“Pan francés chocolate inglés”. Quien quiera leer que lea. Silvia Miguens


Yo misma, muchas veces, me he quedado pensando en todo esto que es ahora mi vida.
Algunos de mis contemporáneos lo atribuyen todo al azar. . .
¡esa cosa rara e inexplicable que no explica tampoco nada!
No. No es el azar lo que me ha traído a este lugar que ocupo, a esta vida que llevo.
Claro que todo esto seria absurdo, como es el azar,
si fuese cierto lo que mis supercríticos afirman cuando dicen que de buenas a primeras
 ” yo, una mujer superficial, escasa de preparación vulgar, ajena a los intereses de mi Patria,
extraña a los dolores de mi pueblo, indiferente a la justicia social y sin nada serio en la cabeza,
me hice de pronto fanática en la lucha por la causa del pueblo
y que haciendo mía esa causa me decidí a vivir una vida de incomprensible sacrificio
                                                                                                 Eva Duarte


Corría el año 1935 y a las tres de la tarde las muchachas golpeaban el entablonado del piso con los tacones al  murmullo de “Pan francés chocolate inglés”. La película estaba a punto de empezar.  El proyectorista, habituado al barullo de las muchachas, echó agua al mate, movió un poco la dirección del ventilador y bajó la cortina de la ventana pequeña. El sol caía a pique sobre las chapas del techo. Cuanto más se oían las cigarras mayor era el silencio en el pueblo. Sin embargo,  en la oscuridad de la sala el zumbido de los ventiladores, la música de los parlantes y algunas voces les recordaba, una vez más, que había otro mundo. A ellas sí, a esas mujeres a las que ni siquiera se les permitía sentarse a tomar un refresco a la sombra de los paraísos en las veredas de la confitería. Sin duda que existía una vida mejor, y hasta la  podían soñar con mayor intensidad los martes, en esos días de damas en el cine de Junín.
Aquel día, desde las noticias previas a la película, Mae West les recordaba desde la pantalla, que las chicas buenas van al cielo y las malas donde quieran ir. Mirándose la una a la otra, casi todas rieron. No pocas, seguramente, se quedaron pensando en las palabras de la actriz cuando en la pantalla pasaban  la publicidad de Lo que hay que tener, con Humpery Bogart. De inmediato se olvidaron de los consejos de la West, y echaron a volar los suspiros. Aunque en realidad Boggie no era muy distinto a cualquiera de esos hombres que atravesaban el pueblo en sus automóviles, cuando  venían de la capital,  o esos otros que jugaban billar y reían de costado con un cigarro en la comisura de sus labios, o los que se tocaban el ala del sombrero cuando las veían pasar.
Tampoco muy diferentes a los que iban comer a casa de Juana Ibarguren. Pero el ensueño que el actor les provocaba era mayor porque su mirada era más distante aun que las cotidianas. También era verdad que aquel no era un hombre de a caballo como estaban a acostumbradas a ver, los hombres de la pantalla vivían en grandes ciudades. Eran hombres de a pie que viajaban en avión, en barco o  por lo menos en tren, y en el pueblo solo había caballos. Y tren. Los automóviles eran pocos, de los pocos dueños de los muchos campos de la zona, o puede que de algunos artistas en gira desde Buenos Aires.
Pero esto no era tan frecuente. Unos meses atrás, había estado Agustín Magaldi. Todos lo fueron a escuchar especialmente los Ibarguren. Hasta Juancito Ibarguren, Juancito  Duarte en realidad,  que después del recital y en el boliche, entre trago y trago  le habló a Magaldi de las dotes actorales de su hermana María Eva. Pero Magaldi se fue sin prometer nada, tantas veces los pueblerinos le comentaban aquellas cosas y le ofrecían a sus hijas o a sus hermanas, imposible que se acordaran de Juancito o de María Eva, comentaban las Ibarguren aquel atardecer al salir del cine mientras pasaban por esa vereda, con mesas y sillas, en que los muchachos bebían  tragos viéndolas pasar.
Pero la menor de los Ibarguren no miró a nadie ni nada comentó. No podía reaccionar. Aunque no era tanto la figura de Bogart la que no podía borrar  de  su cabeza, ni quitaría esa noche de sus sueños, sino la de Mae West repitiendo una y otra vez, casi a su odio, aquello de las  chicas buenas yendo al cielo y las malas a donde quisieran ir. Cuando María Eva llegó a la casa, tuvo intenciones de preguntar a su madre, doña Juana Ibarguren,  cuál eran las diferencias entre unas chicas y las otras, pero no lo hizo.
Qué podía saber su madre, con aquella historia de ella y los Duarte, mucho menos las hermanas que ya noviaban en serio. Solo días después, cuando doña Juana la encontró metiendo sus pocas ropas en la vieja maleta de cartón, intentó saciar la curiosidad de su hija, su deber de madre  o su propio miedo, y hablarle acerca de lo bueno y lo malo para una chica. Pero el tren estaba a punto de salir y María Eva solo una vez lograría que su hermano Juan le pagase un boleto de tren, solo de ida, a Buenos Aires. María Eva  Ibarguren, no podía perder su tiempo, la esperaba su destino final:  Evita y el mito.




Boleto  de ida
María Eva Duarte Ibarguren, más conocida como Eva Perón o Evita, como tantas adolescentes durante la década del treinta, en Argentina,  se fue de su pueblo a conquistar Buenos Aires. Tenía por entonces quince años y corría el año de 1935. No tardó mucho en convertirse en actriz de radioteatro, teatro,  cine y publicidad; fue pasando de la extrema pobreza a la fama, y lograr apenas diez años más tarde, un gran espacio de poder que la llevaría a la gloria o por lo menos al mito. En esos años se convierte en Eva Duarte, actriz y portada de todas las revistas de la época, poco después en María Eva Duarte de Perón o Eva Perón, primera dama de los argentinos, y definitivamente en “Evita”.
Las mujeres, por lo general, ejercen o conciben la política de un modo tal que no parece asemejarse al modelo masculino. Esto era más cierto por aquellos tiempos. Eva Duarte Ibarguren, para ejercer su liderazgo, comenzó a acercarse a la gente desde su “ser débil”, como lo establecía el mandato de la sociedad respecto a la mujer. Pero como por naturaleza e historia familiar Evita no se ajustaba a ese modelo de mujer, se hizo eco del lenguaje de los débiles, tomó la voz de lo que en definitiva ella había sido, los sometidos los marginados, redefinió el papel de la mujer, no solo como pilar fundamental del bienestar de la familia sino como protagonista en la vida política, como trabajadora, y ciudadana. Deviene entonces, en un mito de tal magnitud que aun  hoy provoca odio o veneración, pero nunca la indiferencia o el olvido.
Los hombres no solo han ignorado, o al menos no han reconocido en su verdadera dimensión, la importancia y necesidad de la participación de la mujer como juez y parte de la sociedad, sino que saben que la pobreza existe por la ambición exagerada de los más pudientes; sin embargo, no siempre han actuado o pensado sensiblemente, desde la piel y el dolor, en las causas y en el trasfondo de éstas. Quizá por su capacidad de observación o por haber padecido ella misma esa pobreza y la condena de los poderosos –directamente ejercida por Juan Duarte sobre la familia de Juana Ibarguren, que practicaba la paternidad de una manera mezquina- desde esos orígenes, desde esa historia familiar y personal y quizá también desde el resentimiento, es que Eva trae puesta desde siempre su mirada en una sola dirección.

 “Reconozco que lo supe casi de golpe sufriendo  -dijo Eva-, y declaró que nunca me pareció natural ni lógico. Sentí entonces en lo íntimo de mi corazón algo que ahora reconozco como sentimiento de indignación. No comprendía el afán de los ricos por la riqueza, esa era la causa de la injusticia social. Pensar en eso me produjo siempre una sensación de asfixia, como si me faltase el aire suficiente para respirar. Es cierto que la gente se acostumbra a la injusticia social en los primeros años de vida, se acostumbra a verla y sufrirla como es posible acostumbrarse a un veneno. Desde los once años, cuanto tuve conciencia de esta mal, nunca pude acostumbrarme.

“¿Puede un pintor explicar por qué ve y siente los colores?  ¿Puede un poeta decir por qué es poeta?…Tal vez por eso yo no puedo decir jamás por qué siento la injusticia con dolor; porque nunca terminé de aceptarla. Creo que así como algunas personas tienen una especial disposición del espíritu para sentir la belleza más intensamente que los demás y son por eso poetas, pintores o músicos, ha nacido conmigo una particular disposición del espíritu que me hace sentir la injusticia de manera especial, con una dolorosa intensidad. Mi sometimiento de indignación por la injusticia social es la fuerza que me ha llevado de la mano desde mis primeros recuerdos a medida que avanzaba en la vida el problema me rodeaba cada día más. Tal vez por eso intenté evadirme de mí misma. Quería no ver -confiesa Eva Duarte-, no darme cuenta, y me entregué intensamente a mi extraña y profunda vocación artística.”

Desde dónde contar entonces a Eva Perón, con cuáles voces, la de sus detractores, la de sus seguidores, el pueblo trabajador, la voz de los niños o las mujeres; desde el sueño de una muchacha pobre que escapa del terruño a la gran ciudad y se convierte en actriz de renombre; desde la participación de la mujer en la historia argentina, latinoamericana o la del mundo; desde la historia de la vindicación de los derechos, no solo de la mujer sino también del hombre; desde el amor, aunque desde qué amor: el amor a la patria, a los hijos, al hombre, a las otras mujeres; desde el odio a los gestores del hambre y la muerte; desde  la justicia social o la injusticia; desde el liderazgo y las implicaciones que conlleva; desde el poder adquirido por Evita y el que dejó escapar o que le fuera quitado; desde su manifiesta impiedad contra enemigos y traidores; desde la conciencia de clase y de los enemigos de clase que se ganó; desde las milicias obreras que deseó; desde la mujer que votó e indujo a votar; desde el cáncer; desde su cadáver profanado y viajero. Desde qué costado verla, con qué mirada que aún no haya sido vista y observada.

En esa vertiginosa carrera por la supervivencia Eva Duarte se convierte no sólo en Primera Dama sino en  inspiración de multitudes. Apasionada, implacable y de una belleza que solo superaba su energía, fue una esposa enamorada pero difícil,  una mujer de armas tomar que se convirtió en leyenda a los treinta y tres años, cuando moría víctima del cáncer, un 26 de julio de 1952. 
Amada y odiada con igual vehemencia, Evita es un figura mítica y de gran relevancia para los argentinos, y más emblemática aún en la historia  de la mujer.  “No tengo otra vanidad –dijo Eva- ni otra ambición que ésta: servir, ser útil, volcarme en la quietud de cualquiera de los millones de mujeres que ahora poseen un claro sentido de su deber y una noción real de sus derechos”.






















Infancia,  adolescencia y poco más

Eva Duarte nació el 7 de mayo de 1919, en el campo “La Unión”, en la provincia de Buenos Aires de la República Argentina. El pueblo más cercano, era General Viamonte, creado en 1893 a la vera de la estación del ferrocarril que llamaron Los Toldos, por su proximidad a la toldería del cacique Coliqueos. Para entonces, el pueblo de Los Toldos contaba con 3 mil habitantes, una sucursal del Banco de la Nación, correo, escuela y unas pocas casas arboladas. Algunos de esos campos tan codiciados pertenecían a vecinos acaudalados y poderosos, aunque muchos de los propietarios residían en la capital, apenas a 200 kilómetros.

Era un pueblo quieto y de vida monótona donde apenas circulaban los pocos dueños de la tierra y los peones que la trabajaban, mano de obra muy barata. Muy pocas noticias llegaban por esos tiempos. Ni siquiera acerca de la sangre derramada en la capital, en la llamada “Semana trágica”, durante la presidencia de Hipólito Irigoyen; ni del reclamo, en Buenos Aires, de ocho horas de trabajo para los actores que, ante el repudio de los empresarios teatrales, mantienen los teatros cerrados; tampoco del estallido de conflictos agrarios en La Pampa. El amanecer del 7 de mayo de 1919, la comadrona india Juana Rawson de Guaquil, corre a casa de doña Juana Ibarguren, para asistirla en el parto de su hija menor María Eva.

El padre, el estanciero Juan Duarte, arrendatario del campo La Unión. Duarte que vivía en Chivilcoy con su esposa legítima y sus hijos, regentaba un alto cargo político del que fue destituido por malversación de fondos. Eva no conoció a su padre sino hasta que éste murió en un accidente automovilístico.   Nunca la reconoció, ni a sus hermanos. Cuando Juana Ibarguren, llega al velorio de la mano de sus hijos, la familia Grisolía, esposa e hijos del difunto, llamados “legales”, impiden la entrada a la familia de María Eva, considerada “ilegitima”. Sin embargo, el intendente de Chivilcoy, hermano del propio difunto, intercedió para que pudiesen entrar al recinto y posteriormente al entierro.

Juan Duarte pertenecía a una familia de hacendados conservadores que formaba parte de la alta sociedad de una pequeña ciudad de provincia llamada Chivilcoy a unos 200 kilómetros de Buenos Aires, casado con Estela Grisolía, nacida en el seno de otra estirpe de latifundistas e hija del por entonces alcalde de la ciudad. Del matrimonio nacieron tres hijos. Por razones desconocidas, Juan Duarte abandona el hogar y se instala en General Viamonte a unos treinta kilómetros de Chivilcoy, pueblo que tomó auge gracias a la llegada del ferrocarril. Duarte se hace cargo de la administración del campo La Unión, propiedad de la familia Malcom, recibiendo un porcentaje de las ganancias y unas parcelas por lo que se lo considera un estanciero.

La abuela de Juana Ibarguren, había llegado a Los Toldos durante la campaña contra los hombres del cacique Coliqueo, y tuvo una hija que convivió con Joaquín Ibarguren, de profesión carrero. De esta unión libre nace la madre de Eva, Juana, que apenas a sus quince años se enamora del estanciero Juan Duarte, de treinta. En realidad, se dice que Duarte compró a Juana a su padre, quien por entonces era el puestero de La Unión –nada raro en esa época, por cierto, como tristemente tampoco era raro que un hombre mucho mayor eligiese como mujer a una adolescente y no se casara con ella. Podría decirse, como antes se consideraba, que Duarte “engendró cinco hijos en Juana Ibarguren”. Sin embargo, en las partidas de nacimiento ella registra a cada uno de  los hijos  con su apellido.  Duarte jamás los reconoce.

Pasaron los años y Juana Ibarguren, pese a los tantos comentarios suscitados a su alrededor acerca de sus hijos y de ella misma, no se amedrentó. Consiguió para su hijo y de ella misma, no se amedrentó. Consiguió para su hijo Juan un empleo como dependiente de una tienda; y para su hija Elisa, por recomendación de algunos amigos de Juan Duarte pertenecientes al partido conservador, un puesto de auxiliar en la oficina de correos; Blanca, la mayor, estudiaba en la Escuela Normal Provincial. Juana logró, pues, cubrir las necesidades de sus hijos, dándoles un hogar y estudio. El 8 de enero de 1926, cuando Juana recibe la noticia de la muerte de Juan Duarte, viste de riguroso luto a cada uno de sus hijos. Blanca tenía por entonces dieciocho años, Elisa dieciséis, Juan doce, Erminda diez y María Eva, seis.

