, acompañado de la bajada “Sale cuando puede”. Un
grupo de mujeres españolas e italianas, en su mayoría anarco-comunistas, lo
pensaba, lo financiaba, lo escribía y lo firmaba bajo seudónimos del tipo de:
“Grupo de vengadoras”, “Hacha y veneno”,
“Una serpiente para devorar burgueses”, “Sin Dios, Sin Patrón y sin
Marido” y otras un poco menos duras que se apodaban “Una que está en el camino”
o “Viva el amor libre”.
A partir del
concepto de la fusión de ideas socialistas y anarquistas, estas mujeres, mas
algunos señores que las apoyaban, bajo seudónimos acordes con los ya citados,
buscaron crear un nuevo orden social no tanto “más justo e igualitario” sino un
orden socialmente “justo e igualitario”. En 1902, las mujeres universitarias
crean su propia asociación donde luchar por la igualdad de derechos políticos y
civiles; se logró un proyecto de modificación del Código Civil sobre los
derechos de las mujeres casadas. Proyecto que fue presentado al diputado socialista
Alfredo Palacios para ser presentado en el Congreso. El conflicto se daba
también entre las mujeres solteras y las casadas, porque estas últimas se veían
en la obligación de abandonar hijos y hogares en las horas de trabajo.
En 1918 cuando
aún María Eva Duarte no había nacido, la señora Julieta Lanteri, médica y que
después de obtener su ciudadanía argentina creo el Partido Feminista Nacional,
se presentó como candidata a diputada, porque si bien no se había dado esa
situación tampoco la ley lo prohibía. O sea que la ley no consideraba a la
mujer ni siquiera para prohibirles su participación. Simplemente no reconocía
su existencia, no eran tenidas en cuenta. Los hombres vieron votar a esta
señora ejerciendo un derecho que nadie le había concedido pero que tampoco le
era negado.
Como consecuenca
no tardó mucho en dictarse una ley según la cual para votar era necesario haber
cumplido el servicio militar. Entre idas y venidas de ese tipo la señora Alicia
Moreau de Justo, en 1920, organizó el Comité Pro Sufragio Femenino. Realizaron
un simlacro de elecciones, para crear el hábito en la sociedad. Alicia Moreau
iba por el Partido Socialista e invitó a la señora Julieta Lanteri, por la
Unión Civica Radical y Alicia Rawson que presentaba su propia candidatura
basada, casi igual que en los otros casos, en la reivindicación de los derechos de la mujer: derechos civiles
y políticos iguales para hombres y mujeres; igualdad para hijos legítimos e
ilegítimos; igual pago por igual tarea; divorcio absoluto; abolición de la pena
capital, etc.
Durante
veinticuatro días hubo campaña electoral. Alicia Moreau de Justo repartió 20
mil volantes en fábricas, talleres y plazas. Votaron más de 3 mil mujeres.
Moreau ganó y Lanteri salió segunda. Desde entonces hasta 1926 esta última se
presentó como candidata. En ese año se sancionó la ley de derechos civiles
femeninos según la cual todas las mujeres, solteras, casadas, divorciadas o
viudas eran consideradas jurídicamente iguales a los varones.
Pudimos votar
En setiembre de
1947, el gobierno de Perón, gracias a la influencia de Eva Duarte, sancionó la
Ley 13.010, dando a las mujeres el derecho de sufragio que venían reclamando
desde comienzos de siglo. Las mujeres que habían bregado por todo aquello se
sintieron relegadas, les había sido robada su bandera. Los logros de Evita
fueron considerados seguramente como una “graciosa concesión” de Perón hacia “esa
mujer”, como llamaban muchos a Evita. Una vez más el “odio de clase” fue mayor
que la necesaria e imprescindible complicidad de género.
Tanto habían
luchado unas y otras, pero Eva Perón les quitaba la bandera del triunfo en la
recta final. La luchadora por las mujeres de toda la vida, Alicia Moreau de
Justo, dijo entonces:
‘No basta para
ser ciudadano tener una boleta de voto, hace falta algo en la cabeza…y en el
corazón’, por supuesto que no es errado el concepto, pero qué duda cabe que no
era el mejor momento para esa reflexión. Una vez más, repito, la lucha de
clases pretendió herir de muerte a la lucha de género, las mismas mujeres empuñaban el arma.
El odio y la
represalia, causa y consecuencia siempre, se hallaba en su mejor forma por esos
días. En 1952, a raíz de ciertas
declaraciones del mismo tenor de la escritora Victoria Ocampo contra el
peronismo y acérrima opositora de Eva Perón, sufriría en carne propia el odio
de clase. El gobierno peronista allana la revista Sur, que dirige Victoria , y
es encarcelada en la cárcel del Buen Pastor, durante veintisiete días. Victoria
y la Federación de Mujeres Argentinas habían pregonado desde la revista Sur que
la nueva ley era una “ maniobra política”.
