No
esta muerto ni vivo…
Los sueños compensan. Son otro punto
de vista. Mapas del camino hacia una vida más rica. Rica de placentera no de recursos.
Un recurso en sí. El guardián del dormir, le dicen al sueño. Ese cotidiano y abundoso
de cada noche. O de cada día. Fuego, agua, una ola hasta un mar bravío a mis pies como única salida, o
entrada, apenas a un paso; un precipicio;
un árbol, muchos, un jardín laberíntico o por lo menos boscoso y sin
aparente salida. Aquel de hace unos años me gustó por sobre todos pero tuve que
salir, abandoné el bosque pero el sueño no. Con frecuencia sueño con una casa,
una casa nueva que se reacomoda a mi
manera, o una casa vieja que presiento pero
no conozco y por la que camino o repto buscando
un rincón seguro. O que me inquiete. Una Patria. Cada tanto los muertos
queridos me visitan y al desaparecer me dejan un cierto encantamiento. El sueño,
los sueños o el ensueño, están ahí cada noche. Pertinente y sanadora posibilidad,
aun tratándose de una pesadilla pues durante ella una se puede despertar y comprobar
que, bastaba con darse vuelta para dejar atrás ese momento angustiante, un
simple vaso de agua es un brebaje mágico, basta con unos sorbos y el lado
fresco de la almohada para empezar de nuevo. Aunque en general no se olvidan. De
algunas pesadillas nacen los símbolos o complejos. Un “complejo constelado”,
según Jung, que devorado por el afecto o magnificado por él, se puede convertir en libro. Porque interpretar los
sueños o los complejos es tarea de los expertos en tales cosas, pero soñar y rescatar esos sueños o pesadillas para poder recrear otra vida
como un todo de esta, la cotidiana, es tarea nuestra. Aunque al fin y
felizmente la vida cotidiana es la del libro.
Así, de una pesadilla nació mi primera
novela. No escribía aun demasiado por aquellos días, pero la sensación de lo
soñado duró muchos días. Decidí entonces exorcizar esa angustia, prestándole la
tristeza del sueño a María Guadalupe Cuenca, esposa de Mariano Moreno. Mi Lupe.
Así nació la construcción del personaje, cuya historia, en realidad, había
guardado en la memoria desde mi adolescencia, gracias a un poema de Felix Luna,
Las cartas de Guadalupe. Podría decir que en esa historia, la que yo conté en
aquel libro, primaba más la angustia de Lupe que el desarrollo de lo acontecido
por aquellos días. Angustia y desasosiego por la desaparición de su marido, adalid
de la Revolución
de Mayo, cuyo crimen organizado nunca se aclaró y por el que nadie pagó.
Pasados los años, mis años, veinte
años, la escritura de esa novela no alcanzó para liberarme de la pesadilla ni
liberar a Lupe de la suya, de su realidad absoluta. Mariano Moreno nunca dejará
de ser nuestro primer caso de: “No esta ni muerto ni vivo. Esta desaparecido.” Alevosamente
desaparecido, otro caso cerrado entre tantos de la historia.
Yo también parecía olvidar lo que no
se debe. Aunque fuese una novela, yo también había dejado a Lupe, María
Guadalupe Cuenca, sin aliento y sin comprender con la palabra fin delante de
sus ojos. Retomé entonces las cartas. En ellas cuenta las penurias sufridas
desde la desaparición de Moreno, las amenazas, la caída de la Revolución antes del
año, antes inclusive de conocerse la muerte dudosa de Moreno, apenas embarcado,
rumbo a Londres por la Junta
de Mayo, y echado al mar su cuerpo. Así retomé y fue creciendo “Lupe, después
del viaje”. Sí. Los sueños compensan. Pocas veces las pesadillas.
Hoy, las pesadillas se repiten, se nos repiten a muchos. Y no en sueños. Una vez más nos rodean y acosan palabras como “no está muerto ni vivo”; ahora desde hace menos de un mes nos quieren convencer de que los que no están muertos ni vivos ni desaparecidos están “extraviados”. Pero no son solo palabras, son hechos, como la represión y desaparición de Santiago Maldonado, entre otros que ni siquiera se ganaron un lugar en la prensa. Desaparecidos y/o extraviados por esta falsa democracia que supimos conseguir.
Pue “algo habremos hecho” para ganarla o por lo menos para no poder impedir o evitar o extirpar.orq Silvia Miguens
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