Por aquellos días de tristeza y marginación, de los que no tenía mayor conciencia y María Eva, menuda, de cabello oscuro y piel mate, mostraba ya gran carácter aunque era un poco introvertida. Se entretenía haciendo malabarismos en el patio; era intuitiva, percibía fácilmente aquello que la gente sentía o necesitaba, así como extremadamente sensible y quizá por esto más expuesta al abandono o al maltrato. Tal vez por ser la menor se dice que era la más cariñosa, alegre y decidida, pero sobre todas las cosas la más despierta.

En un testimonio de su hermana Erminda, un 6 de enero, le habían sugerido que pidiera a los Reyes Magos algún juguete importante. Ella quiso una muñeca. La mañana de reyes saltó de la cama y corrió hasta sus zapatos puestos en orden y muy juntitos en la sala, tal como hacen todos los niños argentinos que aun hoy siguen la tradición, y de hecho la esperaba una hermosa muñeca, alta como ella pero con una pierna rota. Seguramente la habían recibido de alguna familia de recursos que acostumbraba a regalar los juguetes de sus hijos para los niños pobres. Los hermanos quisieron consolar a María Eva y le dijeron que seguramente alguno de los Reyes Magos la había dejado caer del camello, a lo que Eva respondió: “¿Es que acaso andan mirando una estrella sin mirar al suelo? ¡Qué extraño!”

María Eva era de ascendencia vasca por los cuatro abuelos, circunstancia a la que se atribuye la obstinación y su carácter autoritario. Condición que sin duda debe al modelo de tenacidad demostrado por su madre. Sus compañeras de escuela la recuerdan como la “mandona” del grupo; había repetido algún grado, lo que la convertía seguramente en la mayor del curso pero es probable que  hubiese  empezado muy pronto a ejercer su aptitud de liderazgo. También, muy pronto su capacidad de observación y sus intereses comenzaban a ser otros.

En su libro La razón de mi vida, Evita nos cuenta su primera visión de Buenos Aires:
“Un día cumplidos ya los 7 años, visité la ciudad por primera vez. Me hablaban de ella como un paraíso y llegando descubrí que no era así. De entrada vi sus barrios de miseria, y por sus calles y sus casas supe que en la ciudad también había ricos y pobres. Aquella comprobación debió dolerme hondamente, porque cada vez que de regreso de mis viajes al interior del país llego a la ciudad me acuerdo de ese primer encuentro con su grandeza y sus miserias.”

Por el año 1930, durante la Revolución, Eva cursaba su tercer grado en la ciudad de Junín, donde se había trasladado todo el grupo familiar. En la casa se realizaban reuniones de conjurados a partir de la caída de Hipólito Irigoyen. Los radicales, con Irigoyen como presidente habían sido elegidos en 1926 y 1926. La oligarquía compuesta entonces por unas 1800 familias que pasaban sus días entre Buenos Aires y París, empezó a inquietarse por los reformas sociales de los radicales que representaban a la clase media y los trabajadores descendientes en su mayoría de inmigrantes europeos. Decidieron entonces tomar cartas en el asunto apoyando el golpe del general Uriburu que derrocó a  Irigoyen.

Estas familias sabían de los cambios que se venían produciendo en el ejército. Ya no quedaban militares obedientes desfilando en las ceremonias patrióticas con sus grandes bigotes empinados; ya imitaban el modelo germánico y usaban cascos prusianos con una punta de lanza como adorno, modelo aceptado sin tapujos por los sectores dominantes a pesar de sus jactancias franco-anglófilas. “Sin embargo –recuerda la escritora argentina Alicia Dujovne Ortiz- a consecuencia de su germanófila y su ambición de poder, en 1932 esa misma oligarquía despide a los militares como solía hacerlo con las sirvientas y durante toda una década se mantiene el poder gracias al fraude electoral”.

Comienza un período de importante inmigración interna; con motivo de la acelerada industrialización se instalaron fábricas, especialmente en Buenos Aires, lo que atrajo un exceso de mano de obra proveniente del interior acrecentado así no solo la desocupación sino la falta de vivienda en la capital. Se puede comprobar la miserable situación durante los años treinta prestando atención a los tangos escritos por esos días que hacen referencia a la pobreza, al inquilinato, a las muchachas de los barrios vestidas de percal y a la “mala mujer” vestida de armiño. En ese ámbito nace el teatro argentino y los sainetes, breves piezas de teatro que expresaban todo el humor y la ironía de la que eran capaces aquellos hombres y mujeres de tan diversas culturas y personalidad, inmigrantes en su mayoría, pero que muy poco hablaban del hambre y las ollas populares, quizá porque eran moneda corriente no solo en Argentina sino en
sus países de origen, de donde habían emigrado escapando del hambre.

Mientras tanto, la ciudad de Junín se convertía en un centro ferroviario a donde llegaban los “inmigrantes internos”, desplazados de todas las regiones del país hacia la capital en busca de una oportunidad como obreros en la multitud de fábricas, y en donde además, era imposible no dar los primeros pasos de la mano del naciente movimiento sindical argentino, que llegó a convertirse muy pronto en el más poderoso de América Latina. El entorno inmediato de Eva y su familia no era ajeno a esta realidad. Alquilaron un camión suben sus pertenencias y se mudaron a Junín. Por esos tiempos Blancas se recibe de maestra y Juancito consigue la representación en toda la zona para la venta y distribución de Jabón Radical y cera La Rosa, dos productos muy populares. Unos de los motivos del traslado fue el despido de su trabajo en el correo, a una de las hermanas, Elisa, pues acababa de hacerse cargo de la intendencia el señor Lettieri, radical y enemigo político de aquel otro, el conservador que la había recomendado. Sin demora doña Juana Ibarguren decide mudarse a Junín donde sí tenía ascendiente, otro amigo influyente para que su hija recuperara el empleo.

Doña Juana, hasta entonces dedicada a la costura, decidió dar hospedaje a uno que otro estudiante y ofrecer comida abundante a igual precio que los discretos platos de los restaurantes de la ciudad. Así consiguió que ser reunieran a almorzar importantes personajes como el mayor Alfredo Arrieta, comandante de la repartición militar, José Alvarez Rodríguez, director del Colegio Nacional y su hermano, a quienes muchas veces se sumaba el doctor Moisés Lebensohon, periodista y dirigente radical. No pasó mucho tiempo hasta que dos de las hermanas de Evita hicieran amistad con estos señores; Elisa se casó con el mayor Arrieta y Blanca con el abogado Justo Álvarez Rodríguez; no tuvo tanta suerte Erminda pues se casó con un tal Bertolini, ascensorista, de quien terminó divorciándose luego de la muerte de sus hermanos Eva y Juancito, en 1952.

Cuando María Eva cursaba el último grado del colegio primario, representó la obra de teatro “Arriba estudiantes” y su maestra, vislumbrando que tenía condiciones para la declamación, la convocaba para recitar en todas las fiestas escolares. Aquella vida pueblerina era de rituales muy marcados: los domingos se iba a misa por la mañana; las acaloradas siestas se pasaban en la hamaca, bajo el parral, mirando las revistas Sintonía, Mundo Argentino, Antena y Radiolandia; por la tarde, acicaladas y perfumadas de lavanda, las muchachas recorrían la calle principal mirando una y otra vez las mismas vitrinas mientras los jóvenes, a quienes sí se les permitía sentarse en los andenes de los bares a beber café o refrescos, se solazaban viéndolas pasar. Llegado el atardecer ellas regresaban a sus hogares dando por terminado el fin de semana porque tampoco se les permitía entrar a los estrenos del cine Roxy ni el Crystal Palace, apenas si podían asistir a la matiné de los martes que costaba 30 centavos.

En esos llamados “días de damas”, Eva y sus hermanas, formaban parte también de la fila de jovencitas que a la puerta del cine esperaban las “cintas” que mostraban algo de aquellos amores al estilo Hollywood, alejándolas por un rato de la abulia y la mezquindad pueblerina. Las muchachas golpeaban el piso con un ritmo de marcha al que mencionaban como  "pan francés, chocolate inglés”

Al amparo de las lecturas de la siesta y recortando las fotos de sus actores preferidos, o esperando la matinée de nos martes, las muchachas soñaban con ser actrices aunque pocas se animaron a más. Probablemente en una de esas veces, María Eva leyó la biografía de Norma Shearer –quien también había nacido pobre e ignorada en Montreal y aun así conquistó Hollywood y al león de la Metro-  y al despertar doña Juana de la siesta, le confió con ojos y sonrisa amplios: “Voy a ser actriz”. Doña Juana , como cualquier madre por esos días, especialmente una soltera y con cinco hijos, respondió: “Tanto trabajar, tanto esfuerzo para que podamos ser como todo el mundo y ahora la princesa lo echa a perder porque quiere ser actriz…”

Según la misma Evita, fue por aquellos días en Junín cuando le nació esa “…extraña y profunda vocación. Como a los pájaros siempre me gustó el aire libre. (…)Ni siquiera he podido tolerar esa cierta esclavitud que es la vida en la casa paterna, o la vida en el pueblo natal…Muy temprano en mi vida dejé mi hogar y mi pueblo, y desde entonces he sido libre. He querido vivir por mi cuenta y he vivido por mi cuenta”.

A partir de entonces toda su actividad pueblerina se da en medio de ciertas actividades premonitorias o, por qué no, propiciadas por la misma madre o conocidos de la familia que le veían condiciones. La casa musical del pueblo contrata su voz para promocionar el negocio por una altoparlante instalado en una esquina. El dueño del negocio , para convencer a la madre le dijo: “Doña Juana, no tenemos derecho a quebrar la vocación de los niños. Déjela probar. Si fracasa no quedará marcada, si triunfa: tanto mejor”. De este modo, extraña y premonitoria quizá, la voz de María Eva sobrevoló por primera vez una ciudad y entró en la intimidad de tantos hogares humildes,  y no otros no tan humildes.

Durante esa adolescencia temprana le sucede el primer enamoramiento. Se trataba de Ricardo, un soldado del destacamento de Junín, romance que no prosperó por ser el primer amor o puede que porque Eva intuía ya algo de su porvenir y su destino, que no era otro que en brazos de un gran hombre.

Mientras tanto, algo le sucede que la marcará también para siempre. Una amiga y un par de muchachos de “buena familia de la zona”, la invitan a pasar un fin de semana en las playas de Mar del Plata, la llamada Perla del Atlántico, ciudad balnearia exclusiva por esos tiempos, lujosa y frívola. María Eva y su amiga aceptan, aun era posible el candor pueblerino por aquel entonces. Una vez en camino los jóvenes intentan abusar de las muchachas y ante  su resistencia son despojadas de sus ropas y abandonadas en medio de la ruta. Son recogidas por un camionero que gentilmente las envolvió en frazadas y las devolvió de inmediato a sus hogares. Suele decirse que este desagradable episodio es una más de los que provocan ese particular odio de Eva hacia las clases altas y su reconocimiento a las clases menos favorecidas.

Años después, yendo en avión hacia Europa, con motivo seguramente de un comentario que hiciera un amigo, escribe a su esposo Juan Perón: “¡Cuando me fui de Junín solo tenía trece años!”. Mentira piadosa la de Eva, que pese a su gran personalidad siempre se vio en la disyuntiva de tener que justificar lo vivido. Claro que nunca es fácil para las mujeres en estos casos. Toda muchacha que haya pasado por una situación similar o por el simple manoseo en un transporte público, se obliga a callar o a justificarse para no pasar por el consabido “ella me buscó”, como única respuesta.

Quizá por ese tipo de cosas, durante los últimos días en su lecho de enferma, Eva Duarte toma partido en defensa de una niña, que aun hoy se ruboriza al contar aquella anécdota. Evita que apenas se levantaba de la cama, recibía a diario una prenda de encaje que le era colocada en el torso y que le entregaba personalmente una muchacha de dieciocho años, hija de la dueña de la más importante casa de lencería de Buenos Aires. Cierto día al acercársele, seguramente la joven traía cierta expresión que llamó la atención de la enferma. “¿Te tocaron?”, preguntó Eva que sabía que nadie entraba en ese cuarto sin pasar por una intensa requisa. Pese a que la chica lo negó, el rubor y la confusión provocaron que Eva se levantase de su cama. Enfurecida abrió la puerta del cuarto: “Que nunca más la requisen, que nunca más la toquen o los hago echar, acaso no ven que es una nena…!”

En 1934, se presentó en Junín, “el gardel del interior”, como le decían a Agustín Magaldi. Su hermano Juancito habla con él y le presenta a María Eva, con intenciones de que el cantante termine por convencerla de sus condiciones de actriz. Magaldi le sugiere entonces que viaje a Buenos Aires y le da su dirección. A partir de entonces la familia analiza la conveniencia, pero mucho mas los inconvenientes, de que la más pequeña de los hermanos viajase a Buenos Aires. Ciudad enorme y peligrosa para una muchacha sola, sin dinero y con aspiraciones de actriz. Cuenta una vez Eva haciendo referencia a aquellos tiempos:
 “Me figuraba que las grandes ciudades  eran lugares maravillosos no se daba otra cosa que la riqueza. Y todo lo que oía decir a la gente confirmaba esa creencia mía. Hablaban de la gran ciudad como de  un paraíso maravillosos, y hasta me parecía entender , de lo que decían, que incluso las personas eran allí más personas que las de mi pueblo. Por eso me escapé de mi casa. Mi madre me hubiera casado con alguien del pueblo, cosa que no hubiera tolerado”.
Así, un domingo recién comenzado el año de 1935, un 2 de enero y con apenas dieciséis años, María Eva Ibarguren, que a partir de entonces se haría llamar Eva Duarte, se sube a un tren, que parecía rescatarla de aquel paraje perdido de la pampa, y con apenas una pequeña caja de cartón como equipaje, llega a la ciudad soñada: Buenos Aires. Sin saber que por aquellos tiempos un novel poeta, Jorge Luis Borges, habiendo salido de muy distinto estrato social y educado en Europa, compartía su mismo fervor “(…) y esa mala costumbre, Buenos Aires” .

María Eva sin saber que había vivido ya la mitad de su vida, pasó a formar  parte de la importante maza de desplazados que escapaban del interior a causa del hambre y el desempleo, o por lo menos con el sueño de conquistar Buenos Aires. Eva observó atentamente su entorno y escribió a su madre. “Querida mamá: por  fin estoy aquí, en esta ciudad tan grande que no es como yo había imaginado. Por sus barrios de miseria, sus calles, sus casas se ve aquí también, como en Junín, que hay ricos y pobres; pero más pobres que ricos, y eso da tristeza”.

Su apreciación no era errada. Muy pronto se da cuenta de que lo captó de la gran urbe no es tan diferente de lo que acaba de abandonar: no muy distintas tampoco las contradicciones que Buenos Aires incrementaba ostentando junto a la pobreza, edificios como el Kavanagh, por esos años el  más alto de toda América Latina.

Comienza así para Eva una etapa en la que comer y disponer de un techo bajo el cual abrigarse –y por tanto su reputación- ya no dependían de l trabajo de su madre y sus hermanos sino de su propio esfuerzo, de su empuje, del éxito o fracaso de la obra de teatro donde hubiera conseguido un papel; y por qué no, de la ayuda  de algún protector que por cierto nunca han de faltar en estos casos. El dinero había comenzado a faltarle y conseguir un papel no era tan sencillo como había imaginado. La ciudad tampoco era como pensó.