El 26 de julio de
1949, Eva dispuso un censo de mujeres peronistas en todo el país con el fin de
organizar ella misma la primera Asamblea Nacional del Movimiento Peronista
Femenino en el Teatro Cervantes. Se proclarmaron los logros sociales y la
creación del Movimiento Peronista Femenino que se presentaría en las Unidades
Básicas, donde no sólo se impartía capacitación política, sino clases de
alfabetización, de corte y confección, arte culinario, asistencia médica,
jurídica y enfermería; todo esto se convertiría más tarde en el Partido
Peronista Femenino. Sin embargo Evita no era feminista. A diferencia de muchas
que sí lo eran, Eva bregaba por la familia reivindicando el papel de la mujer
en el hogar, y conservaba ciertos conceptos machistas de los que renegaba pero
de los que nuna logró zafar. “La razón es muy simple: el hombre puede vivir
exclusivamente para sí mismo. La mujer, no. Si una mujer vive para sí misma, yo
creo que no es una mujer o no puede decirse que viva…”.
Evita y Europa
Su viaje a
España, en 1947, en pleno auge del franquismo, fue sin duda un hito no solo en
la historia de Evita sino en la historia de las mujeres. Le habían preparado
para ese evento una agenda importante y discursos así como un vestuario y joyas
a la altura de las circunstancias, digno de lo que se esperaba de ella. Por qué
defraudar a sus opositores, además si bien no era un lujo corriente por esos
días en la Europa de postguerra, sus consejeros, o asesores de imagen
consideraron que esa era la precepción que convenía mostrar de una Argentina
que se suponía próspera.
Dice Evita en sus
memorias, “…todavía no me había lanzado sino tímidamente a construir. Quería
aprender de la experiencia de las viejas naciones de la tierra. Las obras
sociales de Europa son, en su inmensa mayoría, frías y pobres. Muchas obras han
sido construidas con criterios de ricos”.
Cuando regresó,
Eva traía no solo un bagaje importante acerca del tema sino que además había
asimilado muchas otras cosas. Volvió sin duda elegante, distinguida y
convencida que su misión era trabajar para su pueblo. Para poner en evidencia
su cambio y formalidad o quizá simplemente convencida de ello, desde entonces
encerró su mata de pelo rubio para siempre en un severo rodete.
Aunque tal vez no
fue solo por lo vivido o adquirido en Europa sino también por algo que le habían
sugerido un grupo de mujeres antes de que Eva viajara. Las mujeres llegaron al
diario, que por otro lado era propiedad de Eva, eran mujeres humildes.
Preguntaron por Eva pensando que allí la encontrarían. Habían viajado mucho
para verla. Por lo tanto fue el mismo director del diario el señor
Thiébault, quien las recibió. Una de
ellas dijo:”le explico por que vinimos, señor. Evita va a representar a las
mujeres argentinas en Europa y nosotras queremos que esté muy pero muy linda.
Así que el consejo que le queremos dar es que se peine con rodete. Es lo que le
queda mejor: el rodete. ¿Usted se lo podría decir de parte nuestra?
Ese segundo viaje
fundacional de su mito –el primero había sido de Junín a Buenos Aires- comenzó
un 6 de junio de 1947, y se llevó a cabo en dos aviones especialmente equipados
y rodeada de una amplia comitiva. El itinerario: España, Italia, Portugal,
Francia, Suiza, y ya de regreso, Brasil y Uruguay. En España, donde congregó a
miles de personas en la plaza mayor de Barcelona junto a Franco, Eva Duarte de
Perón, le dijo: “Quiere un consejo? Cuando necesite reunir una multitud como
esta mándeme llamar”.
En realidad
Franco había invitado a Perón, y nunca se imaginó que este enviaría a su esposa
en su reemplazo. De este modo agradecía al gobierno argentino haber sido el
único país que había apoyado a España en las Naciones Unidas. Argentina se
había visto favorecida gracias al aumento de sus exportaciones. Los europeos
necesitaban trigo e innumerables materias primas que no podían producir en ese
momento. Argentina era en ese momento uno de los países más prósperos.
Además muchos
europeos llegaban nuevamente al país aunque en este caso, ya no podría decirse
que eran campesinos analfabetos, como había sucedido durante otras corrientes
migratorias. Tanto las víctimas del nazismo como los victimarios, eran
profesionales y obreros calificados. Argenina acababa de restablecer relaciones
diplomáticas y comerciales con la Unión Soviética y formaba parte de las
Naciones Unidas; Esados Unidos comenzó a vislumbrar que el gobierno peronista
era mas accesible de lo pensado; cuando Peró le dio su respaldo a Franco,
contra los republicanos, peronistas de izquierda, como Isaías Santín, líder sindical muy próximo a Evita, se sintieron
desconcertados por la actitud de Perón. ¿Se movía quiza de manera tal como para
no dejar ningún flanco sin cubrir, suponiendo que era inevitable una tercera
guerra? Lo cierto es que su presencia ante Franco hubiera provocado mayor
extrañeza aun en cada uno de esos flancos que parecía querer cubrir. No
sucedería así con la presencia de Eva, pues al dar aquella imagen de bonanza y
puerilidad bajaba quizá un poco el nivel de compromisos políticos.
Antes de partir
con su gran séquito y baúles como parece
corresponder a toda primera dama, Eva inaugura el primero de sus
“hogares de tránsito”, pensado para albergar a las muchachas que llegaban a
Buenos Aires, desde el interior del país como alguna vez lo hizo ella misma. La
idea de allanar el camino de esas muchachas y que tuvieran un espacio
agradable, cálido y alegre donde habitar hasta tanto encontrasen empleo y
destino, sin sentirse solas y a su suerte, fue una más de las medidas tomadas
por Evita que fueron criticadas y tomadas como demagógicas.
