De Amor, traición y muerte (2010) SM
¡Mira,
Mariano Moreno! ¡Pasea la vista en torno!
De lejanías de cumbres se te han de embriagar los ojos,
Y al fin allá, Chuquisaca, qué bien se divisa al fondo.
-Fue el loco de la ciudad que la emprendió contra todos-.
Arturo
Capdevila
De dónde
había surgido aquel criollo rioplatense, Mariano Moreno, y con qué
autoridad, pocos años después de Túpac
Amaru, y en Charcas, preanunciaba tales
cuestiones del pasado, del presente y sin dudas, del futuro, con respecto al
espíritu de las leyes. El joven leguleyo, Mariano Moreno, era el hijo mayor de
don Manuel Moreno y Argumosa. Don Manuel había embarcado en Cádiz por el
1766 con rumbo a La Habana y, rápidamente, logró un empleo de escribiente en el
barco que le duró poco pues la nave naufragó en el Cabo de Hornos y quedó
varado unos meses en la Tierra del Fuego.
Él y otros sobrevivientes, reunieron los restos del buque y construyeron
una pequeña embarcación con la que
pudieron arribar al Río de la Plata. Algunos se quedaron en Montevideo y otros,
como él, se radicaron en Buenos Aires. Don Manuel Moreno y Argumosa trabajaba
en la Tesorería de Cajas Reales cuando contrajo matrimonio con una criolla, Ana
María Valle, que el 23 de Setiembre de 1778 dio a luz al primer niño: Mariano.
El matrimonio tuvo varios hijos, pero solo en el primogénito parecían poner sus
expectativas.
Aun así, don Manuel no podía
siquiera imaginar el destino de su hijo, tampoco el futuro incierto de esos
dominios a los que llegó de pura casualidad y de los que ignoraba que se
extendían desde las orillas del Río de la Plata hasta la Cordillera de los
Andes y desde aquel Cabo de Hornos que puso coto a su viaje hasta esas otras míticas tierras donde, por esos
mismos años, el príncipe Gabriel Condorcanqui, más conocido como Tupac Amaru,
ponía en marcha la rebelión contra España.
Ésta noticia primera y el posterior sacrificio de Túpac, y su compañera
Micaela Bastidas, a manos de los españoles, no tardó en llegar a la Santa María
el Buen Aire. Puede que haya sido ésta la primera semilla libertaria sembrada
en esa buena tierra que fue Mariano
Moreno.
Sea como fuere, lo cierto es que rondando los veinte años, por decisión
de sus padres y su guía espiritual don Fray Cayetano Rodríguez, Mariano fue enviado a Chuquisaca, para que se ordenara sacerdote bajo la guía espiritual del
Canónigo Terrazas. Una vez en el Alto Perú, en Chuquisaca, hoy Sucre, Bolivia,
deslumbrado por aquella ciudad, el joven Moreno, se lanzó a la aventura de leer
todo lo que llegaba a sus manos y que
curiosamente, encontró en la biblioteca de su mencionado benefactor, e
irreductible peninsular, el canónigo Matías Terrazas. Entre esos volúmenes pudo
regodearse con Voltaire y Russeau, que fueron desde entonces las ‘sagradas
escrituras’ que de inmediato, Mariano,
se ocupó en traducir. Influenciado, además, por los coletazos de la
rebelión de Tupac Amaru concluyó por hacer de esas banderas el único sacerdocio
posible. Entre las leyes de Dios y las del hombre, Mariano Moreno elegiría
definitivamente las del hombre.
Y en eso andaba Mariano, debatiéndose entre las leyes del hombre y las
leyes de Dios, cuando en cierto escaparate encontró un camafeo con el rostro de
una niña de ojos vivaces. Dicen que entonces, preguntó al Canónigo Terrazas de
quien se trataba. Y el religioso aunque con cierto recelo, lo puso en contacto
con la familia de la muchacha. Fue aquel retrato el que terminó por encaminar
su destino. No conforme con elegir las leyes del hombre por sobre las de Dios,
entre el amor a Dios y el terrenal, eligió el amor de una mujer. En realidad de
una niña, María Guadalupe Cuenca, que hasta poco antes había vivido en un
convento. Huérfana de padre, fue puesta pupila desde los cuatro. Regresó a su
hogar, con catorce años. María Guadalupe había alcanzado esa edad en que la
idea de un matrimonio conveniente o, en el mejor de los casos, el amor, transforman a una niña en una joven mujer en
edad de merecer. Por suerte para María Guadalupe, aquel amor fue primero y
definitivo.