Eran los tiempos de la República dominada  por los intereses de los estancieros; los teatros eran gobernado igual que una estancia. Por lo tanto: “Eva Duarte en sus comienzos –nos dice el escritor argentino David Viñas- atentaba contra el entorno y muda, representaba esa ciudad anónima y sin voz que se llama les entrañas del pueblo”.
 En el lugar donde pasó mi infancia los pobres eran mucho más que los ricos, pero yo traté de convencerme de que debía haber otros lugares de mi país y del mundo en que las cosas concurrieran de otra manera y fuera más bien al revés. Pero al llegar a Buenos aires de entrada vi en sus barrios miseria y por sus calles y sus casas supe que en la ciudad también había pobres y había ricos. Conozco la crudeza de esperar. Sé de la angustia de haber pospuesto una aspiración.
Su hermano, que por esos días estaba en Buenos Aires prestando el servicio militar, sabía de lo mal que ella lo pasaba y la indujo a volver a Junín. Eva respondió: “Dejame, la nena sabe lo que hace”. Muy pronto había comprendido que para ser actriz se necesitaban tener una gran belleza, tener estudios de teatro o, por lo menos,  conocer el recorrido de confiterías o “cafés” donde se reunían los productores de teatro y de radio. Magaldi le había presentado  a una amiga que ya era una actriz consagrada, Maruja Gil Quesada, que  le ofreció su casa. La acompañó a esos sitios que le aconsejó frecuentar para ser vista y contratada. En una de esos paseos conoce al actor José Franco y al productor Joaquín de Vedia que le dan la primera oportunidad. Un papel en la obra de teatro “La pequeña señora de Pérez”.

Muy pronto hace parte de la compañía teatral del mismo  José Franco y su esposa, la conocida y legendaria actriz Eva Franco. Actúa en ‘La dama, el caballero y el ladrón’, obra de gran repercusión y que le permite vivir con holgura por dos años. Cuando esto se termina de nuevo cae en la pobreza. Eva Franco y su compañía, la convocan una vez  más y con un papel de mayor importancia, la  hermana de Napoleón en Madame Sans Gene, de Moreau y Sardou. Cierta noche al finalizar la obra, Eva Franco recibe un enorme ramo de flores,  anónimo,  creyendo que era para ella cuando comprueba que el ramo era para Evita, la despide de su compañía. No obstante, se aclaran las cosas  vuelve a la compañía.

En 1936, recorre el interior del país vestida de enfermera, con la Compañía de José Franco, como parte del elenco de El beso mortal, que trataba los peligros de la promiscuidad sexual, obra auspiciada por la Liga Argentina de Profilaxis Social. La obra resultó un éxito en todo el interior, hasta se publicó una foto de Eva en la primera plana  de un diario de Rosario. Hubo que hospitalizar a una de las actrices, y Eva, que desconocía la prohibición de visitarla, fue a verla y se contagió. De inmediato fue despedida y volvió a Buenos Aires. Recorrió agencias sin mucha suerte viéndose en la obligación de cambiar de pensión, soportando como tantos otros el peso de la crisis. Más adelante diría:
"Mi  vocación artística me hizo conocer otros paisajes: dejé las injusticias vulgares de todos los días y empecé a vislumbrar primero, y a conocer después, las grandes injusticias. No solamente las vi en la ficción que representaba sino en la realidad de mi nueva vida”.

Entre 1837 y 1838, conoce al director de la revista Sintonía y ex piloto automovilístico, Emilio Kartulowicz,  muy popular por esos  días con quien vive un pequeño romance. El la conecta con el mundo del cine, publica su foto en la portada de Sintonía, aquella revista que solía leer en sus siestas pueblerinas en Junín. Si bien el romance es fugaz, Evita siempre tuvo hacia este hombre un gran afecto hasta el punto que siendo ya Primera Dama y en una época en que la prensa argentina sufría escasez de papel, Evita regaló o donó,  a la revista Sintonía una buena cantidad de papel para su publicación. Se dice que Kartulovich fue uno de sus grandes amores. Según sus amigas, Eva era demasiado apasionada para tener sabiduría. Claro que estos amores primeros no fueron sino la pista de despegue hacia el gran amor que estaba por llegar. A partir del respaldo de Kartulovich convirtiéndola en chica de tapa, la carrera de Eva Duarte dio un vuelco.

Participó entonces en su primera película Segundos afuera, de Argentina Sono Films, con actores de primera línea como Pablo Palito y Pedro Quartucci. También pasa a formar parte de la Compañía de teatro de la actriz Pierina  Dalessi, que nunca dejó de festejar y comentar aquella experiencia y amistad con la diva: “Eva era tan flaca que no se sabía si iba o venía (…) Comía muy poco. Creo que nunca comió en su vida. Cuando se acabó la miseria era por falta de tiempo que se privaba de comer…”

Con lo ganado en la película, más algunos ahorros que había logrado con sus trabajos como modelo publicitaria, se mudó al Hotel Savoy, pero a la semana tuvo que abandonarlo, porque su hermano Juan, que trabajaba en la Caja de Ahorro Postal, había robado una importante suma de dinero. Para que su hermano no fuera a la cárcel y devolviese el dinero vendió lo que tenía y regresó al inquilinato. Una muestra de su solidaridad a toda prueba.

Por esos tiempos, pudo grabar su primer radioteatro, Oro Blanco, donde se trataba del conflicto de los hacheros y cultivadores en el Chaco. Trabajo que la acercó a nuevas posibilidades, no solo profesionales, que de algún modo pudo avizorar. Sin embargo una vez más las demandas familiares la obligan a volver a Junín. Su hermana Erminda enfermó de pleuresía. Toda la familia le aconseja volver y Eva les responde que volveré pero nunca fracasada, “(…) primero conquisto Buenos Aires y después me voy”.

En 1939 empieza otro radioteatro, Los jazmines del ochenta, y a es cabeza de compañía. La pieza se estrena el 1 de mayo; ocasión en la que se encuentra con compañeros de trabajos anteriores manifestándoles que si no se compartieran las cosas buena y el trabajo con amigos, qué sentido tendría aquello de la actuación. No solo su carrera sino su cabeza empieza a  cambiar, y da muestras de la magnitud de la verdadera Eva.  La contrata la compañía del Teatro del Aire. En el ciclo se trabajaban piezas teatrales escritas por Héctor Blomberg, novelista y poeta, que se dio a conocer por sus temas históricos, particularmente consagrados a la época del controvertido Juan Manuel de Rosas y al mismo Rosas. Surgía por entonces una corriente nacionalista que recuperaba y exaltaba la figura del considerado como dictador del siglo XIX, Ajena aun a toda ideología, por lo menos a una ideología manifiesta y formal, Eva gana un prestigio particular al unirse a un escritor cuyas ideas parecían los preliminares del ideario peronista.

Claro que en otros ámbitos comenzaba a producirse toda suerte de prevenciones, dado que la cultura argentina de los años 30 se mostraba a sí misma primero como francesa, luego inglesa y finalmente universal. Paradójicamente, tanto la oligarquía dominante como la izquierda opositora renegaban de lo que denominaban como “cultura populachera”, a esa altura encarnada ya por Eva Duarte. Entre estos sectores y el peronismo, al decir de la escritora, Alicia Dujobne Ortiz, sólo hay un abismo estético y este es un motivo por el que puede sostenerse que Eva fue “peronista” mucho antes que existiese el peronismo y  que Perón fuese su alma mater o líder.

Probablemente, estas coincidencias son parte de las tantas que acercan a las dos figuras emblemáticas de la política  argentina. Desde el resentimiento social, hasta la estética del tango y del radioteatro, Eva tiene mil razones para entenderse con Perón y más tarde dar vuelo al peronismo.

Al año siguiente, en 1840, Eva participa en dos películas con Luis Sandrini. Las revistas de espectáculos se ocupan de ella y hasta fue de nuevo chica de tapa, en esa ocasión de la revista Cine Argentino, vistiendo la camiseta del club Boca Juniors. En 1942, recibe propuestas cinematográficas de los Estudios Baires, entre otras un papel importante en la película Una novia en apuros.  Por esos tiempos le toman una serie de fotografías que comenzaron a escandalizar  todavía más a la pacata sociedad porteña. Mostraba las piernas, el nacimiento de los senos y los hombros. Intolerable por esos días para una mujer considerada “decente”. Circunstancia que la misma pacata sociedad tomó directamente como un agravio cuando, dos años mas tarde, asume el rol de primera dama. Esta situación por cierto, la hizo de más cantidad de verdaderos amigos dentro del grupo de los hombres que de las mujeres. Así encontramos dentro de su círculo, a actores como Perdo Quartucci, empresarios como Juan Llauró, Emilio Kartulovich, Pablo Suero, director de teatro, militares como el coronel Francisco Imbert, de estricta formación prusiana que a partir de la Revolución del  de Junio de 1943 se convertiría en director de Correos y Telégrafos, controlando personalmente toda la radiodifusión y a todos aquellos que deseaban entrar en la radio. Circunstancia no muy diferente a la que sucedería en otras épocas posteriores con otras políticas y aun sucede.

A poco de conocer a Eva, el coronel Imbert, la instala en un departamento de la Calle Posadas, uno de los mejores barrios de la capital porteña y la visita con asiduidad. Por lo menos hasta aquel 22 de enero de 1944, en que Eva Duarte y Juan Perón se conocen. Efectivamente, y como a la Milonguita del tango, dicen que a Eva los hombres le hicieron mal. Comenzando por su padre, claro. Sin embargo, tenía una vocación que la colmaba y pasión más que suficiente para dejarse entregar a la injusticia y la soledad  que padecen los que son distintos, especialmente si son mujeres. Tal vez por eso y por revancha, según muchos aun murmuran, los hombres fueron para Eva un medio y nunca un fin; solo un medio necesario. De todos modos ninguna duda cabe, que muchos de sus detractores se habrán arrogado sus “favores”, pues  hasta hubo quien dijo que Evita era una amante cara porque había que darle dinero para remedios. Por esos tiempos el doctor Pardales le recetaba inyecciones de calcio para la desnutrición.

El escritor César Tiempo cuenta una anécdota acerca de esa fragilidad de Eva. Al parecer un día estaba sentada en una mesa de café y en una mesa cercana, estaba  el escritor Roberto Arlt,  ampuloso en sus gestos como siempre e inquieto. Arle se quedó observando a aquella muchacha, desconocida para él, que bebía a sorbitos su café con leche y que cada tanto tosía, igual a uno de los personajes de sus cuentos.  Al fin el escritor a fuerza de querer llamar la atención de la muchacha, la hizo derramar el café. Arlt, para hacerse perdonar por ella se arrodilló. Eva corrió al baño,  regresó aun llorando y con el vestido mojado. “Me voy a morir pronto”, dijo  y Arlt le respondió: “no te preocupes, yo también”. Ninguno se equivocaba, la muerte los citó sin dudas para que se conocieran:  El 26 de julio de 1942, murió Roberto Arlt, y Eva el mismo día y mes, pero diez años más tarde.

Eva,  logra crear “un radioteatro distinto”, según ella mismo dijera, “uno donde encarnar a las grandes mujeres de la historia de la humanidad”. Así dio comenzó el ciclo  que se llamó Heroínas de la historia, interpretando a mujeres como Isadora Duncan, Isabel I de Inglaterra, Sara Bernhardt y Madame Chang-Kai-Cheik. Vivía y gozaba la interpretación de cada personaje,  de un modo casi infantil. Era el resultado de su romanticismo. “Vivo mis obras, porque vivo mi vida con la intensidad de una bella obra…mis heroínas son a cada momento, documentos vivos de la realidad”.

Durante los primeros meses del año 1943, Eva desaparece dejando varios contratos pendientes. Entre las muchas versiones se  habló  de la probabilidad de un embarazo, o a causa de una anemia como consecuencia de una leucemia grave;  también que ya militaba en las huestes de la cercana revolución<; que había hecho amistad con el obrero anarquista Isaías Santín, miembro de la Confederación General de Trabajadores- estrecho colaborador de Evita hasta sus últimos momentos. Lo cierto es que nunca se supo el motivo de aquella ausencia de casi siete meses.

Lo cierto es que fueran cuales fueran los motivos, el detonante de la Revolución del 4 de Junio de 1943, al presidente Castillo fue el nombramiento de Robustiano Patrón Costas, millonario enriquecido con la explotación de la caña de azúcar, como candidato a las próximas elecciones “libres”. Eva reapareció en el mes de agosto, creando con alguno de sus compañeros de radio, y tomando la presidencia,  la Asociación Radial Argentina.
“Desde que estoy en el ambiente he tratado por todos los medios de contribuir al mejoramiento de la condición del artista. He actuado en otros organismos gremiales antes de ser designada presidente del que ahora nos agrupa a todos en la radio. Entonces  como ahora todas mis energías las he puesto a favor de los derecho del artista a cuya familia pertenezco.”
Es así como da sus primeros pasos en la política socia, de lo que sería el breve camino que la conducía, sin saberlo aun, al hombre fuerte que ansiaba encontrar, Juan Domingo Perón. Arduo camino que apenas comenzaba.

Años más tarde, haciendo hincapié en los comentarios o la fama de Evita, José Steinsleger, escribe en el diario La Jornada:
 “Hija natural, entonces rencorosa, analiza el psicólogo; pobre, entonces envidiosa, medita el filósofo; sin formación y con pretensiones de actriz, entonces ignorante, vocifera el intelectual; rebelde, entonces resentida, matiza el sociólogo…Que se acostó con varios hombres…entonces prostituta, sanciona el obispo. Que se casó con el coronel…Entonces trepadora, documenta el historiador. Psicólogos, sociólogos, intelectuales, filósofos, politólogos e historiadores alzan la copa. Mujer al fin….¿qué pude esperarse de una dama con tales atributos? Y cuando entró al ruedo de la política mostró su perfil autoritario, es decir, fascista. Aspectos que, según la visión, la historia propone inflar, pues de lo contrario habría que hablar de cuando compró armas en Europa para organizar milicias obreras cuando el ejército y la oligarquía intentaron el primer golpe contra Perón en 1951.”

Esa mirada implacable de las que nos habla José Steinsleger, fue puesta sobre María Eva Duarte desde el comienzo de sus días y por el resto de su vida, aun después de su muerte y hoy  mismo. Siempre la rodeó la situación de celos y competencia, de rivalidad y envidia. También con Libertad Lamarque, la famosa cantante argentina que viviera  en México, se enfrentaron hasta llegar a las manos. Apenas tomó su lugar como Primera Dama, se presentó a tomar su lugar como presidenta de la Sociedad de Beneficencia, que históricamente era presidida justamente por la esposa del jefe de Estado de turno. Las señoras, socias y damas de dicha entidad, en su mayoría de la más alta sociedad porteña que no la aceptaba, argumentaron que era demasiado joven para ocupar el cargo. Riendo y altiva como era siempre que la provocaban, les respondió que si su juventud era el único impedimento para ocupar el cargo, entonces les enviaría a su madre, porque seguramente las igualaba en edad. Así terminó el diálogo y por cierto la Sociedad de Beneficencia. Después de todo su espacio de acción social lo ejercería en la Fundación Eva Perón.