Cuando regresó,
una multitud que esperaba sus palabras, la recibió en la dársena norte del
puerto de Buenos Aires: “He recorrido la vieja Europa y he visto desolación,
hambre y miseria, y vuelvo con la certidumbre de que es inútil cerrar los ojos
a la realidad y dejar que la oligarquía y el capitalismo nos sigan atacando”. A
partir de entonces se abocó a la tarea de crear el Partido Peronista Femenino y
luchar por el voto a la mujer.
Como consecuencia
de este viaje a Europa, del que quedan miles de anécdotas a favor y muchas en
contra, se robustece la idea de la Fundación Eva Perón, y con la fundación sus
mayores obras en cuanto a lo social: mil escuelas, dieciocho hogares-escuela,
la Ciudad Infantil Amanda Allen y la Ciudad Estudiantil, cuatro hospitales en
la capital y varios en el interior, cuatro hogares de ancianos donde se les
brindaba comida, y torneos de atletismo que congregaban a todos los niños del
país. Además se construyeron tres enormes unidades de turismo en Mendoza,
Córdoba y Mar del Plata.
Se ha dicho que
los dineros para mantener la Fundación, a partir de 1948, provenían de toda la
sociedad. Desde los obreros hasta los empresarios estuvieron todos obligados a
colaborar. Lo cierto es que la Fundación y todas las demás entidades se
dedicaban a lo que muchos dieron en llamar ‘asistencialismo’. Aunque algunos
decían que no se solucionaban los problemas sociales desde la raíz, porque las
instituciones solo cumplían su cometido de albergar, curar, alimentar,
divertir, paliar y amenizar buena parte de esa pobreza a la que venía sometida
la población, sometimiento que de todos modos no cambió con ninguno de los
gobiernos posteriores. Por otro lado, se aumentaba la brecha entre los ricos y
los pobres, aun cuando estos últimos estuviesen mejor. Por lo tanto, a Eva le
tocó enfrentar a los que la consideraban ‘demagoga’ por quitar recursos a los
que tenían para dar a los que no tenían. Eva se defiende:
No es
filantropía, no es caridad, no es limosna, no es solidaridad social ni
beneficencia. Es estrictamente justicia. La beneficencia y la limosna de la
ayuda social son para mí ostentación de riqueza y poder. No hacen otra cosa que
humillar aún más a los humildes. Lo que yo hago no es otra cosa que devolver a
los pobres lo que todos los demás le debemos, porque se lo habíamos arrebatado
injustamente.
Con el Partido
Peronista Femenino, nació no solo la posibilidad de elegir y votar, sino la
posibilidad para las mujeres de ser
elegidas. Constaba el partido de dos columnas básica: las ‘células mínimas’,
que tenían como fin detectar las necesidades sociales y las ‘delegadas
censistas’, que además de censar a las mujeres de todo el país se ocupaban de
adoctrinar y concietizar. De este modo, en todo el país se fueron abriendo las
Unidades Básicas Femeninas con su sede central den el 938 de la Avenida Corrientes
de la capital argentina. “Es necesario que las mujeres argentinas se organicen
y no se entreguen jamás a la oligarquía
-manifestó Eva-, con ellos no nos entenderemos jamás, porque lo único
que quieren es lo que nosotros no podremos darles nunca: nuestra libertad.”
En poco más de
dos años se pusieron en funcionamiento más de 3 mil 500 Unidades Básicas a lo
largo de todo el país. Pronto las mujeres del partido tuvieron sus propio
Consejo Superior, que funcionaba como un partido independiente al de los
hombres. El mismo Perón, en un acto manifestó publicamente su orgullo. Los
resultados superaron las expectativas de todos, hasta de la misma Eva.: Eso me
exigió –reflexionaba- meditar muy bien los problemas de la mujer. Y más que
meditarlos, me exigió sentirlos a la luz de la doctrina con la que se empezaba
a construir una nueva Argentina”. Se inició otra etapa en la historia
Argentina: la incorporación efectiva a la vida política nacional. Accederían a
partir de entonces, a las bancas del Congreso, que hasta el momento habían sido
exclusivo patrimonio masculino.
Sin embargo los
días de aparente gloria comenzaban a cambiar. Eva comenzaba a sucumbir frente a
una penosa enfermedad. El 3 de noviembre Perón la trasladó a un hospital de la
localidad de Avellaneda, creado por la Fundación Eva Perón, donde sería
asistida por el doctor Finochietto, uno
de los más prestigiosos médicos argentinos por aquellos días. Una semana más
tarde, el 11 de noviembre, desde la cama de aquel hospital, la ciudadana Eva
Duarte Ibarguren de Perón, emite su primer voto a la par de ciento de miles de
mujeres en toda la Argentina.