Así fue cómo, ‘en el año del Señor de mil ochocientos cuatro, a veinte
de mayo, en la catedral de Chuquisaca’ el canónigo Matías Terrazas los unió en
matrimonio. Juana Azurduy y Manuel Aniceto Padilla fueron testigos y padrinos
de la boda. Ninguna duda, que la cercanía del dúo revolucionario Padilla-Azurduy, su sola presencia, era ya un indicio de que la suerte estaba echada. Dos meses
después, Moreno leía una carta de su guía espiritual Fray Cayetando Rodríguez:
“Buenos Aires, 26 de Julio de 1804, la carta del 15 de Julio en que me
das noticias de tu nuevo estado ha causado en mi corazón mil contrarios
afectos, pero ninguno, como recelas, de disgusto y amargura contra ti. ¿Conque
te has casado? Cabalmente has hecho lo que hizo tu padre, tu abuelo y toda tu
generación desde Adán hasta ti. (…) ¿Por qué esperabas enojo de mí? ¿Piensas
acaso que yo estaba persuadido de lo contrario? No lo esperaba tan en breve, es
verdad; pero si has tenido por conveniente adelantar los oficios sea muy
enhorabuena y más si como dices era ésta una diligencia que tanto influía en tu
bien. ¿Qué quieres ahora? ¿Una bendición más pobre de la que te echó el cura?
¡Eh! Omnipontente bene ricat tibi benedictio nibus…Estuve con tus padres,
derramaron lágrimas, sintieron que lo hicieras sin su previo consentimiento.
Los consolé, los reduje a buen partido. En sus expresiones verás su
conformidad. Mejor hubieran querido verte en el altar, pero los padres no
deciden precisamente las mentes de los hijos (…) ¿Preguntas si puedes acá
adquirir lo necesario para mantenerles? Hijo mío, aquí, en tu oficio no
adquirirás caudales porque hay muchos, pero vivirás con lo preciso. (…) Vente,
mi amado Mariano, no quieras sea toda tu vida objeto del deseo de tus padres.
(…) En fin, Dios tiene en sus manos la suerte de los hombres. Venga el retrato de tu esposa, esto podrá contribuir al gozo
de tus padres y amigos. Entretanto decídete por tu patria. (…) Fray Cayetano Rodríguez”.
La carta lo exoneraba también
ante sus padres. Sin embargo, la alegría no iba a durar demasiado. Aliviado de
culpas ante la iglesia y con sus padres, a quienes sentía haber traicionado,
debió soportar los enfrentamientos de la
sociedad chuquisaqueña. El doctor Moreno, se mostraba abiertamente a favor de
los pueblos aymará, quechua y otras tantas etnias que pueblan esas tierras.
Inquietud, la del futuro líder revolucionario que no fue bien vista. Cómo podrían aceptar a Mariano Moreno por aquellos
días si aun hoy, la alta sociedad y ciertos grupos de la clase media boliviana,
cuestiona el desarrollo social y político de los ‘nacidos y criados’ en su tierra, ciudadanos a quienes aun se
considera solo indígenas o nativos, pero
no ciudadanos comunes con idénticos
privilegios, con acceso a las mismas posibilidades que el resto de la
ciudadanía, y entre esos poderes el derecho
a opinar, a ejercer toda actividad y función en la política de su país. Aunque
claro está que, a pesar de todo y pasito
a paso, fueron ganando espacios, recuperando los que les fue quitado, en
realidad.
Pensamientos más palabras menos, probablemente haya sido aquel el
espíritu y las ideas enarboladas por Mariano Moreno, y repudiadas por la
sociedad Chuquisaca, los que habrían provocado su regreso a Buenos Aires, se
dijo a sí mismo don Manuel Moreno de Argumosa, cuando lo vio llegar. No solo no
alcanzaba a imaginar el futuro de su hijo, sino que tampoco llegaría a verlo
porque murió poco después de arribar Mariano a la Santa Maria. No obstante, don
Manuel, logró morir más o menos en paz,
sabiendo que como abogado, Mariano podría ganarse la vida y hacerse cargo de la
numerosa familia que quedaba. Cómo podría suponer, don Manuel, que cinco años
más tarde su hijo se convertiría en un adalid de la revolución criolla librada
contra España y las consecuencias que esa condición nata, o adquirida en
Chuquisaca de líder revolucionario capaz
de traicionar y ser traicionado, iba a provocar en toda la familia, empezando
por esa afable niña enamorada, que Mariano les presentó como su gran y
definitivo amor. Pero, nada de esto estaba en sus pensamientos, en ese momento
preciso que respondía a la sutil inclinación de cabeza de su nuera. Don Manuel
Moreno y Argumosa solo atinó a preguntarse si a la hora de traicionar su
vocación religiosa y mandato paterno, a su hijo Mariano le habrían resultado
más contundentes las lecturas de Russeau y Voltaire y el mandato esparcido por
Tupac Amaru o aquel implacable amor y ternura en los ojos de una mujer como
María Guadalupe Cuenca. Corría entonces el año de 1805.
(De Amor traición y muerte- Silvia Miguens)
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