Recordando mi inedito, acercándonos al 26 de Agosto , fecha de nacimiento de Julio Cortazar
BACKGROUnd
Todo vino siempre de la noche,
background inescapable,
madre de mis criaturas diurnas.
Pero yo sí, yo puedo hacerlo a mediodía y
exorcizar a pleno solos íncubos,
de la única manera eficaz: diciéndolos.
Julio Cortázar
1
Vaya a saber por qué, ese chubasco en
el cielo de los caminantes no atormenta los senderos de Le Marché de la
Création que a pleno sol, desde La
Bastilla hasta el boulevard Lenoir, resplandece de personajes variopintos. Si
se tratase de un film de Godard, la banda de sonido la conformarían los gritos
infantiles, entre los que destacan los de dos niñas entonando Aluette, gentille alouette; la lente de
la cámara haría foco en la que brinca en una rayuela trazada con tiza roja en
la vereda y que, atenta a no profanar los límites, empuja una piedrita con la
punta del zapato sin notar al extraño
que le susurra: “despacio nena que aunque el cielo está a un par de saltos
tenés toda la vida por delante”.
Sin embargo,
no se trata de un film de Godard. Ni un
solo extranjero el que camina. Son dos y pronto se desentienden de las niñas con sus pasos de rayuela. Se
alejan a la sombra de magnolios y de
álamos carolina. No necesitan andar mucho para jugar. Hasta donde se les
desbanda la mirada, entre la vegetación, las torres y las buhardillas
distinguen miles de brochazos blue claire.
-Azul claro,
será –acotó uno.
-Bleu claire lo define mejor –concluyó el
especialista en colores.
-¿Bleu o blues? ¿Azul o triste?
–demandó el de las palabras justas.
-Triste claro.
Así concluyen
el spiritual de palabras y colores,
juego que los convoca a diario. Aquel día, además de los habitués, circulan algunos
con la cara blanca y el gesto adusto que imitan a los transeúntes, invitándolos al estrado
imaginario. Los caminantes se detienen frente a los discípulos del gran Marcel
Marceau que enfundados en su remera a rayas, boina y pañuelo al cuello,
delineados de negro los ojos y de púrpura los labios, empiezan la función.
Dos amagan
cachiporrazos y dos los esquivan. Acto seguido, las víctimas imploran ayuda al
público, más confuso que divertido por no animarse a tomar parte. En el tercer
acto, los que simulan escapar son alcanzados por los represores y arrastrados
al centro de la escena. Después del entrevero cuerpo a cuerpo, ya de pie,
saludan con inclinación grandilocuente. Los numerosos espectadores mientras aplauden,
se alejan preguntándose en qué momento esos
mimos se habrían pintado aquel
lagrimón rojo en el pómulo izquierdo.
Pero no todos abandonan. La función no termina.
Uno de los
mimos se quita la gorra y deja caer su abundosa melena. Es interesante ver a
los mimos cómo, unos a otros se ofrecen la espalda a modo de atril donde apoyar
un espejo, se quitan el maquillaje, conversan en voz baja y ríen a viva voz.
Para los que
se quedan, los arreglos previos y los posteriores a la función hacen parte del
drama. Pintarse una máscara de silencio para ganarse el pan del exilio. Unos y
otros practican bien eso de: No preguntes, no
cuentes, no dejes que te cuenten. Vestir un
disfraz o ponerse en la piel de otros, armarse de un personaje cada día. Igual
que en los tiempos en que se escribe una novela, reflexiona uno de los
paseantes. O se avanza con el cuadro, convine el otro que enciende un Gitanes y pasa el atado al compañero. De
entre la pintura blanca ven florecer el rostro limpio de las mujeres. Aunque dos son varones, que ostentan
igual melena sujeta con un cordón.
El quinto
integrante de la troupe, es Clarita
Sepúlveda, cabeza de compañía que les enseña que ningún exiliado o exiliada
sufrirá hambre si deviene en mimo. Apenas se necesita un poco de crema y talco
o pintura de payaso, unas ropas negras y unos mohines para contar sus
historias. Y la de su Patria, que cargan y denuncian sin un solo grito ni un
puño amenazante. No se necesitan voces ni palabras para mostrar o reconocerse
en esas habituales secuencias de represión. Fugitivos o Desertores. Desterrados
todos. Acechados por las sombras, volteando cada esquina, presa fácil de esos
cazadores siempre en las sombras.
No, no fue
la ficción de aquellos mimos lo que demora a nuestros caminantes. Acaso, los
demora la no ficción que perciben entre esas líneas escritas con gestos.
Conocen esa historia en común. La padecen. Eran muchos los sureros que por esos
años erraban por el Boulevard Lenoir
con sus alegrías y pesares, con sus intrigas, sus desarraigos y agobios Se leen
de lejos, unos a otros como desde la última fila alcanzan a leer los subtítulos
de una película. Se ven a sí mismos en esa recreación de los cinco exiliados
chilenos.
No había pasado
mucho tiempo pero sí mucha sangre desde que Salvador Allende, alcanzada la
presidencia de Chile en 1970, tres años después sufriera un golpe armado que no
solo lo destituyó del gobierno sino del mundo de los vivos. Apenas después de
dirigir unas palabras a su pueblo, apenas antes de ser bombardeado el Palacio
de la Moneda. Se dijo que se había
suicidado, aun se dice que no. Lo cierto es que desde aquel momento el general
Augusto Pinochet y su dictadura provocaron estragos en el pueblo chileno. Se
asesinó y desapareció a quienes hubieran apoyado a
Allende o fuesen sospechados de hacerlo. La economía fue intervenida como parte
de un contexto mundial en que Estados Unidos, sus coautores y cómplices, consideraron
imprescindible detener el avance del marxismo y del socialismo en América
Latina. Pronto o casi a la par la réplica de ese golpe echaba raíces en Uruguay
y Argentina.
A partir de
entonces, la única Patria fue el exilio para los emigrados del Sur de América.
El desarraigo. La melancolía. Por ese motivo, los andariegos del parque no
necesitan palabras ni guiños para comprender aquella función de mimodrama que
dirigía la chilena Clarita Sepúlveda.
Comentarios