Al año siguiente,
frente a la casa de gobierno, la famosa Casa Rosada, el 1 de mayo de 1952, el
pueblo se cita para festejar el Día Internacional de los Trabajadores. Sus
descamisados esperan a Eva. Y a Perón. Eva se asoma y alza los brazos. Apenas
puede sostenerse. El cáncer la devoraba. Su marido la sostiene por la cintura
mientras ella dirige un mensaje a sus seguidores:
Yo saldré con el
pueblo trabajador…-comenzó a decir con su voz vibrante aunque quebrada- yo
saldré con las mujeres del pueblo, saldré con los Descamisados de la Patria,
muerta o viva, para no dejar en pie un solo ladrillo que no sea peronista. (…)
No vamos a dejarnos aplastar jamás por la bota oligárquica y traidora…nosotros
no nos vamos a dejar explotar por los que, vendidos por cuatro monedas, sirven
a sus amos de las metróplis extranjeras y entregan al pueblo con la mitad de la
tranquilidad con que han vendido al país y sus conciencias…
Nace el mito
El primer signo
de enfermedad se dio en 1950, cuando cayó desfallecida en un acto. A los pocos
días la Subsecretaria de Informaciones anunció el alejamiento temporario de sus
actividades de la esposa del primer mandatario. Debería internarse por unos
días por una intervención quirúrgica, en
que se le iba a extraer tejido para una biopsia. Al mes siguiente sufrió un
nuevo desmayo en la Fundación. Sin embargo, apenas pasados quince días volvió a
su ritmo en la Secretaria de Trabajo y Previsión, aunque disminuiría pronto la
frecuencia. En mayo de 1950 el Doctor y Ministro de Educación Oscar
Ivanissevich renunció no solo a su puesto de Ministro sino al de médico
personal de Eva, a causa de las continuas desobediencias de la paciente.
Eva no aceptaba
lo grave de su enfermedad. Tampoco Perón lograba convencerla de trabajar menos.
Se volvía irritable y desconfiada. Recordando aquellos días, contaba Perón:
Había perdido a
mi esposa en todos los sentidos. Sólo nos veíamos ocasionalmente y muy poco
tiempo, como si viviésemos en ciudades distintas. Evita se pasaba muchas horas
trabajando sin parar y regresaba de madrugada. Yo acostumbraba a salir de la
residencia a las seis de la mañana para ir a la ‘casa rosada’ y me la
encontraba en la puerta, agotada pero satisfecha de su trabajo. “Hacer todo
esto me hace sentir que soy tu esposa”, me decía.
En 1951 su ritmo
de trabajo había descendido considerablemente y los dolores comenzaron a
postrarla. No obstante, la CGT hizo pública su decisión de proponer la fórmula
presidencial ‘Perón-Evita’, y convocó a un Cabildo Abierto del peronismo,
programado sin la presencia de Evita. Los reclamos del pueblo indujeron a Eva a
aparecer pese a su estado, se la veía consumida. El pueblo pedía a Eva como
vicepresidente, amenazando con un paro general cuando Eva les rogó un plazo de
dos horas que fue aceptado. Sin embargo, el 31 de agosto se retractó rechazando
la postulación.
La crisis
económica que atravesaba el país desde 1949, había debilitado al gobierno peronista. En setiembre de 1951, se produjo
una contrarrevolución neutralizada por la organización popular. El día 28 del
mismo mes, las masas populares se dirigieron a la Plaza de Mayo en respaldo al
gobierno peronista. Allí se dio la primera confirmación oficial de que Evita
padecía de una ‘leve’ anemia, por lo que se le practicaban tranfusiones de
sangre y que se le había ordenado reposo, motivo por el cual no se presentaría. En esa circunstancia Eva no
estuvo en el balcón junto a su esposo pero envió un mensaje radial:
…no quiero que
termine este día memorable sin hacerles llegar mi palabra de agradecimiento y
de homenaje uniendo asi mi corazón de mujer argentina y peronista…
El mensaje no fue
solo un saludo, fue un modo de que tomasen cuenta todos de que las interminables
transfusiones de sangre no alcanzaban para que pudiese llegar al balcón, pero
sí para hacer efectivas sus
ordenes. Por esos días, con dineros de
la Fundación compró 5 mil pistolas automáticas
y 1500 ametralladoreas y dio la orden de entregarlas a los obreros por
si se daba otro intento contrarrevolucionario, y un golpe militar a Perón. No
se equivocó ese día cuando le dijo a una de sus amigas: ‘La enemiga de la
oligarquía soy yo, no el general’.
Con el habitual
descreimiento que de su esposa ejerce todo machista, o presionado por la
situación general, apenas muerta Eva, Perón donó las armas a la
Gendarmería, incumpliendo el último
deseo de Evita. Uno más. Esas mismas armas, sirvieron para que más adelante, en
el 1955, la oligarquía sobra la que tanto Evita lo había alertado, derrocase al
general Perón a sangre y fuego en lo que diera en llamarse la revolución
libertadora o la revolución fusiladora.
El 15 de octubre
de 1951, se lanzó el libro La razón de mi vida, con una primera edición de 300
mil ejemplares. Años después se dijo que había sido el periodista Manuel
Penella quien contribuyó a su redacción y es probable, pero el sentimiento y
las palabras sin duda le pertenecen a Eva Duarte. El 17 de octubre pudo
levantarse para asistir al acto que conmemoraba aquellos días tan importantes
para el peronismo. En el acto se le entregó la Distinción del Reconocimiento y
Juan Perón le otorgó la Gran Medalla Peronista. En su discurso de
agradecimiento Eva hizo nueve veces mención de su muerte. Aquel discurso es
considerado su testamento político.