Siendo la esposa de Perón, y con plena conciencia del amor y respeto que le profesaban “sus Descamisados”, como ella misma llamaba a los humildes y desheredados, sumado a su gran voluntad de participación y condición de líder que ya era conocida y asumida por ella, le reclamó a su marido el derecho ser la compañera de fórmula en la próxima candidatura presidencial. Perón se negó. Presiones políticas por cierto, o machismo, o celos en general. Lo cierto es que las presiones que recibía el general no le permitieron darle el gusto a su esposa ni a sus Descamisados. ¿Cómo evaluar las verdaderas e íntimas razones que llevaron a Perón a negar, no solo ese deseo a su esposa Eva Duarte, sino el derecho adquirido y bien ganado de Evita y de los millones de electores que clamaban por ella?

Su personalidad, su temple y sus logros, unidos a sus fracasos, han provocado siempre el mayor afecto o el mayor rechazo. Fue una mujer capaz de provocar pasiones extremas. Por eso se dice que Eva Perón es una simple cuestión de sentimiento popular. Aunque muchos de sus detractores de entonces, ya no lo son y reconocen, por encima de toda ideología, la valentía y arrojo de Evita para moverse en un mundo que por esos días era solo de los hombres, tanto en lo público como en lo privado y más aun en el terreno de la política. Ella misma expresa en su libro La razón de mi vida:
“Todo, absolutamente todo en este mundo contemporáneo ha sido hecho según la medida del hombre. Nosotras estamos ausentes en los parlamentos, en las organizaciones internacionales. No estamos ni en el Vaticano ni en el Kremlin. Ni en los Estados mayores del imperialismo. Ni en las comisiones de energía atómica. Ni en la masonería ni en las sociedades secretas. No estamos en ninguno de los grandes centros que constituyen un poder en el mundo”.

No obstante, reconoce, refiriéndose justamente a La razón de mi vida:
“Este libro ha brotado de lo más íntimo de mi corazón. Por más que a través de sus páginas hablo de mis sentimientos, de mis pensamientos y de mi propia vida, en todo lo que he escrito el menos advertido de mis lectores no encontrará otra cosa que la figura, el alma y la vida del General Perón y mi entrañable amor por su persona y por su causa.”

Su amor a Perón, pero por sobre toda las cosas su amor al proyecto del general, su propio proyecto en realidad, a la vez que le dio fuerza a su vida le permitió dar otro enfoque a la que ella mencionara como la “causa de Perón”. Puede que fuese verdad que hubo muchos amores o muchos hombres, o tal vez solo hayan sido muchos los hombres que una vez desaparecida Eva se han arrogado sus favores.  Una contemporánea de Evita, cantante, y también actriz, luchadora y proveniente de la mas absoluta pobreza, Tita Merello, decía de sí misma: “He sido mujer de muchos amores, pero de un solo hombre…”, tal vez muchas mujeres podríamos decir lo mismo. Ese único hombre , en el caso de Evita, fue sin dudas, Juan Domingo Perón.

Su nacimiento sin duda la fraccionó de por vida. Según el sociólogo argentino Juan José Sebreli, esa “doble pertenencia” es el resultado de saber que descendía por el lado del padre de un estanciero, o por lo menos de un patrón de estancia y, por el lado de la madre de  peones de esa misma o alguna otra estancia. Una característica habitual en un país mestizo, un país-espejo, por aquello de mirar a Europa, de donde apenas 30 o 40 años atrás, en esos días de la María Eva adolescente, había llegado aquella masa fundamental de inmigrantes de todas las clases y condiciones, con su deseo de ser más. Con la avidez de ser otra cosa, de reubicarse en esta nueva tierra y siempre mejor que en la que habían abandonado.
Éste doble mensaje o lectura, es seguramente lo que nos permite vislumbrar a una María Eva que para sus compañeras de escuela era dulce pero dominante; además algo mayor que las demás por haber repetido algún grado; una muchacha que muy pronto aprendió a convivir con esa doble pertenencia en pugna,  despertando miedo y atracción, dos características adquiridas en la cuna y que nunca la abandonaron. Nada de esto pasó por alto seguramente a Juan Domingo Perón. Cómo no enamorarse de una muchacha tierna y autoritaria, de ojos soñadores como penetrantes, de gestos bruscos y a la vez serenos. Muy pronto Perón como hombre y como líder percibió estas cualidades, aunque tal vez nunca imaginó  que todo eso haría que Eva, muerta en la plenitud,  fuese considerada la más sorprendente paradoja: santa y prostituta; aventurera y militante cabal; hada y mártir; el “mito blanco” y el “mito negro”.

En un artículo del diario La Jornada, nos dice José Steinsleger acerca de Eva: “Hija natural, entonces rencorosa, analiza el sicólogo; pobre, entonces envidiosa, medita el filósofo; sin formación y con pretensiones de actriz, entonces ignorante, vocifera el intelectual; rebelde, entonces resentida, matiza el sociólogo; que se acostó con varios hombres, entonces prostituta, sanciona el obispo. ¿Y que - qué...? ¿Que se casó con el coronel...? Entonces trepadora, documenta el historiador. Sicólogos, sociólogos, intelectuales, filósofos, politólogos e historiadores alzan la copa. Mujer al fin... ¿qué puede esperarse de una dama con tales atributos? Y cuando entró al ruedo de la política mostró su perfil autoritario, es decir, fascista. Aspectos que, según la visión,  la historia propone inflar pues de lo contrario habría que hablar de cuando compró armas en Europa para organizar milicias obreras cuando el ejército y la oligarquía intentaron el primer golpe contra Perón en 1951.”

Esa mirada implacable fue puesta sobre Eva Duarte desde el comienzo de sus días, su infancia, su etapa como actriz, su etapa como primera dama, su actuación política, su muerte y aún después. Ahora mismo. La situación de celos y competencia o rivalidad iba a darse siempre a su alrededor. Muy conocida es la anécdota aquella en que se dice que Eva Duarte y Libertad Lamarque, pelearon hasta llegar a las manos en aquel festival llevado a cabo en el Luna Park a beneficio de los damnificados por el terremoto. Al parecer quedaba un solo asiento  libre junto al coronel Perón y las dos mujeres, se dice que entraron en conflicto por ocupar el puesto, hasta el punto que Eva le propinó una cachetada  a Libertad Lamarque. Lo cierto es que fue Eva  la que consiguió su lugar junto a Perón, circunstancia que las mantuvo enemistadas por el resto de su vida.

Pero sin dudas lo que más la haría padecer, estaba aun por suceder. Siendo ya la esposa del coronel Perón y  conociendo el amor y respeto que le profesaban “sus descamisados”, como ella les llamaba, sumado a su gran deseo de participación y condición de líder  le exigió y aun le rogó a Perón, su derecho a presentarse como compañera de formula en la candidatura presidencial.  Perón se lo negó aquel derecho. Por cierto el último, gran deseo de María Eva Duarte.

Eva tenía un fuerte carácter y nada la amilanaba, cuentan que habiendo tomado posesión de su sitio de primera dama, se presenta también a ejercer su puesto de Presidenta de la Sociedad de Beneficencia, históricamente presidida por la primera dama de turno. Las señoras socias de dicha entidad, damas todas de la más  alta sociedad porteña y que por tanto no la quieren ni la respetan, burlonamente le manifiestan que  es demasiado joven para ocupar ese cargo. Y ella responde que si su juventud es el único impedimento para ocupar la presidencia de la Sociedad de Beneficencia, entonces les enviará a la señora Juana Ibarguren, su madre,  que seguramente las igualaba en edad.

No obstante una de sus mejores amigas, y protectora, la señora Pierina Dalessi, conocida actriz que en 1938 la acoge no sólo en su compañía de teatro sino también en su propia casa, solía decir: “Eva era una cosita transparente,  fina delgadita, con cabellos negros y carita alargada por el hambre, la miseria y un poco de negligencia, tenía siempre las manos húmedas y frías. También era fría en su trabajo de actriz, un pedazo de hielo. Era muy sumisa y tímida”.

En el período de 1943 a 1944, Eva Duarte y  Juan Perón parecen jugar a las escondidas y van pisándose los talones. Aunque aun lo desconocían ambos tenían lo que el otro deseaba o necesitaba. Las cartas estaban echadas. Perón necesitaba una amiga, y así se lo había comentado a una de las amigas de  Eva. Esa camarada en común realizó una reunión con artistas donde le presentaría al general Perón a la actriz Zully Moreno. Pero ésta se negó a verlo. No así Eva Duarte, quien le fue presentada por ser por entonces, menos diva que la Moreno. Ésta es una versión del primer encuentro. La otra es que el  Perón acudió el  25 de diciembre de 1943 a la radio, donde se encontraba Eva, para dar un mensaje navideño. De toso modos, si esa noche se hubiesen conocido , Eva y Perón no entablaron una relación, pues Perón asistió con la “Piraña”, una jovencita mendocina a quien él presentaba como su hija pero de quién se dice que era su amante.
Pero la  versión oficial es la que cuenta que, el 15 de enero de 1944 a las 20:45 horas se produjo un devastador terremoto que destruyó la ciudad de San Juan, capital de la provincia argentina que lleva el mismo nombre, a más de 1000 kilómetros al norte de Buenos Aires. Nunca se confirmó en número exacto de muertos, se calcularon unos 7 mil y más de 12 mil heridos. En su ayuda se acudió a la solidaridad de todos los argentinos. A cuatro días del terremoto, Perón que por entonces estaba al frente de la Secretaría de Trabajo y Previsión, convocó a los actores para que recorrieran las calles con alcancías para recaudar fondos para los damnificados. Además, se propuso hacer un festival para recaudar más fondos.
Eva se mantuvo alejada y en silencio. No acudió al llamado del gobierno. Cuando se hizo la propuesta del festival se opuso. Años más tarde contaría:
“Yo no estaba de acuerdo y lo dije, pensaba que en esta situación el que tenía plata debía darla sin esperar nada a cambio. Cuando los demás se retiraban Perón pidió que me quedara. Le hice saber que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa, movilizaría a mis colegas; mi compañía de la radio se ofrecía a ser la empleada en esa batalla benéfica. Quería hacer algo por esa gente que en ese momento era más pobre que yo. Perón se sorprendió al escucharme y me ofreció trabajar junto a ellos en la secretaría.  Quedé en contestarle luego de conversarlo con mis compañeros.”
Finalmente se llevó a cabo el festival en el Luna Park. Participó toda la colonia artística con un lleno total, y en presencia del por entonces presidente Ramírez y su esposa, junto a Perón, que ya se perfilaba como el “coronel del pueblo”. Eva Duarte llevaba un vestido negro, un sombrero de plumas y guantes largos y, según versiones, cuando terminó el espectáculo se retiró con Perón. Más adelante la misma Eva recordaría aquel momento:
“Me puse a su lado. Tal vez esto hizo que me prestara atención, y cuando tuvo tiempo para escucharme le hablé lo mejor que pude: Si como tu dices la causa del pueblo es tu propia causa, nunca me alejaré de tu lado, hasta que muera, por más grande que sea el sacrificio.”
Puede que no fuese exactamente así lo sucedido, sino que solo se tratara de lo que Eva hubiera deseado que aconteciera. O puede que sí. De todos modos, aunque Eva no hubiese dicho aquellas palabras a Perón, ninguna duda cabe de que ambos intuyeron que así iba a ser. El imán que Eva poseía y esa popularidad tan controvertida de los dos, sumadas al paternalismo de Perón, resultaba una excelente combinación que comenzarían a ejercer y a disfrutar desde el primer momento. Desde el primer día, ese que les arrasó cambiando el norte de sus vidas para siempre.  Como la misma Eva escribe:
“Me había resignado a vivir una vida común, monótona, que me parecía estéril, pero que consideraba inevitable. (..) Pero en el fondo de mi alma no podía resignarme a que aquello fuese definitivo. Por fin llegó mi día maravilloso. Todos o casi todos lo tienen en la vida, y para mi fue el día en que mi vida coincidió con la vida de Perón. Ese encuentro me dejó una marca imborrable en el corazón y ella señala el comienzo de mi vida verdadera.”
El lunes siguiente al festival, Eva llegó a su trabajo en coche del Ministerio de  Guerra. El chofer se bajó, le abrió la puerta y le ofreció la mano;  tampoco entonces Eva Duarte se amilanó ni dudó, tomó la mano del hombre, sonrió y entró a los estudios de Radio Belgrano. Por esos días Eva tenía veinticuatro años y Perón cuarenta y nueve. La mirada de dos líderes se había cruzado al fin. Desde entonces otro movimiento partiría en dos la tierra de los argentinos y su  historia política. Su compañerismo y la lucha política fue vital para ambos. Quizá Eva nunca comprendió del todo que esa lucha que ella misma tanto atribuyó a Perón, no fue sino su propia lucha, aquella en la que se debatió desde aquel día que, de la mano de su madre,  debió ponerse en puntas de pie  para alcanzar el ataúd donde yacía su padre natural, Juan Duarte, y verle la cara. Esa sola vez  vio a aquel que  nunca le había dirigido una mirada ni la reconoció como su hija.

Por aquellos días de radio, Eva participó activamente en el programa Hacia un mundo mejor, que informaba  que informaba acerca de las conquistas sociales logradas por la Secretaría de Trabajo y Previsión y Juan Perón. De a poco su  actividad artística va quedando de lado por su dedicación a la política social, y a Perón. Continuó con su actividad radial, actuando como Sara Bernhardt. Cuando terminaba la radio, se dirigía al departamento donde se llevaban a cabo las reuniones de Perón con sus colaboradores, militares y empleados del ministerio. Aunque discretamente, Eva se integraba a los encuentros. 
En 1944, se estrenó la película La cabalgata del circo, junto a Hugo del Carril y Libertad Lamarque, donde tuvo su primer protagónico. Fue la primera vez que apareció con cabello rubio. Tal vez fue recordando aquella primera vez que se la vio rubia cuando Perón la recuerda “de frágil presencia pero de vigorosa voz, con una larga cabellera que le caía suelta sobre la espalda, y de ojos ardientes”.
Al finalizar ese mismo año, los estudios San Miguel, anunciaban una nueva película con Eva Duarte, La Pródiga, la historia de una española adinerada que legaba sus bienes a los aldeanos. La película comenzó a filmarse pero  no fue sencillo llevarla a término. Entre tanto, en setiembre, ( 1945) se realizó la marcha por la Constitución y la Libertad en contra de  Perón. Hubo un paro, que también afectó en los estudios de filmación, porque muchos se adhirieron. Finalmente , la película se terminó pero con una extra en lugar de Eva Duarte. Pero Perón se opuso a su proyección comercial.
Años más tarde recordaba Perón: “Me seguía como una sombra, me escuchaba con atención, asimilaba mis ideas y las ejercitaba en su mente extraordinariamente ágil, y seguía mis directrices con gran precisión”.
EL 17 de octubre de 1945, cientos de miles de  peones de campo y obreros, marcharon por las calles de Buenos Aires exigiendo la liberación de Perón, detenido en la prisión militar de la isla  Martín García, frente a las costas de la ciudad. Aquel día un chofer de taxi que transportaba a Eva, denunció denunció a un grupo de estudiantes universitarios que al reconocerla la escupieron y golpearon. “Por cada golpe –recordaba Evita- me parecía morir y sin embargo a cada golpe me sentía nacer. Algo rudo pero al mismo tiempo inefable fue aquel bautismo de dolor que me purificó de toda duda y de toda cobardía”.
Muy pronto en su infancia, Eva había comprendido aquello del odio no solo de clase sino de género. O el odio de género como parte del odio de clase. Tantas veces había recibido comentarios como aquel que le hiciera el  director de una compañía de teatro: ¿Qué clase de actriz sos que ni siquiera tenés un amigo que te pague los trapos?”. Este tipo de comentarios siempre la rodearon, provenientes de los más diversos ámbitos. Pero Eva nunca dudó de sus fines ni propósitos. Nunca se detuvo, nunca se arrepintió de avanzar un paso más. Por el contrario, ante la duda siempre daba el siguiente paso. A escasos minutos del que supo era el último, un 26 de julio de 1952,  Evita murmuró a una de sus enfermeras: “Nunca me sentí feliz y por eso me fui de mi casa.  Una mujer decente tiene que ir adelante en la vida”.

