Recordando mi inedito, acercándonos al 26 de Agosto , fecha de nacimiento de Julio Cortazar

 

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Silvia Miguens - 


2024

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Todo vino siempre de la noche,

background inescapable,

madre de mis criaturas diurnas.

Pero yo sí, yo puedo hacerlo a mediodía y

exorcizar a pleno solos íncubos,

de la única manera eficaz: diciéndolos.

Julio Cortázar

 

 

 

 

 

 

 

 

1

Vaya a saber por qué, ese chubasco en el cielo de los caminantes no atormenta los senderos de Le Marché de la Création que  a pleno sol, desde La Bastilla hasta el boulevard Lenoir, resplandece de personajes variopintos. Si se tratase de un film de Godard, la banda de sonido la conformarían los gritos infantiles, entre los que destacan los de dos niñas entonando Aluette, gentille alouette; la lente de la cámara haría foco en la que brinca en una rayuela trazada con tiza roja en la vereda y que, atenta a no profanar los límites, empuja una piedrita con la punta del zapato sin  notar al extraño que le susurra: “despacio nena que aunque el cielo está a un par de saltos tenés toda la vida por delante”.

Sin embargo, no se trata  de un film de Godard. Ni un solo extranjero el que camina. Son dos y pronto se desentienden  de las niñas con sus pasos de rayuela. Se alejan a la sombra de magnolios y  de álamos carolina. No necesitan andar mucho para jugar. Hasta donde se les desbanda la mirada, entre la vegetación, las torres y las buhardillas distinguen  miles de brochazos blue claire.

-Azul claro, será –acotó uno.

-Bleu claire lo define mejor –concluyó el especialista en colores.

-¿Bleu o blues?  ¿Azul o triste? –demandó el de las palabras justas.

-Triste claro.

Así concluyen el spiritual de palabras y colores, juego que los convoca a diario. Aquel día, además de los habitués, circulan algunos con la cara blanca y el gesto adusto que imitan a  los transeúntes, invitándolos al estrado imaginario. Los caminantes se detienen frente a los discípulos del gran Marcel Marceau que enfundados en su remera a rayas, boina y pañuelo al cuello, delineados de negro los ojos y de púrpura los labios, empiezan la función.

Dos amagan cachiporrazos y dos los esquivan. Acto seguido, las víctimas imploran ayuda al público, más confuso que divertido por no animarse a tomar parte. En el tercer acto, los que simulan escapar son alcanzados por los represores y arrastrados al centro de la escena. Después del entrevero cuerpo a cuerpo, ya de pie, saludan con inclinación grandilocuente. Los numerosos espectadores mientras aplauden,  se alejan preguntándose en qué momento esos mimos se habrían pintado aquel lagrimón rojo en el pómulo izquierdo.  Pero no todos abandonan. La función no termina.

Uno de los mimos se quita la gorra y deja caer su abundosa melena. Es interesante ver a los mimos cómo, unos a otros se ofrecen la espalda a modo de atril donde apoyar un espejo, se quitan el maquillaje, conversan en voz baja y ríen a viva voz.

Para los que se quedan, los arreglos previos y los posteriores a la función hacen parte del drama. Pintarse una máscara de silencio para ganarse el pan del exilio. Unos y otros practican bien eso  de: No preguntes, no cuentes, no dejes que te cuenten. Vestir un disfraz o ponerse en la piel de otros, armarse de un personaje cada día. Igual que en los tiempos en que se escribe una novela, reflexiona uno de los paseantes. O se avanza con el cuadro, convine el otro que enciende  un Gitanes y pasa el atado al compañero. De entre la pintura blanca ven florecer el rostro limpio de las  mujeres. Aunque dos son varones, que ostentan igual melena sujeta con un cordón.

El quinto integrante de la troupe, es Clarita Sepúlveda, cabeza de compañía que les enseña que ningún exiliado o exiliada sufrirá hambre si deviene en mimo. Apenas se necesita un poco de crema y talco o pintura de payaso, unas ropas negras y unos mohines para contar sus historias. Y la de su Patria, que cargan y denuncian sin un solo grito ni un puño amenazante. No se necesitan voces ni palabras para mostrar o reconocerse en esas habituales secuencias de represión. Fugitivos o Desertores. Desterrados todos. Acechados por las sombras, volteando cada esquina, presa fácil de esos cazadores siempre en las sombras.

No, no fue la ficción de aquellos mimos lo que demora a nuestros caminantes. Acaso, los demora la no ficción que perciben entre esas líneas escritas con gestos. Conocen esa historia en común. La padecen. Eran muchos los sureros que por esos años erraban por el Boulevard Lenoir con sus alegrías y pesares, con sus intrigas, sus desarraigos y agobios Se leen de lejos, unos a otros como desde la última fila alcanzan a leer los subtítulos de una película. Se ven a sí mismos en esa recreación de los cinco exiliados chilenos.

No había pasado mucho tiempo pero sí mucha sangre desde que Salvador Allende, alcanzada la presidencia de Chile en 1970, tres años después sufriera un golpe armado que no solo lo destituyó del gobierno sino del mundo de los vivos. Apenas después de dirigir unas palabras a su pueblo, apenas antes de ser bombardeado el Palacio de la Moneda. Se dijo  que se había suicidado, aun se dice que no. Lo cierto es que desde aquel momento el general Augusto Pinochet y su dictadura provocaron estragos en el pueblo chileno. Se asesinó  y  desapareció a quienes hubieran apoyado a Allende o fuesen sospechados de hacerlo. La economía fue intervenida como parte de un contexto mundial en que Estados Unidos, sus coautores y cómplices, consideraron imprescindible detener el avance del marxismo y del socialismo en América Latina. Pronto o casi a la par la réplica de ese golpe echaba raíces en Uruguay y Argentina. 

A partir de entonces, la única Patria fue el exilio para los emigrados del Sur de América. El desarraigo. La melancolía. Por ese motivo, los andariegos del parque no necesitan palabras ni guiños para comprender aquella función de mimodrama que dirigía la chilena Clarita Sepúlveda.

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