El 5 de noviembre
un prestigioso médico norteamericano, George Pack, le precticó una intervención
quirúrgica, advirtiendo de su pronóstico y que sólo si Evita mantuviese reposo
absoluto, en un plazo de seis a doce meses podría prolongar su vida, aunque su
estado era muy delicado.
El 11 de
noviembre se efectuaron los comicios. Perón es reelecto con un 60% de los
votos. Concluya así otra lucha de Eva, quien con su Ley 13.010 obtuvo no solo
la aprobación del gobierno para que la
mujer pudiese votar, sino que consiguió la reelección de Perón. Evita votó
desde su cama, feliz de saber que su obra había tenido éxito y sería para
siempre. De todas maneras, la vicepresidencia parece condenada a estar vacante,
pues dos meses antes de asumir, fallece el vicepresidente Quijano, que había
quedado como reemplazo luego de la renuncia de Eva.
Pese a la
gravedad, Evita siguió recibiendo gente y trabajando en un gran sofá donde
todas las mañana sus asistentes, entre ellos el modisto Paco Jamandreu, la
vestían y preparaban para la ocasión. Aquella rutina se convirtió en un motivo
para seguir viviendo. Evita simulaba creer los engaños de los que la rodeaban,
no obstante un día le dijo al padre Hernán Benítez, señalando a los amigos:
Ellos me mienten
como si yo fuese una cobarde. Yo sé que estoy en un pozo y que de este pozo no
me saca nadie.
Su masa corporal
se reducía. Llegó a pesar 38 kilos, y una sobreexposición a las radiaciones le
había provocado quemaduras. El doctor Pedro Ara, recordaba: ‘Si su espíritu
pareció seguir lúcido y vibrante hasta el fin, su cuerpo habíase reducido
–según sus médicos- al simple revestimiento de sus laceradas vísceras y sus
huesos. En 33 kilos parece que llegó a quedar aquella señora tan fuerte y bien
plantada en la vida…’
El 1 de Mayo ade
1952, a menos de tres meses de su muerte, insiste obstinadamente en presenciar
el acto del día de los Trabajadores junto a Perón. El pueblo la alentó a decir
su discurso. El último. Lo pronunció con gran esfuerzo y cuando terminó cayó en
brazos de su esposo. Perón recuerda que la llevó detrás del balcón y que solo
escuchaba su propia respiración, porque Eva parecía muerta. El 7 de mayo, día de su cumpleaños,
recibió el título de Jefa Espiritual de la Nación. En la Avenida Libertador
miles de personas se apretujaban a saludarla y una caravana de 130 taxis
hicieron sonar la bocina. Finalmente apareció en la terraza y saludó a la
multitud.
El 4 de junio de
1952, Perón asumió por segunda vez la presidencia. Eva se obstinó en asistir al
acto y le mandaron decir que no, bajo el pretexto de que hacía frío. Evita
respondió dolida: ‘Eso lo manda a decir
Perón. Pero yo voy igual: la única manera de que me quede en esta cama
es estando muerta’. No pudieron convencerla. Con una fuerte dosis de calmantes
concurrió al acto de asunción. Se negó a sentarse. Permaneció de pie durante
todo el acto.
Los 52 días de
vida restante los empleó en preparar su entorno con respecto al inexorable
final. Agonizante es trasladada a un vestidor acondicionado con todo lo
necesario; cuarto que tomó el aspecto de
una habitación de hospital, vitrinas con medicamentos, una cama ortopédica y un
pequeño tocador con espejo ovalado. Juan Domingo Perón lo recordaba: ‘Aquellos
días de cama fueron un infierno para Evita. Estaba reducida a su piel, a través
de la cual ya se podía ver el blancor de sus huesos. Sus ojos parecían vivos y
elocuentes. Se posaban sobre todas las cosas, interrogaban a todos; a veces me
parecían desesperados…’
El 18 de julio a
las 3:30 de la tarde entró aparentemente en coma. Ante tal situación los
médicos llamaron al padre Benítez, fiel asesor espiritual de Evita. Una
madrugada Evita se levantó airosamente y ordenó le quitasen los tubos. Pidió
luego una taza de café. El médico, en presencia de la familia, mintió
pidadosamente: ‘Señora, acabamos de extirparle el nervio que le causaba tanto
dolor en la nuca, tranquilícese ahora. Ya no sufrirá más’.
Perón hizo
viajar de Alemania a dos especialistas
que llegaron el 20 de julio y confirmaron que la muerte de Eva Duarte era
inevitable e inminente. Ese mismo día Perón habló con el padre Benítez para que
fuera preparando el ánimo del pueblo desde la misa popular que había organizado
la CGT y que él conduciría.
El sábado 26 de
julio de 1952, a las 10:00 horas, Evita entró en un sopor profundo. A las 17:00
horas, en coma. La cama fue rodeada por sus hermanos y los más cercanos
colaboradores. A las 20:23 el doctor Taquini anunció al general Perón: “Ya no
hay pulso”. A las 20:25 el general anunció a los que le rodeaban: ‘Todo ha
terminado, Evita ha muerto’.
A las 21:36 por
la cadena de radiodifusión se informó: ‘Cumple, la secretaría de Informaciones
de la Presidencia de la Nación, el penosísimo deber de informar al pueblo de la
República que a las 20:25 horas ha fallecido la señora Eva Perón, Jefa Espiritual
de la Nación. Los restos de la señora Eva Perón serán conducidos mañana al
Ministerio de Trabajo y Previsión, donde se instalará la capilla ardiente…’.