Sin duda que conformaron una pareja con inmenso poder. Se complementaron desde el primer momento. Perón fue un estratega y conductor del naciente movimiento de masas; era amigo de sus amigos, racionalista, conciliador, afable. Evita lo adoraba compulsivamente; sin embargo tenía su propio estilo, mezcla de esposa, secretaria y amante, matriarcal y patriarcal al mismo tiempo. Fundamentalmente independiente. 
Aunque el mismo Perón, se arrogó el derecho de todo aquello que era Eva. Dijo a la revista Panorama, en abril de 1970:
“Eva Perón es un producto mío. Yo la preparé para que hiciera lo que hizo. La necesitaba en el sector social de mi conducción. Y su labor, allí, fue extraordinaria. En la mujer hay que despertar las dos fuerzas extraordinarias que son la base de su intuición: la sensibilidad y la imaginación. Cuando estos atributos se desarrollan, la mujer se convierte en un instrumento maravilloso. Claro. Es preciso darle también un poquito de conocimiento. (…) La acción de Eva fue , ante todo, social: esa es la misión de la mujer. En lo político se redujo a organizar la rama femenina del partido peronista. Dentro del movimiento, yo tuve la conducción del conjunto; ella, la de los sectores femenino y social. Le dejé absoluta libertad en ese terreno: era mi conducta con todos los dirigentes.”
Un comentario que la misma Eva Duarte no aceptaría o compartiría con él, como no lo pueden compartir muchas mujeres pues no deja de ser una lectura puramente machista de una realidad que Perón no pudo asumir con la grandeza acorde con el caso. De todos modos, bien claro está que Eva nunca hubiera sido Evita sin Perón, ni Perón hubiera sido Perón sin Evita, porque como dijera Jorge Luis Borges, acérrimo opositor de ambos: “En la economía de pareja, al menos en sus comienzos, ella resultó útil y él, necesario.”

Si en las últimas décadas el poder de la mujer en el mundo ha avanzado buscando la igualdad con el hombre, podría decirse que Argentina hace mucho que lo había empatado. La mujer luchaba junto al hombre, tal vez antes de Evita, pero es ella la que arrasa con muchos de los arcaicos preconceptos acerca del trabajo de la mujer, su derecho y deber de agruparse, agremiarse y ejercer la militancia partidista. Ya en sus tiempos de actriz, antes de conocer a Perón, se hablaba de su vena política cuando creó el Sindicato de Variedades, ya que el gremio de actores era bastante elitista y aristocrático.

En 1945, Perón, secretario de Trabajo y Previsión y vicepresidente de la Nación, es nombrado  ministro de Guerra. No obstante, el general Ávalos, empieza a pergeñar un golpe de Estado. La figura de Perón, sin dudas se interpone en sus planes. Le pide entonces que renuncie a  sus cargos. Perón se niega. Como consecuencia de ello es detenido y trasladado a la cárcel de Martín García. Ese día  8 de octubre cumplía 50 años. Desde su reclusión le escribe a Eva:
“Mi tesoro adorado: solo cuando nos alejamos de las personas queridas podemos medir el cariño. Desde el día que te dejé allí, con el dolor más grande que puedas imaginar no he podido tranquilizar mi triste corazón. Hoy sé cuánto te quiero y que no puedo vivir sin vos. Esta inmensa soledad está llena de tu recuerdo.
Y para que no quedaran dudas de su amor, continúa:
“Tratare de ir a Buenos Aires por cualquier medio, de modo que puedes estar tranquila y cuidarte mucho la salud. Si sale el retiro, nos casamos al día siguiente, y si no sale, yo arreglaré las cosas de otro modo, pero liquidaremos esta situación de desamparo que tú tienes ahora. Viejita de mi alma, tengo tus retratitos en mi pieza y los miro todo el día, con lágrimas en los ojos. Que no te vaya a pasar nada porque entonces habrá terminado mi vida. Cuídate mucho y no te preocupes por mí; pero quiéreme mucho que hoy lo necesito más que nunca. Tesoro mío, tené calma y aprendé a esperar.
Al enterarse del encarcelamiento del líder,  la poderosa CGT convoca a un paro general el 17 de octubre. Eva sale a las calles a alentar la huelga y convoca a un acto en la Plaza de Mayo. Así lo rememora la misma Eva:
“(…) Anduve por todos los barrios de la gran ciudad. Desde entonces, conozco todo el muestrario de corazones que late bajo el suelo de mi patria. A medida que iba descendiendo de los barrrios orgullosos y ricos a los pobres y humildes, las puertas se iban abriendo generosamente, con más cordialidad (…)
El acto se llevó a cabo y Perón es liberado. Con un breve discurso en el balcón de la casa de gobierno, un vez recupera sus cargos, contenta con las masas, las cuales se retiran tranquilamente y así se aplaca al general Ávalos. Hasta cierto punto es la primera vez que el pueblo ejerce su poder directo.
Después de éste incidente, Perón y Eva deciden por fin contraer matrimonio. La ceremonia se lleva a cabo el 22 de octubre de 1945. Pero no tuvo valor legal, porque si bien los papeles fueron consignados en el Registro Civil de la ciudad de Junín, la ceremonia se había llevado a cabo en el departamento de la Calle Posadas que compartían desde el inicio de la relación. Además fueron falseados los datos personales: Eva había declarado tres años menos y Perón negado su viudez. Tampoco realizaron el trámite prenupcial obligatorio. Los testigos que convalidaron todos los errores fueron Juan Duarte, hermano de la novia, y el coronel Domingo Mercante, amigo personal de la pareja. Evita no poseía el apellido Duarte por ser hija ilegítima, sin embargo había conseguido un certificado de nacimiento a nombre de María Eva Duarte y no como María Eva Ibarguren; un político y militar como Perón, no podía de ninguna forma casarse con una ilegítima como Evita. Posteriormente contrajeron matrimonio cristiano el 9 de diciembre en una iglesia de la ciudad de La Plata, a pocos kilómetros al sur de Buenos Aires.

Una vez regularizado el matrimonio, condición imprescindible, el 31 de diciembre el coronel Perón fue ascendido a general de brigada y el 4 de junio de 1946 asume como presidente luego de ganar las elecciones en el mes de febrero. En aquellos tiempos, entre el casamiento y los comicios, Perón recorrió el país en ferrocarril, siempre acompañado por su esposa. Evita fue la primera mujer de candidato que acompañaba a su marido en la campaña, y la gente se les acercaba no tanto siempre por Perón sino porque conocían a la futura primera dama, como actriz. La gente comenzó a llamara Evita y tan pronto asumieron la presidencia ocuparon el Palacio Unzué.
Aunque Eva no tenía cargos formales en el gobierno, disponía de su despacho en el Correo Central, desde donde atendía las cuestiones atinentes a la ayuda oficial del Estado. No tardó mucho en mudar su oficina al Ministerio de Trabajo. Si bien no era ministro se comportaba como si lo fuese. Perón reconocía que su esposa merecía una medalla por lo que hacía en pro del trabajo y sostenía: “Eva vale más que cinco ministros juntos”.
Almorzaban en el Palacio unzué, en pleno barrio de la Recoleta, dormían siesta cada uno por su lado y luego ella salía de nuevo a recorrer fábricas, escuelas y barrio pobres. Llevaban una vida ordenada, rodeados de amigos y sus tres perros criollos. No habiendo reuniones protocolares preferían no salir de noche y reunirse en casa con amigos. Con más razón la frase tan dicha de Perón, “de la casa al trabajo y del trabajo a la casa”. Sin embargo pasaban los fines de semana en una quinta de la localidad de San Vicente, al sur del gran Buenos Aires.

Aproximación a Juan Domingo Perón
Perón había nacido el 8 de octubre de 1985, en Lobos, una pequeña ciudad de la provincia de Buenos Aires; El padre del líder, Mario Tomás Perón, era hijo de un químico, médico y senador, Tomás Liberato Perón enviado a París en 1870 por el presidente Domingo Faustino Sarmiento como premio a su importante actividad y ayuda durante la peste de fiebre amarilla en Buenos Aires. Don Tomás, abuelo de Juan Domingo, se había casado con una uruguaya, Dominga Dutey, hija de vascos de Bayona. De modo que igual que Eva, el general Perón era de ascendencia vasca. Mario Tomás elegiría para sí un destino totalmente diferente al de su padre, se radica en Lobos donde se dedica, a trabajar una propiedad que recibe en herencia. Su hermano se había suicidado. Mario Tomás conoce a una criolla,  Juana Sosa Toledo, con quien tiene un primer hijo, Mario Avelino Perón.
Don Mario Tomás había prometido a su familia que acabaría con aquella relación con aquella mujer que, por criolla y descender de pueblos originarios, definían como ‘poco digna’ para un Perón. Sin embargo, el hombre permanece a su lado y cuatro años más tarde nace el segundo hijo, Juan Domingo. Cuando Perón tenía tres años, su padres se marchó a trabajar a la Patagonia dejando a Juana Sosa Toledo y sus dos hijos a cargo de la familia.  Cuando don Mario Tomás regresó el grupo familiar su hijo menor tenía seis años; luego partirían todos rumbo al sur de la Patagonia, a la estancia La Maciega. Allí Perón aprendió a caminar y a hablar y se inició en las estrategias de la caza. Igual que doña Juana, la madre de Eva, la doña Juana, madre de Perón,  desarrolló con habilidad las artes de la sobrevivencia. Montaba, domaba; curaba enfermos; asistía a las parturientas; gran amiga y compinche de sus hijos, complicidad que mostraba guiñándoles el ojo por detrás del padre. “Mi madre era un amigo y consejero”, diría Perón masculinizando aquellos atributos maternos  como si de ese modo les diese pudiese revalorizarlos. 
Con el tiempo, y habiendo sido llevado a casa de su abuela para completar su educación, dicen que Perón, al regresar encontró a su madre en la cama con un peón.  Lejos de considerar que la mujer había sido abandonada por ‘sus hombres’, el que le hizo los dos hijos y los propios hijos, Perón jamás la perdonó. Volvió a irse, pero esta vez se internó en el Colegio Militar, cortando así todos sus lazos familiares y abocándose a su carrera militar.
Es quizá en estos aspectos donde marcadamente se identificaban Eva y Perón, en esa marcada “doble pertenencia”, a la que hace referencia el sociólogo Juan José Sebreli, ambigüedad adquirida por descender de los que se consideraban dueños de la tierra, por un lado y por otro de los que la trabajaban o trabajaban para los anteriores.  De ese modo Peón hace del  Colegio Militar su familia y su carrera.  En 1917 los obreros de La Forestal realizan una huelga y Perón con solo hablarles los convence de que ese no es el camino adecuado. Recibe varios ascensos, escribe numerosos tratados, enseña en la Escuela Superior de Guerra y cuando recibe el diploma de oficial del Estado Mayor, se casa con Aurelia Tizón, su primera esposa que moriría en 1938 de un cáncer de útero, sin dejar hijos. Aunque al parecer no fue por a causa de su enfermedad,  aun hoy se debate en torno a la esterilidad de Perón.  
Perón no estuvo al margen de la revolución que derrocó al presidente radical Hipólito Irigoyen, que impulsaba un proceso de transformaciones sociales que lo enemistó con los sectores dominantes Años más tarde, Perón dijo que haber participado en el golpe de 1930 no significó sino que obedecía a los que por entonces fueron sus superiores. En una entrevista que le hiciera el escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano en 1965, hablando justamente de esas cosas de ‘el mandar y el obedecer’, Perón dice que “manejar a los hombres es una técnica, la técnica del líder. Una técnica, un arte de precisión militar. Yo lo aprendí en Italia, en 1940. ¡Esa gente sí que sabía mandar!”
Perón tenía una respuesta a inmediata para todo y para todos. Una vez Eva, de muy mal humor, le comentó que le parecía pobre el nombramiento como secretario del ministerio de Guerra y Trabajo que acababa de aceptar, él respondió simplemente: “Ellos creen que es un puesto secundario. En realidad el verdadero poder se apoya en los sindicatos. Y en la radio”.

¿Molesto?
En 1945 Juan Domingo Perón inicia su primera gira electoral por Córdoba ,La Rioja, Catamarca, Tucumán, Jujuy, Santiago del Estero, Salta y Santa Fe. Evita apasionada por la actividad política, se une a la comitiva en Santiago del Estero. Regresan a Buenos Aires el 1 de enero tras un gran éxito en las provincias La genes esperaba ver pasar el tren de campaña, con la figura fresca, blanca y rubia de Eva, igual a un hada a punto de conseguir la varita mágica que les cumpliría todos los deseos. El 24 de Enero la fórmula Perón-Quijano obtiene un 56 % de los votos y al Unión Democrática el 44%. A partir de este momento Eva, como primera dama, comienza su carrera contra la pobreza, la desigualdad y los “oligarcas”.
Eva contó en sus memorias:
“Hasta 1943, las reivindicaciones obreras en la Argentina tenían una doctrina y una técnica que no se diferenciaban para nada de la doctrina y técnica de los demás países del mundo. La doctrina y la técnica eran pues internacionales, vale decir extranjeras en todas las patrias y para todos los pueblos, porque cuando una cosa es internacional pierde incluso el derecho de tener Patria aun en su país de origen. No diré que los anteriores fueron malos dirigentes, por el contrario creo que cumplieron lo mejor que pudieron con la masa que en ellos depositó su confianza.  ¡O su desesperación! Porque, frente al egoísmo  brutal de la oligarquía capitalista y despiadada ¿qué otra cosa que desesperación podía tener la masa obrera al elegir a sus dirigentes?”