Pocos días antes
Eva dijo:
Somos países dependientes.
Cuando el pueblo se levante y concrete la Revolución, serán derrotados la
soberbia del dinero, el privilegio y la prepotencia: se terminará con la
insidia, la maldad y el discrecionalismo. (…) Los irracionales fundamentos de
la sociedad burguesa demuestran que ésta es solo una etapa de transición entre
un consenso que está agonizando y otro que se expande vigoroso…
Ultimo deseo
El último deseo
de Eva Duarte, expresado a su esposo Juan Domingo Perón, fue que no quería
consumirse bajo tierra por tanto rogó ser embalsamada.
El doctor Pedro
Ara procedió entonces a efectuar los primeros trabajos para su embalsamamiento.
La CGT decretó un duelo de 72 horas y en las plazas de todos los barrios
porteños se erigieron pequeños altares con la imagen de Eva y un crespón negro
recordándola.
El día 27 el
cuerpo fue trasladado a la Secretaría de Trabajo y Previsión donde el
multitudinario velatorio se prolongó
hasta el 9 de agosto. La fila de pesonas era de unas 35 cuadras. Desde la
Fundación repartían frazadas para afrontar las adversas condiciones que se
presentaron durante el velatorio e instalaron puestos sanitarios. El 9 de
agosto el cuerpo fue trasladado hasta el Congreso Nacional para rendirle los
correspondientes honores.
Al día siguiente
la mayor procesión que se ha visto en Argentina se puso en marcha y fue
presenciada por 2 millones de personas. A las 17:50, mientras la ciudad se
estremecía por una salva de veintiún cañonazos, se introdujo el ataúd en el
segundo piso de la CGT donde el doctor Pedro Ara la recibió para efectuar
entonces los trabajos de embalsamamiento. Se decretó duelo nacional durante ese
mes y se obligó a llevar luto u otra señal duelo, pero fueron muchos los que lo
llevaron solo por sentimiento. La programación radial se interrumpía cada tanto
para que el locutor oficial repitiera: ‘Son las veinte y veinticinco, hora en
que Eva Perón entró en la inmortalidad’.
Pocos días antes
de su muerte Evita escribió:
Desearía también
que los pobres, los ancianos, los niños, mis Descamisados sigan escribiéndome
como lo hacen en estos tiempos de mi vida y que el monumento que quiso levantar
para mí el Congreso de mi pueblo recoja las esperanzas de todos y las convierta
en realidad por medio de mi Fundación, que quiero siempre pura como la concebí
para mis Descamisados. Así yo me sentiré siempre cerca de mi pueblo y seguiré
siendo el puente de amor tendido entre los Descamisados y Perón. (…) Quiero
vivir eternamente con Perón y con mi pueblo. Dios me perdonara que yo prefiera
quedarme con ellos, porque Él también está con los humildes y siempre he visto
que en cada Descamisado Dios me pedía un poco de amor que nunca le negué.
Evita o el cadáver alado
Hasta la misma
Evita percibió que la muerte no era su fin. La hisotira recien comenzaba porque
el mito se ponía en marcha. Evita muerta era mucho más poderosa. Su verdadera
peregrinación recién empezaba.
El
embalsamamiento se terminó en julio de 1953, justo al año de su muete. Como
corolario final al trabajo realizado por el doctor Pedro Ara, se le pintaron
las uñas con esmalte incoloro, como ella había pedido, y se le volvió a
decolorar el cabello que luego le fue trenzado como en las mejores èpocas. Se
la cubrió con un sudario blanco y la bandera celeste y blanca, y entre los
dedos le fue colocado un rosario que le había regalado el papa Pío XII. La
taparon con un vidrio. Como el monumento en que se había pensado aun no estaba
listo, se armó una capilla arfiente con
la Confederación General del Trabajo. A partir de ese día un reducido grupo
tuvo acceso al recinto para volver a verla y el frente de la CGT permaneció por
mucho tiempo tapizado de flores que la gente dejaba al pasar.
El peronismop ya
estaba en las últimas. El golpe militar y la traición que Evita le había
vaticinado a perón, estaba a punto de
llevarse a cabo. Con más razón entonces, el doctor Pedro Ara se convirtió de
inmediato en víctima del periodismo; había sido acusado de no hacer del todo
bien su trabajo y de cobrar tres veces más de lo que realmente cobró, ya que
según comentaba no había tomado las precauciones necesarias desde el primer
momento como había sido comisionado. Ara nunca develó el proceso, pero efectivamente
se mantuvo cerca de Eva esperando su muerte.
El día del golpe
contra Perón, en 1955, y preocupado por el destino del cadáver de Eva, corrió
hacia el Palacio Unzué. Pese al golpe, Perón aún estaba en el Palacio, le
tranquilizó: ya le diría qué hacer. Días
después el doctor Ara se enteró de que el ex presidente Perón se había exiliado
sin dejar rastros ni directivas. Ara quedó como único responsable de Evita.