El fuerte machismo argentino ejercido no solo por los hombres sino por las mujeres había minimizado el papel de aquellas que la ley considerada: “Primera dama”. Qué tanto tenía que meter sus narices una mujer, ni siquiera siendo la esposa del presidente, en los asuntos de Estado. Las castas tradicionales no soportaban la actividad de una mujer en la política, menos si provenía de la llamada clase baja, y muy grave si además había sido actriz. De qué manera podrían aceptar a Eva Perón, no solo los hombres que sintieron usurpar sus espacios de poder sino, y casi peor aún, las mujeres de la oligarquía que vieron en Evita una usurpadora. ¿Por qué aceptar a Eva entonces?
Pero las señoras y señores de la sociedad porteña no contaron con que el odio de clases era recíproco. Odio agravado por la pobreza y la marginación que la primera dama había padecido en su infancia. Bien sabido es que el hostigamiento y la exclusión  solo pueden genera represalias.
Para empezar, y conmovida por la problemática de la mujer, Evita bregó por la anulación en el Código Civil de la calificación de “hijos adulterinos!, “hijos sacrílegos” e “hijos putativos” a los mal llamados hijos naturales, fruto de uniones no santificadas por la Iglesia o los Tribunales (así figuraba hasta entonces en el acta de nacimiento). Echó las bases para que dos años después, en 1948, el gobierno peronista estableciese el divorcio vincular. Ya antes, el 23 de septiembre de 1947, ante una multitud entusiasta convocada por la CGT, Evita presentó la ley que concedía a la mujer el derecho al voto. Desde principios de siglo se propiciaron iniciativas similares, pero todas conocieron el fracaso. Ante los ojos vigilantes de la Iglesia, los senadores y diputados peronistas, mayoría en ambas cámaras, dieron vueltas y revueltas, luciéndose con extensas diatribas acerca del asunto. Un día, aburrida de tanta espera para una respuesta simple,  Eva entró con una silla al recinto parlamentario, tomó asiento con discreción y se puso a oír el debate. Los congresistas enmudecieron mirándose entre sí. Evita sólo preguntó: “¿Molesto?.
Sin duda, sus triunfos alegraban a Perón. Aquellos logros serían atribuidos a sus gestiones o aprobación. Sin embargo no eran pocas las veces que sonreía con indulgencia a lo que consideraba simpáticas propuestas de su esposa. Finalmente Eva no hacía más que marcar y allanarle el camino en ciertos temas espinosos, aunque no siempre las cosas salían según su propuesta. En una ocasión, Eva opinó acerca de la necesidad de tener ocho senadoras. Los legisladores se negaron a la propuesta de la primera dama, pues solo aceptaban seis. Perón entonces pidió a la “Presidenta del Partido Femenino” que renunciara a la idea de dos puestos más en el senado y como si se tratase de un simple capricho de mujeres, comentó: “Seguramente nos va a decir que sí, son tan generosas las mujeres…”. La señora Rosa Calviño, delegada de la primera unidad básica de mujeres y luego senadora, cuenta que, en esa ocasión, Evita no tuvo más remedio que aceptar pero al llegar a la calle tuvo náuseas y regresó a vomitar.

Con los pobres de la tierra
Bien conocida es su afición y empeño por visitar los barrios marginales,  “Villa miseria”, donde de cerca y en contacto directo podía comprobar la inquietud y necesidad de la gente. Ella misma había vivido muchas de esas cosas de la pobreza, pero nunca le había tocado vivir en la miseria como sí padecía ese pueblo al que se acercaba cada día más, para paliar, aunque sea un poco tanta carencia, o simplemente en busca de votos, según sus detractores.
Cuenta la escritora Alicia Dujovne Ortiz, que en una de esas ocasiones visitando la Villa Soldati, a Eva le llamó la atención un bulto de trapos que se movía en un rincón. Eva se acercó y vio un niño con  el pelo desordenado que le cubría parte de la cara, cuando se arrimó más, aquello que parecía la cabellera del niño se alzó en el aire en medio de un zumbido, eran ciento de moscas. Eva se hizo a un lado espantada. Esa noche no pudo dormir. A los tres días volvió acompañada por el intendente de Buenos Aires y el ministro de Salud Pública e informó a la gente que a partir de ese día tendrían una vivienda decente, que se llevaran lo mínimo y necesario para los dos o tres primeros días  uno que otro recuerdo apenas. Ordenó entonces a las autoridades prender fuego a la Villa, supervisando ella misma el operativo que duró ocho horas. Cuando trataron de disuadirla para que se fuera, ella respondió que no se iría hasta comprobar que se hubiese quemado todo. “Esta gente ha nacido en el barro –manifestó- esta noche cuando duerman entre sábanas limpias seguramente extrañarán el olor de la tierra. Yo los conozco, son capaces de volver y si aún encuentran un techo en pie seguro que se quedan.”
Como complemento a sus arrebatos, Evita poseía una paciencia infinita, o quizá simplemente obstinación, y a eso mismo obligaba a los que la rodeaban. Cuando se escuchaban los comentarios de los opositores que reclamaban burlones, “para qué dar vivienda a esa gente bruta que levantan los pisos para hacer asados”, Eva respondía: “Póngales otro parquet. Y después un tercero hasta que entiendan. Toma tiempo convencerse que uno también tiene derecho a vivir decentemente”.
 Eva sabía que el peor de los males que padecía aquella gente era la falta de ganas. Los había observado asomados entre paredes y techos de cartones con la mirada vacía; con esa desidia o falta de ganas que impide hasta quitar la basura que se arroja casi a la entrada misma del rancho. No es pereza, como se dice, sino por tristeza. Los pobres pierden el deseo, hasta se olvidan de comer porque cuanto menos se come menos hambre se tiene.  Eva lo sabía y de una manera particular apuntó a provocarles ‘deseos’. Sobre esa base crea la Fundación Eva Perón: “Hay que querer”, les decía, “Ustedes tienen el deber de querer y pedir”.


Algunos antecedentes, incidencia en la época y legado

En su primer discurso oficial Evita se presentó:
La mujer del presidente de la República, que os habla, no es mas que una argentina más, la compañera Evita, que está luchando por la reivindicación de millones de mujeres injustamente pospuestas en aquello de mayor valor en toda conciencia: la voluntad de elegir, la voluntad de vigilar, desde el sagrado recinto del hogar, la marcha maravillosa de su propio país. Ésta debe ser nuestra meta…
Así expresó su propósito ante los derechos de la mujer sometida al poder y decisión del hombre. Su meta era lograr la participación de la mujer en la política, aunque no había sido la primera en el país trabajando para lograrlo. Desde el primer momento podía encontrársela en el Congreso dialogando y persuadiendo a los legisladores sobre los derechos civiles de la mujer, hasta que en 1947 el Congreso aprobó una ley que permitió a las mujeres incursionar en cargos públicos y ejercer su derecho al voto.
Sin embargo no todas las mujeres consideraron que era un logro de Evita. Por el contrario, ganó muchas críticas y esta situación produjo encono y confusión. Sucedió que muchos de esos logros del peronismo, los que atañen a Eva particularmente, fueron el broche final de otras luchas iniciadas en aquellos primeros tiempos de María Eva Duarte, o cuando aun no había nacido. A fines del 1800 y comienzos del 1900, otras historias se sucedían…
En el libro Las Mujeres y la Patria, la escritora argentina Lucía Gálvez nos cuenta acerca de aquellos comienzos de lucha. En 1896 empezó a editarse un periódico bajo el título La voz de la Mujer, acompañado de la bajada “Sale cuando puede”. Un grupo de mujeres españolas e italianas, en su mayoría anarco-comunistas, lo pensaba, lo financiaba, lo escribía y lo firmaba bajo seudónimos del tipo de: “Grupo de vengadoras”, “Hacha y veneno”,  “Una serpiente para devorar burgueses”, “Sin Dios, Sin Patrón y sin Marido” y otras un poco menos duras que se apodaban “Una que está en el camino” o “Viva el amor libre”.
A partir del concepto de la fusión de ideas socialistas y anarquistas, estas mujeres, mas algunos señores que las apoyaban, bajo seudónimos acordes con los ya citados, buscaron crear un nuevo orden social no tanto “más justo e igualitario” sino un orden socialmente “justo e igualitario”. En 1902, las mujeres universitarias crean su propia asociación donde luchar por la igualdad de derechos políticos y civiles; se logró un proyecto de modificación del Código Civil sobre los derechos de las mujeres casadas. Proyecto que fue presentado al diputado socialista Alfredo Palacios para ser presentado en el Congreso. El conflicto se daba también entre las mujeres solteras y las casadas, porque estas últimas se veían en la obligación de abandonar hijos y hogares en las horas de trabajo.
En 1918 cuando aún María Eva Duarte no había nacido, la señora Julieta Lanteri, médica y que después de obtener su ciudadanía argentina creo el Partido Feminista Nacional, se presentó como candidata a diputada, porque si bien no se había dado esa situación tampoco la ley lo prohibía. O sea que la ley no consideraba a la mujer ni siquiera para prohibirles su participación. Simplemente no reconocía su existencia, no eran tenidas en cuenta. Los hombres vieron votar a esta señora ejerciendo un derecho que nadie le había concedido pero que tampoco le era negado.
Como consecuenca no tardó mucho en dictarse una ley según la cual para votar era necesario haber cumplido el servicio militar. Entre idas y venidas de ese tipo la señora Alicia Moreau de Justo, en 1920, organizó el Comité Pro Sufragio Femenino. Realizaron un simlacro de elecciones, para crear el hábito en la sociedad. Alicia Moreau iba por el Partido Socialista e invitó a la señora Julieta Lanteri, por la Unión Civica Radical y Alicia Rawson que presentaba su propia candidatura basada, casi igual que en los otros casos, en la reivindicación  de los derechos de la mujer: derechos civiles y políticos iguales para hombres y mujeres; igualdad para hijos legítimos e ilegítimos; igual pago por igual tarea; divorcio absoluto; abolición de la pena capital, etc.

Durante veinticuatro días hubo campaña electoral. Alicia Moreau de Justo repartió 20 mil volantes en fábricas, talleres y plazas. Votaron más de 3 mil mujeres. Moreau ganó y Lanteri salió segunda. Desde entonces hasta 1926 esta última se presentó como candidata. En ese año se sancionó la ley de derechos civiles femeninos según la cual todas las mujeres, solteras, casadas, divorciadas o viudas eran consideradas jurídicamente iguales a los varones.

Pudimos votar
En setiembre de 1947, el gobierno de Perón, gracias a la influencia de Eva Duarte, sancionó la Ley 13.010, dando a las mujeres el derecho de sufragio que venían reclamando desde comienzos de siglo. Las mujeres que habían bregado por todo aquello se sintieron relegadas, les había sido robada su bandera. Los logros de Evita fueron considerados seguramente como una “graciosa concesión” de Perón hacia “esa mujer”, como llamaban muchos a Evita. Una vez más el “odio de clase” fue mayor que la necesaria e imprescindible complicidad de género.
Tanto habían luchado unas y otras, pero Eva Perón les quitaba la bandera del triunfo en la recta final. La luchadora por las mujeres de toda la vida, Alicia Moreau de Justo, dijo entonces:
‘No basta para ser ciudadano tener una boleta de voto, hace falta algo en la cabeza…y en el corazón’, por supuesto que no es errado el concepto, pero qué duda cabe que no era el mejor momento para esa reflexión. Una vez más, repito, la lucha de clases pretendió herir de muerte a la lucha de género,  las mismas mujeres empuñaban el arma.
El odio y la represalia, causa y consecuencia siempre, se hallaba en su mejor forma por esos días. En 1952, a raíz de ciertas  declaraciones del mismo tenor de la escritora Victoria Ocampo contra el peronismo y acérrima opositora de Eva Perón, sufriría en carne propia el odio de clase. El gobierno peronista allana la revista Sur, que dirige Victoria , y es encarcelada en la cárcel del Buen Pastor, durante veintisiete días. Victoria y la Federación de Mujeres Argentinas habían pregonado desde la revista Sur que la nueva ley era una “ maniobra política”.
El 26 de julio de 1949, Eva dispuso un censo de mujeres peronistas en todo el país con el fin de organizar ella misma la primera Asamblea Nacional del Movimiento Peronista Femenino en el Teatro Cervantes. Se proclarmaron los logros sociales y la creación del Movimiento Peronista Femenino que se presentaría en las Unidades Básicas, donde no sólo se impartía capacitación política, sino clases de alfabetización, de corte y confección, arte culinario, asistencia médica, jurídica y enfermería; todo esto se convertiría más tarde en el Partido Peronista Femenino. Sin embargo Evita no era feminista. A diferencia de muchas que sí lo eran, Eva bregaba por la familia reivindicando el papel de la mujer en el hogar, y conservaba ciertos conceptos machistas de los que renegaba pero de los que nuna logró zafar. “La razón es muy simple: el hombre puede vivir exclusivamente para sí mismo. La mujer, no. Si una mujer vive para sí misma, yo creo que no es una mujer o no puede decirse que viva…”.

Evita y Europa
Su viaje a España, en 1947, en pleno auge del franquismo, fue sin duda un hito no solo en la historia de Evita sino en la historia de las mujeres. Le habían preparado para ese evento una agenda importante y discursos así como un vestuario y joyas a la altura de las circunstancias, digno de lo que se esperaba de ella. Por qué defraudar a sus opositores, además si bien no era un lujo corriente por esos días en la Europa de postguerra, sus consejeros, o asesores de imagen consideraron que esa era la precepción que convenía mostrar de una Argentina que se suponía próspera.
Dice Evita en sus memorias, “…todavía no me había lanzado sino tímidamente a construir. Quería aprender de la experiencia de las viejas naciones de la tierra. Las obras sociales de Europa son, en su inmensa mayoría, frías y pobres. Muchas obras han sido construidas con criterios de ricos”.
Cuando regresó, Eva traía no solo un bagaje importante acerca del tema sino que además había asimilado muchas otras cosas. Volvió sin duda elegante, distinguida y convencida que su misión era trabajar para su pueblo. Para poner en evidencia su cambio y formalidad o quizá simplemente convencida de ello, desde entonces encerró su mata de pelo rubio para siempre en un severo rodete.
Aunque tal vez no fue solo por lo vivido o adquirido en Europa sino también por algo que le habían sugerido un grupo de mujeres antes de que Eva viajara. Las mujeres llegaron al diario, que por otro lado era propiedad de Eva, eran mujeres humildes. Preguntaron por Eva pensando que allí la encontrarían. Habían viajado mucho para verla. Por lo tanto fue el mismo director del diario el señor Thiébault,  quien las recibió. Una de ellas dijo:”le explico por que vinimos, señor. Evita va a representar a las mujeres argentinas en Europa y nosotras queremos que esté muy pero muy linda. Así que el consejo que le queremos dar es que se peine con rodete. Es lo que le queda mejor: el rodete. ¿Usted se lo podría decir de parte nuestra?
Ese segundo viaje fundacional de su mito –el primero había sido de Junín a Buenos Aires- comenzó un 6 de junio de 1947, y se llevó a cabo en dos aviones especialmente equipados y rodeada de una amplia comitiva. El itinerario: España, Italia, Portugal, Francia, Suiza, y ya de regreso, Brasil y Uruguay. En España, donde congregó a miles de personas en la plaza mayor de Barcelona junto a Franco, Eva Duarte de Perón, le dijo: “Quiere un consejo? Cuando necesite reunir una multitud como esta mándeme llamar”.
En realidad Franco había invitado a Perón, y nunca se imaginó que este enviaría a su esposa en su reemplazo. De este modo agradecía al gobierno argentino haber sido el único país que había apoyado a España en las Naciones Unidas. Argentina se había visto favorecida gracias al aumento de sus exportaciones. Los europeos necesitaban trigo e innumerables materias primas que no podían producir en ese momento. Argentina era en ese momento uno de los países más prósperos.
Además muchos europeos llegaban nuevamente al país aunque en este caso, ya no podría decirse que eran campesinos analfabetos, como había sucedido durante otras corrientes migratorias. Tanto las víctimas del nazismo como los victimarios, eran profesionales y obreros calificados. Argenina acababa de restablecer relaciones diplomáticas y comerciales con la Unión Soviética y formaba parte de las Naciones Unidas; Esados Unidos comenzó a vislumbrar que el gobierno peronista era mas accesible de lo pensado; cuando Peró le dio su respaldo a Franco, contra los republicanos, peronistas de izquierda, como Isaías Santín,  líder sindical muy próximo a Evita, se sintieron desconcertados por la actitud de Perón. ¿Se movía quiza de manera tal como para no dejar ningún flanco sin cubrir, suponiendo que era inevitable una tercera guerra? Lo cierto es que su presencia ante Franco hubiera provocado mayor extrañeza aun en cada uno de esos flancos que parecía querer cubrir. No sucedería así con la presencia de Eva, pues al dar aquella imagen de bonanza y puerilidad bajaba quizá un poco el nivel de compromisos políticos.
Antes de partir con su gran séquito y baúles como parece  corresponder a toda primera dama, Eva inaugura el primero de sus “hogares de tránsito”, pensado para albergar a las muchachas que llegaban a Buenos Aires, desde el interior del país como alguna vez lo hizo ella misma. La idea de allanar el camino de esas muchachas y que tuvieran un espacio agradable, cálido y alegre donde habitar hasta tanto encontrasen empleo y destino, sin sentirse solas y a su suerte, fue una más de las medidas tomadas por Evita que fueron criticadas y tomadas como demagógicas.
Cuando regresó, una multitud que esperaba sus palabras, la recibió en la dársena norte del puerto de Buenos Aires: “He recorrido la vieja Europa y he visto desolación, hambre y miseria, y vuelvo con la certidumbre de que es inútil cerrar los ojos a la realidad y dejar que la oligarquía y el capitalismo nos sigan atacando”. A partir de entonces se abocó a la tarea de crear el Partido Peronista Femenino y luchar por el voto a la mujer.

Como consecuencia de este viaje a Europa, del que quedan miles de anécdotas a favor y muchas en contra, se robustece la idea de la Fundación Eva Perón, y con la fundación sus mayores obras en cuanto a lo social: mil escuelas, dieciocho hogares-escuela, la Ciudad Infantil Amanda Allen y la Ciudad Estudiantil, cuatro hospitales en la capital y varios en el interior, cuatro hogares de ancianos donde se les brindaba comida, y torneos de atletismo que congregaban a todos los niños del país. Además se construyeron tres enormes unidades de turismo en Mendoza, Córdoba y Mar del Plata.
Se ha dicho que los dineros para mantener la Fundación, a partir de 1948, provenían de toda la sociedad. Desde los obreros hasta los empresarios estuvieron todos obligados a colaborar. Lo cierto es que la Fundación y todas las demás entidades se dedicaban a lo que muchos dieron en llamar ‘asistencialismo’. Aunque algunos decían que no se solucionaban los problemas sociales desde la raíz, porque las instituciones solo cumplían su cometido de albergar, curar, alimentar, divertir, paliar y amenizar buena parte de esa pobreza a la que venía sometida la población, sometimiento que de todos modos no cambió con ninguno de los gobiernos posteriores. Por otro lado, se aumentaba la brecha entre los ricos y los pobres, aun cuando estos últimos estuviesen mejor. Por lo tanto, a Eva le tocó enfrentar a los que la consideraban ‘demagoga’ por quitar recursos a los que tenían para dar a los que no tenían. Eva se defiende:
No es filantropía, no es caridad, no es limosna, no es solidaridad social ni beneficencia. Es estrictamente justicia. La beneficencia y la limosna de la ayuda social son para mí ostentación de riqueza y poder. No hacen otra cosa que humillar aún más a los humildes. Lo que yo hago no es otra cosa que devolver a los pobres lo que todos los demás le debemos, porque se lo habíamos arrebatado injustamente.
Con el Partido Peronista Femenino, nació no solo la posibilidad de elegir y votar, sino la posibilidad para las mujeres de  ser elegidas. Constaba el partido de dos columnas básica: las ‘células mínimas’, que tenían como fin detectar las necesidades sociales y las ‘delegadas censistas’, que además de censar a las mujeres de todo el país se ocupaban de adoctrinar y concietizar. De este modo, en todo el país se fueron abriendo las Unidades Básicas Femeninas con su sede central den el 938 de la Avenida Corrientes de la capital argentina. “Es necesario que las mujeres argentinas se organicen y no se entreguen jamás a la oligarquía  -manifestó Eva-, con ellos no nos entenderemos jamás, porque lo único que quieren es lo que nosotros no podremos darles nunca: nuestra libertad.”
En poco más de dos años se pusieron en funcionamiento más de 3 mil 500 Unidades Básicas a lo largo de todo el país. Pronto las mujeres del partido tuvieron sus propio Consejo Superior, que funcionaba como un partido independiente al de los hombres. El mismo Perón, en un acto manifestó publicamente su orgullo. Los resultados superaron las expectativas de todos, hasta de la misma Eva.: Eso me exigió –reflexionaba- meditar muy bien los problemas de la mujer. Y más que meditarlos, me exigió sentirlos a la luz de la doctrina con la que se empezaba a construir una nueva Argentina”. Se inició otra etapa en la historia Argentina: la incorporación efectiva a la vida política nacional. Accederían a partir de entonces, a las bancas del Congreso, que hasta el momento habían sido exclusivo patrimonio masculino.
Sin embargo los días de aparente gloria comenzaban a cambiar. Eva comenzaba a sucumbir frente a una penosa enfermedad. El 3 de noviembre Perón la trasladó a un hospital de la localidad de Avellaneda, creado por la Fundación Eva Perón, donde sería asistida por el doctor Finochietto,  uno de los más prestigiosos médicos argentinos por aquellos días. Una semana más tarde, el 11 de noviembre, desde la cama de aquel hospital, la ciudadana Eva Duarte Ibarguren de Perón, emite su primer voto a la par de ciento de miles de mujeres  en toda la Argentina.
Al año siguiente, frente a la casa de gobierno, la famosa Casa Rosada, el 1 de mayo de 1952, el pueblo se cita para festejar el Día Internacional de los Trabajadores. Sus descamisados esperan a Eva. Y a Perón. Eva se asoma y alza los brazos. Apenas puede sostenerse. El cáncer la devoraba. Su marido la sostiene por la cintura mientras ella dirige un mensaje a sus seguidores:
Yo saldré con el pueblo trabajador…-comenzó a decir con su voz vibrante aunque quebrada- yo saldré con las mujeres del pueblo, saldré con los Descamisados de la Patria, muerta o viva, para no dejar en pie un solo ladrillo que no sea peronista. (…) No vamos a dejarnos aplastar jamás por la bota oligárquica y traidora…nosotros no nos vamos a dejar explotar por los que, vendidos por cuatro monedas, sirven a sus amos de las metróplis extranjeras y entregan al pueblo con la mitad de la tranquilidad con que han vendido al país y sus conciencias…

Nace el mito

El primer signo de enfermedad se dio en 1950, cuando cayó desfallecida en un acto. A los pocos días la Subsecretaria de Informaciones anunció el alejamiento temporario de sus actividades de la esposa del primer mandatario. Debería internarse por unos días por una intervención quirúrgica,  en que se le iba a extraer tejido para una biopsia. Al mes siguiente sufrió un nuevo desmayo en la Fundación. Sin embargo, apenas pasados quince días volvió a su ritmo en la Secretaria de Trabajo y Previsión, aunque disminuiría pronto la frecuencia. En mayo de 1950 el Doctor y Ministro de Educación Oscar Ivanissevich renunció no solo a su puesto de Ministro sino al de médico personal de Eva, a causa de las continuas desobediencias de la paciente.
Eva no aceptaba lo grave de su enfermedad. Tampoco Perón lograba convencerla de trabajar menos. Se volvía irritable y desconfiada. Recordando aquellos días, contaba Perón:
Había perdido a mi esposa en todos los sentidos. Sólo nos veíamos ocasionalmente y muy poco tiempo, como si viviésemos en ciudades distintas. Evita se pasaba muchas horas trabajando sin parar y regresaba de madrugada. Yo acostumbraba a salir de la residencia a las seis de la mañana para ir a la ‘casa rosada’ y me la encontraba en la puerta, agotada pero satisfecha de su trabajo. “Hacer todo esto me hace sentir que soy tu esposa”, me decía.
En 1951 su ritmo de trabajo había descendido considerablemente y los dolores comenzaron a postrarla. No obstante, la CGT hizo pública su decisión de proponer la fórmula presidencial ‘Perón-Evita’, y convocó a un Cabildo Abierto del peronismo, programado sin la presencia de Evita. Los reclamos del pueblo indujeron a Eva a aparecer pese a su estado, se la veía consumida. El pueblo pedía a Eva como vicepresidente, amenazando con un paro general cuando Eva les rogó un plazo de dos horas que fue aceptado. Sin embargo, el 31 de agosto se retractó rechazando la postulación.
La crisis económica que atravesaba el país desde 1949, había debilitado al gobierno  peronista. En setiembre de 1951, se produjo una contrarrevolución neutralizada por la organización popular. El día 28 del mismo mes, las masas populares se dirigieron a la Plaza de Mayo en respaldo al gobierno peronista. Allí se dio la primera confirmación oficial de que Evita padecía de una ‘leve’ anemia, por lo que se le practicaban tranfusiones de sangre y que se le había ordenado reposo, motivo por el cual no se  presentaría. En esa circunstancia Eva no estuvo en el balcón junto a su esposo pero envió un mensaje radial:
…no quiero que termine este día memorable sin hacerles llegar mi palabra de agradecimiento y de homenaje uniendo asi mi corazón de mujer argentina y peronista…
El mensaje no fue solo un saludo, fue un modo de que tomasen cuenta todos de que las interminables transfusiones de sangre no alcanzaban para que pudiese llegar al balcón, pero sí para hacer efectivas  sus ordenes.  Por esos días, con dineros de la Fundación compró 5 mil pistolas automáticas  y 1500 ametralladoreas y dio la orden de entregarlas a los obreros por si se daba otro intento contrarrevolucionario, y un golpe militar a Perón. No se equivocó ese día cuando le dijo a una de sus amigas: ‘La enemiga de la oligarquía soy yo, no el general’.
Con el habitual descreimiento que de su esposa ejerce todo machista, o presionado por la situación general, apenas muerta Eva, Perón donó las armas a la Gendarmería,  incumpliendo el último deseo de Evita. Uno más. Esas mismas armas, sirvieron para que más adelante, en el 1955, la oligarquía sobra la que tanto Evita lo había alertado, derrocase al general Perón a sangre y fuego en lo que diera en llamarse la revolución libertadora  o la revolución fusiladora.

El 15 de octubre de 1951, se lanzó el libro La razón de mi vida, con una primera edición de 300 mil ejemplares. Años después se dijo que había sido el periodista Manuel Penella quien contribuyó a su redacción y es probable, pero el sentimiento y las palabras sin duda le pertenecen a Eva Duarte. El 17 de octubre pudo levantarse para asistir al acto que conmemoraba aquellos días tan importantes para el peronismo. En el acto se le entregó la Distinción del Reconocimiento y Juan Perón le otorgó la Gran Medalla Peronista. En su discurso de agradecimiento Eva hizo nueve veces mención de su muerte. Aquel discurso es considerado su testamento político.
El 5 de noviembre un prestigioso médico norteamericano, George Pack, le precticó una intervención quirúrgica, advirtiendo de su pronóstico y que sólo si Evita mantuviese reposo absoluto, en un plazo de seis a doce meses podría prolongar su vida, aunque su estado era muy delicado.

El 11 de noviembre se efectuaron los comicios. Perón es reelecto con un 60% de los votos. Concluya así otra lucha de Eva, quien con su Ley 13.010 obtuvo no solo la aprobación del gobierno  para que la mujer pudiese votar, sino que consiguió la reelección de Perón. Evita votó desde su cama, feliz de saber que su obra había tenido éxito y sería para siempre. De todas maneras, la vicepresidencia parece condenada a estar vacante, pues dos meses antes de asumir, fallece el vicepresidente Quijano, que había quedado como reemplazo luego de la renuncia de Eva.

Pese a la gravedad, Evita siguió recibiendo gente y trabajando en un gran sofá donde todas las mañana sus asistentes, entre ellos el modisto Paco Jamandreu, la vestían y preparaban para la ocasión. Aquella rutina se convirtió en un motivo para seguir viviendo. Evita simulaba creer los engaños de los que la rodeaban, no obstante un día le dijo al padre Hernán Benítez, señalando a los amigos:
Ellos me mienten como si yo fuese una cobarde. Yo sé que estoy en un pozo y que de este pozo no me saca nadie.
Su masa corporal se reducía. Llegó a pesar 38 kilos, y una sobreexposición a las radiaciones le había provocado quemaduras. El doctor Pedro Ara, recordaba: ‘Si su espíritu pareció seguir lúcido y vibrante hasta el fin, su cuerpo habíase reducido –según sus médicos- al simple revestimiento de sus laceradas vísceras y sus huesos. En 33 kilos parece que llegó a quedar aquella señora tan fuerte y bien plantada en la vida…’
El 1 de Mayo ade 1952, a menos de tres meses de su muerte, insiste obstinadamente en presenciar el acto del día de los Trabajadores junto a Perón. El pueblo la alentó a decir su discurso. El último. Lo pronunció con gran esfuerzo y cuando terminó cayó en brazos de su esposo. Perón recuerda que la llevó detrás del balcón y que solo escuchaba su propia respiración, porque Eva parecía  muerta. El 7 de mayo, día de su cumpleaños, recibió el título de Jefa Espiritual de la Nación. En la Avenida Libertador miles de personas se apretujaban a saludarla y una caravana de 130 taxis hicieron sonar la bocina. Finalmente apareció en la terraza y saludó a la multitud.
El 4 de junio de 1952, Perón asumió por segunda vez la presidencia. Eva se obstinó en asistir al acto y le mandaron decir que no, bajo el pretexto de que hacía frío. Evita respondió dolida: ‘Eso lo manda a decir  Perón. Pero yo voy igual: la única manera de que me quede en esta cama es estando muerta’. No pudieron convencerla. Con una fuerte dosis de calmantes concurrió al acto de asunción. Se negó a sentarse. Permaneció de pie durante todo el acto.
Los 52 días de vida restante los empleó en preparar su entorno con respecto al inexorable final. Agonizante es trasladada a un vestidor acondicionado con todo lo necesario;  cuarto que tomó el aspecto de una habitación de hospital, vitrinas con medicamentos, una cama ortopédica y un pequeño tocador con espejo ovalado. Juan Domingo Perón lo recordaba: ‘Aquellos días de cama fueron un infierno para Evita. Estaba reducida a su piel, a través de la cual ya se podía ver el blancor de sus huesos. Sus ojos parecían vivos y elocuentes. Se posaban sobre todas las cosas, interrogaban a todos; a veces me parecían desesperados…’
El 18 de julio a las 3:30 de la tarde entró aparentemente en coma. Ante tal situación los médicos llamaron al padre Benítez, fiel asesor espiritual de Evita. Una madrugada Evita se levantó airosamente y ordenó le quitasen los tubos. Pidió luego una taza de café. El médico, en presencia de la familia, mintió pidadosamente: ‘Señora, acabamos de extirparle el nervio que le causaba tanto dolor en la nuca, tranquilícese ahora. Ya no sufrirá más’.
Perón hizo viajar  de Alemania a dos especialistas que llegaron el 20 de julio y confirmaron que la muerte de Eva Duarte era inevitable e inminente. Ese mismo día Perón habló con el padre Benítez para que fuera preparando el ánimo del pueblo desde la misa popular que había organizado la CGT y que él conduciría.
El sábado 26 de julio de 1952, a las 10:00 horas, Evita entró en un sopor profundo. A las 17:00 horas, en coma. La cama fue rodeada por sus hermanos y los más cercanos colaboradores. A las 20:23 el doctor Taquini anunció al general Perón: “Ya no hay pulso”. A las 20:25 el general anunció a los que le rodeaban: ‘Todo ha terminado, Evita ha muerto’.
A las 21:36 por la cadena de radiodifusión se informó: ‘Cumple, la secretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación, el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20:25 horas ha fallecido la señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación. Los restos de la señora Eva Perón serán conducidos mañana al Ministerio de Trabajo y Previsión, donde se instalará la capilla ardiente…’.
Pocos días antes Eva dijo:
Somos países dependientes. Cuando el pueblo se levante y concrete la Revolución, serán derrotados la soberbia del dinero, el privilegio y la prepotencia: se terminará con la insidia, la maldad y el discrecionalismo. (…) Los irracionales fundamentos de la sociedad burguesa demuestran que ésta es solo una etapa de transición entre un consenso que está agonizando y otro que se expande vigoroso…