Todos los días
subía hasta el segundo piso de la CGT, saludaba a los guardias, que nadie había
reemplazado. Las cosas parecían seguir
igual. Ara pretendió acercarse al nuevo
presidente de facto., Eduardo Leonardi y comentarle el caso. Sin embargo se
reservó de tal modo que los antiperonistas
habían olvidado o no sabían o tampoco imaginaban que Evita aún estaba
allí, o se mostraban escé pticos frente a aquel cuerpo que parecía ser una
estatua. Finalmente decidieron hacer caso de aquel extraño devoto de Evita y
realizaron un peritaje. Comprobaron que era verdad lo que decía Ara y pese al
extrañamiento parecieron quedarse quietos. Eva Duarte, de Perón, Evita, una vez
más, volvía a molestarles.
Leonardi, quien
habia tomado sus funciones de presidente luego del golpe, fue reemplazado por
el general Pedro Eugenio Aramburu y en la presidencia se nombró al almirante
Isaac Rojas, Feroces anitperonistas ambos. Se intervino la CGT, cientos de
uniformes rodearon el peligroso cadáver. Ara, sin embargo, no se separaba de
ella. Los líderes de la llamada Revolución Libertadora temían a Eva convertida
en objeto de culto del pueblo al que por supuesto sabían en situación de orfandad.
El almirante Rojas decidió entonces que había que ‘excluir el cadáver de Eva
Perón de la vida política’.
El teniente
coronel Carlos Eugenio Moori Koening, jefe del servicio de inteligencia del
gobierno, venía observando a Ara quien pedía una resolución al tema, por lo
tanto propuso al nuevo presidente Aramburu y a su mando derecha, el almirante
Rojas, el ‘Operativo Evasión’: apoderarse del cadáver y desaparecerlo sin
dañarlo, según ellos, porque después de todo eran cristianos. Radiografiaron
los restos momificados y le cortaron un dedo. El cuerpo debía volver al ataúd en que había
sido expuesta en el primer momento. El macabro cuadro se llevó a cabo, entre
dificultades y diferentes sensaciones de los que presenciaron los
acontecimientos que por cierto fueron muchos. El cadáver de Evita fue tomado de
los pies y los hombros y trasladado a la plataforma hacia el cajón.
Evita había sido
muy benévola con sus detractores. Cómo imaginar que alguno de esos, durante la
última de sus apariciones y al conocer su enfermedad iba a escribir en las
paredes de su casa, el palacio Unzué: ¡‘Viva el cáncer’!, mucho menos imaginó que mientras se daba la noticia de su
muerte muchas familias argentinas brindarían con champaña en el comedor
mientras en la cocina de esa misma gente el personal de servicio lloraba. Cómo
suponer que iban a tomarse el trabajo de pasear su pequeño cadáver con toda su
carga explosiva por tan distintos lugares del país de los argentinos y de
Europa.
El camión con el
cadáver salió del garaje de la CGT con el ataúd sin soldar, misteriosamente
había desaparecido el soldador que debía cerrarlo, y permaneció estacionado
toda la noche en el patio del Primer Regimiento de Infantería de Marina. Más
adelante, cuando los nervios del oficial Koening estaban al borde del colapso,
quizá cuando Evita empieza a demostrar que no olvidó, vio junto al camión una
vela encendida y un ramito de flores. El primero de miles desde entonces,
nuevas velas y nuevos ramos de flores acompañaron siempre al camión con el
cadáver de Evita, no importa el sitio en que fuese estacionado.
El mito había
estallado y tal vez, también la venganza o los juegos de Evita. Miles de
historias y versiones entre la realidad y la ficción fueron dándose y se han
contado acerca del peregrinaje del cadáver, de Eva Duarte en realidad. En 1956
Moori Koening viajó a Chile, enviado por el general Aramburu, para que la madre
de Eva, exiliada allí con sus hijas, diera permiso para enterrar a Eva. Si bien
él consiguió el permiso, finalmente no se llevó a cabo el entierro y él mismo
sigue cuidando el cuerpo embalsamado de Eva Duarte, que al parecer ejercía en
este hombre la misma fascinación o enamoramiento que en el doctore Ara. Koening
conserva a Evita, la contempla, puede que en algún momento la haya enterrado,
él mismo declaró al escritor Rodolfo
Walsh, “la enterré parada, como Facundo (Facundo Quiroga, caudillo argentino)
porque era macho”(…) “Esa mía. Esa mujer es mía”. Con tantos comentarios y
locuras Moori Koening fue declarado insano e igual que sus colaboradores fue
relevado de la tarea.
Un nuevo equipo
trasladó el cadáver a Europa. Nadie supo dónde sería encerrado. El Vaticano se
encargaría de la tarea. Semanas después un sacerdote trajo a Buenos Aires los
datos del entierro en un sobre que entregó al general Aramburu. Pero éste se
negó a abrirlo y lo puso en manos de un notario para que lo conservara, y lo
diera a conocer al presidente de turno solo después de muerto Aramburu. Sin
duda que el general Aramburu acabó así de firmar ante notario su sentencia de
muerte. Y así fue.
Mientras tanto
Perón deambuló su exilio por Paraguay, Panamá, Venezuela, República Dominicana
hasta llegar a Madrid. Cuando lo derrocaron no quiso armar al pueblo, ni tomar
represalias, sostuvo entonces que quería evitar un baño de sangre, sin embargo,
durante sus años de exilio se ocupó en
preparar su retorno.