Ultimo deseo

El último deseo de Eva Duarte, expresado a su esposo Juan Domingo Perón, fue que no quería consumirse bajo tierra por tanto rogó ser embalsamada.
El doctor Pedro Ara procedió entonces a efectuar los primeros trabajos para su embalsamamiento. La CGT decretó un duelo de 72 horas y en las plazas de todos los barrios porteños se erigieron pequeños altares con la imagen de Eva y un crespón negro recordándola.
El día 27 el cuerpo fue trasladado a la Secretaría de Trabajo y Previsión donde el multitudinario  velatorio se prolongó hasta el 9 de agosto. La fila de pesonas era de unas 35 cuadras. Desde la Fundación repartían frazadas para afrontar las adversas condiciones que se presentaron durante el velatorio e instalaron puestos sanitarios. El 9 de agosto el cuerpo fue trasladado hasta el Congreso Nacional para rendirle los correspondientes honores.
Al día siguiente la mayor procesión que se ha visto en Argentina se puso en marcha y fue presenciada por 2 millones de personas. A las 17:50, mientras la ciudad se estremecía por una salva de veintiún cañonazos, se introdujo el ataúd en el segundo piso de la CGT donde el doctor Pedro Ara la recibió para efectuar entonces los trabajos de embalsamamiento. Se decretó duelo nacional durante ese mes y se obligó a llevar luto u otra señal duelo, pero fueron muchos los que lo llevaron solo por sentimiento. La programación radial se interrumpía cada tanto para que el locutor oficial repitiera: ‘Son las veinte y veinticinco, hora en que Eva Perón entró en la inmortalidad’.

Pocos días antes de su muerte Evita escribió:
Desearía también que los pobres, los ancianos, los niños, mis Descamisados sigan escribiéndome como lo hacen en estos tiempos de mi vida y que el monumento que quiso levantar para mí el Congreso de mi pueblo recoja las esperanzas de todos y las convierta en realidad por medio de mi Fundación, que quiero siempre pura como la concebí para mis Descamisados. Así yo me sentiré siempre cerca de mi pueblo y seguiré siendo el puente de amor tendido entre los Descamisados y Perón. (…) Quiero vivir eternamente con Perón y con mi pueblo. Dios me perdonara que yo prefiera quedarme con ellos, porque Él también está con los humildes y siempre he visto que en cada Descamisado Dios me pedía un poco de amor que nunca le negué.

Evita o el cadáver alado

Hasta la misma Evita percibió que la muerte no era su fin. La hisotira recien comenzaba porque el mito se ponía en marcha. Evita muerta era mucho más poderosa. Su verdadera peregrinación recién empezaba.
El embalsamamiento se terminó en julio de 1953, justo al año de su muete. Como corolario final al trabajo realizado por el doctor Pedro Ara, se le pintaron las uñas con esmalte incoloro, como ella había pedido, y se le volvió a decolorar el cabello que luego le fue trenzado como en las mejores èpocas. Se la cubrió con un sudario blanco y la bandera celeste y blanca, y entre los dedos le fue colocado un rosario que le había regalado el papa Pío XII. La taparon con un vidrio. Como el monumento en que se había pensado aun no estaba listo, se  armó una capilla arfiente con la Confederación General del Trabajo. A partir de ese día un reducido grupo tuvo acceso al recinto para volver a verla y el frente de la CGT permaneció por mucho tiempo tapizado de flores que la gente dejaba al pasar.
El peronismop ya estaba en las últimas. El golpe militar y la traición que Evita le había vaticinado a  perón, estaba a punto de llevarse a cabo. Con más razón entonces, el doctor Pedro Ara se convirtió de inmediato en víctima del periodismo; había sido acusado de no hacer del todo bien su trabajo y de cobrar tres veces más de lo que realmente cobró, ya que según comentaba no había tomado las precauciones necesarias desde el primer momento como había sido comisionado. Ara nunca develó el proceso, pero efectivamente se mantuvo cerca de Eva esperando su muerte.
El día del golpe contra Perón, en 1955, y preocupado por el destino del cadáver de Eva, corrió hacia el Palacio Unzué. Pese al golpe, Perón aún estaba en el Palacio, le tranquilizó: ya le diría qué hacer.  Días después el doctor Ara se enteró de que el ex presidente Perón se había exiliado sin dejar rastros ni directivas. Ara quedó como único responsable de Evita.
Todos los días subía hasta el segundo piso de la CGT, saludaba a los guardias, que nadie había reemplazado.  Las cosas parecían seguir igual. Ara pretendió  acercarse al nuevo presidente de facto., Eduardo Leonardi y comentarle el caso. Sin embargo se reservó de tal modo que los antiperonistas  habían olvidado o no sabían o tampoco imaginaban que Evita aún estaba allí, o se mostraban escé pticos frente a aquel cuerpo que parecía ser una estatua. Finalmente decidieron hacer caso de aquel extraño devoto de Evita y realizaron un peritaje. Comprobaron que era verdad lo que decía Ara y pese al extrañamiento parecieron quedarse quietos. Eva Duarte, de Perón, Evita, una vez más, volvía a molestarles.
Leonardi, quien habia tomado sus funciones de presidente luego del golpe, fue reemplazado por el general Pedro Eugenio Aramburu y en la presidencia se nombró al almirante Isaac Rojas, Feroces anitperonistas ambos. Se intervino la CGT, cientos de uniformes rodearon el peligroso cadáver. Ara, sin embargo, no se separaba de ella. Los líderes de la llamada Revolución Libertadora temían a Eva convertida en objeto de culto del pueblo al que por supuesto sabían en situación de orfandad. El almirante Rojas decidió entonces que había que ‘excluir el cadáver de Eva Perón de la vida política’.
El teniente coronel Carlos Eugenio Moori Koening, jefe del servicio de inteligencia del gobierno, venía observando a Ara quien pedía una resolución al tema, por lo tanto propuso al nuevo presidente Aramburu y a su mando derecha, el almirante Rojas, el ‘Operativo Evasión’: apoderarse del cadáver y desaparecerlo sin dañarlo, según ellos, porque después de todo eran cristianos. Radiografiaron los restos momificados y le cortaron un dedo.  El cuerpo debía volver al ataúd en que había sido expuesta en el primer momento. El macabro cuadro se llevó a cabo, entre dificultades y diferentes sensaciones de los que presenciaron los acontecimientos que por cierto fueron muchos. El cadáver de Evita fue tomado de los pies y los hombros y trasladado a la plataforma hacia el cajón.
Evita había sido muy benévola con sus detractores. Cómo imaginar que alguno de esos, durante la última de sus apariciones y al conocer su enfermedad iba a escribir en las paredes de su casa, el palacio Unzué: ¡‘Viva el cáncer’!, mucho menos  imaginó que mientras se daba la noticia de su muerte muchas familias argentinas brindarían con champaña en el comedor mientras en la cocina de esa misma gente el personal de servicio lloraba. Cómo suponer que iban a tomarse el trabajo de pasear su pequeño cadáver con toda su carga explosiva por tan distintos lugares del país de los argentinos y de Europa.

El camión con el cadáver salió del garaje de la CGT con el ataúd sin soldar, misteriosamente había desaparecido el soldador que debía cerrarlo, y permaneció estacionado toda la noche en el patio del Primer Regimiento de Infantería de Marina. Más adelante, cuando los nervios del oficial Koening estaban al borde del colapso, quizá cuando Evita empieza a demostrar que no olvidó, vio junto al camión una vela encendida y un ramito de flores. El primero de miles desde entonces, nuevas velas y nuevos ramos de flores acompañaron siempre al camión con el cadáver de Evita, no importa el sitio en que fuese estacionado.
El mito había estallado y tal vez, también la venganza o los juegos de Evita. Miles de historias y versiones entre la realidad y la ficción fueron dándose y se han contado acerca del peregrinaje del cadáver, de Eva Duarte en realidad. En 1956 Moori Koening viajó a Chile, enviado por el general Aramburu, para que la madre de Eva, exiliada allí con sus hijas, diera permiso para enterrar a Eva. Si bien él consiguió el permiso, finalmente no se llevó a cabo el entierro y él mismo sigue cuidando el cuerpo embalsamado de Eva Duarte, que al parecer ejercía en este hombre la misma fascinación o enamoramiento que en el doctore Ara. Koening conserva a Evita, la contempla, puede que en algún momento la haya enterrado, él mismo declaró al  escritor Rodolfo Walsh, “la enterré parada, como Facundo (Facundo Quiroga, caudillo argentino) porque era macho”(…) “Esa mía. Esa mujer es mía”. Con tantos comentarios y locuras Moori Koening fue declarado insano e igual que sus colaboradores fue relevado de la tarea.
Un nuevo equipo trasladó el cadáver a Europa. Nadie supo dónde sería encerrado. El Vaticano se encargaría de la tarea. Semanas después un sacerdote trajo a Buenos Aires los datos del entierro en un sobre que entregó al general Aramburu. Pero éste se negó a abrirlo y lo puso en manos de un notario para que lo conservara, y lo diera a conocer al presidente de turno solo después de muerto Aramburu. Sin duda que el general Aramburu acabó así de firmar ante notario su sentencia de muerte. Y así fue.

Mientras tanto Perón deambuló su exilio por Paraguay, Panamá, Venezuela, República Dominicana hasta llegar a Madrid. Cuando lo derrocaron no quiso armar al pueblo, ni tomar represalias, sostuvo entonces que quería evitar un baño de sangre, sin embargo, durante sus  años de exilio se ocupó en preparar su retorno.

Evita volvería para ser millones…
En 1969 surgió un movimiento revolucionario a partir de lo que se conoció como el “cordobazo”, cuando la población se lanzó a las calles contra el ejército. Surgieron entonces los peronistas considerados de izquierda,  Montoneros. Aunque en realidad compartían diferentes ideologías. Tenían en común la juventud, el odio hacia las instituciones que gobernaban en ese momento. Crearon un ejército de 40 mil hombres, para enfrentar al ejército oficial. Admiraban la ironía y sabiduría de Perón, que no tardó en saber de ellos y pensarlos como posible opción que le facilitaría el retorno. Pero no era solo la figura de Perón quien los puso en movimiento, o con quien se sentía representado sino con Evita. “Si Evita viviera sería montonera” fue una de sus principales consignas.

El 29 de mayo de 1970, secuestraron al ex presidente Aramburu.  El mismo confesó varios de sus crímenes y mantuvo el secreto acerca del destino del cadáver, según dijo en manos del Vaticano. Lo ejecutaron al fin y expidieron un comunicado para que la familia estuviese en conocimiento de que no entregarían el cadáver sino hasta que apareciera el de Evita. El cadáver de Aramburu fue encontrado por la policía y el notario cumplió con su tarea de entregar la información al presidente de turno el general Lanusse. Se puso entonces en marcha un nuevo operativo.

El 2 de setiembre de 1971, Eva es rescatada. Había sido enterrada bajo el nombre de María Maggi de Magistris, italiana, viuda, emigrada de la argentina y muerta cinco años antes de ser enterrada en un cementerio de Milán. Eva comenzaba otro viaje hacia la injusticia. La camioneta que la transportaba cruzó la frontera ítalofrancesa y al llegar a España fue escoltada una vez más. Perón se enteró casi en la marcha, llegando Eva a  Puertas de Hierro, en Madrid donde Perón vive con Isabel Martínez.  Otra parte del pasado se hace presente, con mayor fuerza aun que todo lo demás, a los ojos del general Perón. El cajón fue recibido por los dueños de casa y una vez abierto el cajón se comprobaron los daños que el cadáver había padecido, daños que fueron certificados por el doctor Ara y las hermanas de  Evita, Blanca y Erminda. Sin embargo nada fue dado a la luz. Muy bien cuidada fue la noticia y el deseo de buscar culpables.
Perón e Isabel, guardaron el cadáver en la mansarda de la casa de Puertas de Hierro, donde López Rega, el por entonces secretario del general y más tarde ministro del período presidencial de Isabel Perón, que se atribuía poderes de brujo, con la anuencia de la misma María Estela Martínez de Perón, y la indiferencia o el desconocimiento del mismo Perón, practicaba rituales de magia negra, haciendo del cadáver de  Evita un objeto de culto y altar profano.

Cuando  el general Lanusse levantó la proscripción del peronismo y decidió que  los argentinos podían volver a elegir sus autoridades, se desempolvaron las urnas. Héctor Cámpora ganó las elecciones y gobernó por un mes.  Deja su mandato cuando Perón regresa al país, luego de dieciocho años de exilio. El avión con El general, llegó a Ezeiza donde lo esperaba una multitud. Perón había apostado a dos puntas o más, con la izquierda, la derecha, en fin que las cosas se complicaron y en la ceremonia de recibimiento salieron a poner  orden, o a provocar desorden entre otras las fuerzas  que ya había organizado don José López Rega, la Triple A: Alianza Anticomunista Argentina. Un millón de personas había ido a recibir a Perón, la masacre además de imperdonable fue atroz.   

Perón no solo negó a los Montoneros y a la izquierda que había propiciado su regreso sino que también se reservó cualquier comentario acerca de la promesa  que les había hecho de regresar el cadáver de Evita. En tren de profanar y a esta altura de los acontecimientos la venganza se pone de nuevo en marcha y es profanada la tumba del general  Aramburu, robaron el cadáver con la promesa de entregarlo solo cuando Eva Duarte pudiese regresar a casa.  El enojo de Perón fue definitivo. Echó a los Montoneros de la Plaza de Mayo en mitad de una de sus apariciones.

Con todo, Eva Duarte regresó al país un 17 de Octubre de 1974, en un vuelo especial desde Madrid. La llevaron a la quinta presidencial de Olivos donde el cadáver fue observado una vez más y efectuadas las reparaciones necesarias, pues ostentaba muestras  claras de vejación y tortura. Sin embargo esta otra Evita, remozada, reparada  y vuelta a vestir con su túnica blanca y las banderas, iba a ser echada de nuevo de la quinta presidencial,  el 2 de marzo de 1976, cuando el general Rafael Videla derrocó a Isabel Perón. En esta ocasión evita fue trasladada hasta el cementerio de la Recoleta. Finalmente sus restos descansarían en casa aunque nunca en paz. Pues a partir de ese año 30 mil argentinos, mujeres y hombres de su patria, muchos de sus seguidores, fueron desaparecidos, torturados y vejados, y tantos otros sumidos una y mil veces más en la miseria. Su cadáver ya no es motivo de veneración, por ahora lo han dejado en paz porque desde aquellos días miles de otros cuerpos fueron vejados y desaparecidos, y aun no han podido regresar a casa, sin dudas, otra lucha de los descamisados de Eva Duarte.







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