Evita volvería para ser millones…
En 1969 surgió un
movimiento revolucionario a partir de lo que se conoció como el “cordobazo”,
cuando la población se lanzó a las calles contra el ejército. Surgieron
entonces los peronistas considerados de izquierda, Montoneros. Aunque en realidad compartían
diferentes ideologías. Tenían en común la juventud, el odio hacia las
instituciones que gobernaban en ese momento. Crearon un ejército de 40 mil
hombres, para enfrentar al ejército oficial. Admiraban la ironía y sabiduría de
Perón, que no tardó en saber de ellos y pensarlos como posible opción que le
facilitaría el retorno. Pero no era solo la figura de Perón quien los puso en
movimiento, o con quien se sentía representado sino con Evita. “Si Evita
viviera sería montonera” fue una de sus principales consignas.
El 29 de mayo de
1970, secuestraron al ex presidente Aramburu.
El mismo confesó varios de sus crímenes y mantuvo el secreto acerca del
destino del cadáver, según dijo en manos del Vaticano. Lo ejecutaron al fin y
expidieron un comunicado para que la familia estuviese en conocimiento de que
no entregarían el cadáver sino hasta que apareciera el de Evita. El cadáver de
Aramburu fue encontrado por la policía y el notario cumplió con su tarea de
entregar la información al presidente de turno el general Lanusse. Se puso
entonces en marcha un nuevo operativo.
El 2 de setiembre
de 1971, Eva es rescatada. Había sido enterrada bajo el nombre de María Maggi
de Magistris, italiana, viuda, emigrada de la argentina y muerta cinco años
antes de ser enterrada en un cementerio de Milán. Eva comenzaba otro viaje
hacia la injusticia. La camioneta que la transportaba cruzó la frontera
ítalofrancesa y al llegar a España fue escoltada una vez más. Perón se enteró
casi en la marcha, llegando Eva a
Puertas de Hierro, en Madrid donde Perón vive con Isabel Martínez. Otra parte del pasado se hace presente, con
mayor fuerza aun que todo lo demás, a los ojos del general Perón. El cajón fue
recibido por los dueños de casa y una vez abierto el cajón se comprobaron los
daños que el cadáver había padecido, daños que fueron certificados por el
doctor Ara y las hermanas de Evita,
Blanca y Erminda. Sin embargo nada fue dado a la luz. Muy bien cuidada fue la noticia
y el deseo de buscar culpables.
Perón e Isabel,
guardaron el cadáver en la mansarda de la casa de Puertas de Hierro, donde
López Rega, el por entonces secretario del general y más tarde ministro del
período presidencial de Isabel Perón, que se atribuía poderes de brujo, con la
anuencia de la misma María Estela Martínez de Perón, y la indiferencia o el
desconocimiento del mismo Perón, practicaba rituales de magia negra, haciendo
del cadáver de Evita un objeto de culto
y altar profano.
Cuando el general Lanusse levantó la proscripción
del peronismo y decidió que los
argentinos podían volver a elegir sus autoridades, se desempolvaron las urnas.
Héctor Cámpora ganó las elecciones y gobernó por un mes. Deja su mandato cuando Perón regresa al país,
luego de dieciocho años de exilio. El avión con El general, llegó a Ezeiza donde lo esperaba una multitud. Perón
había apostado a dos puntas o más, con la izquierda, la derecha, en fin que las
cosas se complicaron y en la ceremonia de recibimiento salieron a poner
orden, o a provocar desorden entre otras las fuerzas que ya había organizado don José López Rega,
la Triple A: Alianza Anticomunista Argentina. Un millón de personas había ido a
recibir a Perón, la masacre además de imperdonable fue atroz.
Perón no solo
negó a los Montoneros y a la izquierda que había propiciado su regreso sino que
también se reservó cualquier comentario acerca de la promesa que les había hecho de regresar el cadáver de
Evita. En tren de profanar y a esta altura de los acontecimientos la venganza
se pone de nuevo en marcha y es profanada la tumba del general Aramburu, robaron el cadáver con la promesa
de entregarlo solo cuando Eva Duarte pudiese regresar a casa. El enojo de Perón fue definitivo. Echó a los
Montoneros de la Plaza de Mayo en mitad de una de sus apariciones.
Con todo, Eva
Duarte regresó al país un 17 de Octubre de 1974, en un vuelo especial desde
Madrid. La llevaron a la quinta presidencial de Olivos donde el cadáver fue
observado una vez más y efectuadas las reparaciones necesarias, pues ostentaba
muestras claras de vejación y tortura.
Sin embargo esta otra Evita, remozada, reparada
y vuelta a vestir con su túnica blanca y las banderas, iba a ser echada
de nuevo de la quinta presidencial, el 2
de marzo de 1976, cuando el general Rafael Videla derrocó a Isabel Perón. En
esta ocasión evita fue trasladada hasta el cementerio de la Recoleta.
Finalmente sus restos descansarían en casa aunque nunca en paz. Pues a partir
de ese año 30 mil argentinos, mujeres y hombres de su patria, muchos de sus
seguidores, fueron desaparecidos, torturados y vejados, y tantos otros sumidos
una y mil veces más en la miseria. Su cadáver ya no es motivo de veneración,
por ahora lo han dejado en paz porque desde aquellos días miles de otros
cuerpos fueron vejados y desaparecidos, y aun no han podido regresar a casa, sin
dudas, otra lucha de los descamisados
de Eva Duarte.
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